domingo, 20 de diciembre de 2015

De "La admirable mediocridad de la democracia"

      "La democracia, como la libertad de expresión, es el oxigeno que respiramos: descubrimos su importancia vital el día que nos privan de él. Por tanto, la principal virtud de la democracia es que existe. El mero hecho de que todos los partidos en liza acepten sus reglas y de que sepamos de antemano que los ganadores y los perdedores aceptarán el resultado en vez de empezar una guerra civil ya es, en sí, un gran motivo de alegría, mal apreciado, pero más decisivo aún que los resultados de unos y otros.... La democracia, añadía Popper, no garantiza en absoluto que el pueblo elija al más capacitado para gobernar, pero nos asegura, en principio, que se marchará,... El futuro presidente del Gobierno español será, dentro de cuatro años, su expresidente, lo que es una invitación a la modestia para los vencedores y a la paciencia para los perdedores".

Guy Sorman

sábado, 19 de diciembre de 2015

La suerte de una generación

Javier Cercas camina junto a su hijo Raül entre las tumbas del cementerio del campo de concentración de Flossenbürg, camino de la Appellplatz, el espacio central donde se numeraba a los prisioneros dos veces al día, y donde se les torturaba y tenían lugar las ejecuciones. Habían acudido para comprobar la última de la grandes mentiras de Enric Marco, el falso deportado y el falso prisionero que durante años había dirigido la Amical de Mauthausen, la más importante asociación española de ex-cautivos en los campo de concentración nazis. No puede evitar poner voz a una idea que hace tiempo le ronda por la cabeza:

          "- A veces no me puedo creer la suerte que tengo -proseguí, tras una pausa-. Mi padre y mi madre conocieron una guerra. Y mi abuelo y mi abuela. Y mi bisabuelo y mi bisabuela. Y así sucesivamente. Pero yo no. Siempre se dice que el deporte europeo por excelencia es el fútbol, pero es mentira: el deporte europeo por excelencia es la guerra. Durante mil años, en Europa, no hemos hecho más que matarnos. Y voy y yo soy el primero, la primera generación de europeos que no conoce una guerra. No me lo puedo creer. Hay quien dice que eso ya se acabó, pero yo no me lo creo... Ya ves este sitio, personas como tú y como yo murieron aquí a millares, igual que perros, de la forma más asquerosa y más indigna posible. ¡Que horror!"    

Javier Cercas. El impostor

domingo, 13 de diciembre de 2015

Notas sobre la relación entre Hayek y Keynes

          A cuenta de tres libros de reciente aparición sobre las figuras de Friederich Hayek y John Maynard Keynes, el filósofo Santiago Navajas hace una interesante exposición (Hayek y Keynes. Una relación liberal peligrosa. La Ilustración Liberal), de la relación cordial y afectuosa, pero también de enfrentamiento metodológico, que mantuvieron los dos economistas durante primera mitad del pasado siglo.

          La primera visión, simple, que en general tenemos de ellos es por un lado la del liberal Hayek frente al socialdemócrata Keynes, la derecha “civilizada” contra la izquierda “civilizada”. Pero más allá del estereotipo la verdad es que simplemente estamos ante dos maneras de entender el liberalismo porque ambos lo eran. Como acertadamente señala Navajas, se trata de dos caras de una misma moneda, porque los dos compartían el ideal de la democracia liberal y de la economía de mercado y la competencia, frente a la moda que en aquellos momentos representaban los totalitarismos encarnados tanto en el nazismo como en el comunismo, intelectualmente representados por Heidegger y Sartre respectivamente. Pero junto a estos totalitarismos también tenían como enemigo una idea libertaria del laissez faire, una concepción en que todo estuviese en manos del mercado sin ningún tipo de intervención del Estado.

          La preocupación de Hayek es que un Estado que desease controlar excesivamente la economía tendería por propia inercia a la omnipresencia, a un estatismo regulador de todos los quehaceres de la vida cotidiana de los individuos que al final desembocaría en un sistema totalitario. Keynes por su parte, confiaba en la idiosincrasia británica, y por extensión en la de los países europeos, para que eso no llegase a suceder. Atinadamente advierte Santiago Navajas que ésta diferencia de planteamientos podría tener un origen en la propia procedencia de cada uno de ellos, puesto que mientras el inglés Keynes, podía mantener la confianza en un país que defendió con uñas y dientes el sistema democrático, el austriaco Hayec había contemplado con sus propios ojos, y sufrido puesto que fue víctima de persecuciones, como dos naciones “cultas” como Alemania y Austria habían sucumbido, con un fuerte apoyo popular, a los fanáticos ideales hitlerianos y posteriormente en parte a los comunistas.

          Los dos mantienen el consenso en cuanto a la importancia de la competencia en la economía, y los dos abogan porque el Estado debe marcar las líneas por las que los individuos puedan moverse libremente, de manera que esa competencia, tutelada y protegida por el propio Estado, pueda ejercerse sin ninguna cortapisa. La diferencia es que para el escéptico Hayec, las reglas deben conformar un sistema previo, claro e inmutable, libre de las tentaciones totalizadoras de los gobiernos, mientras que Keynes confía en el sustrato liberal de los pueblos y por extensión en la acción de esos mismos gobiernos, abogando por un liberalismo activo, es decir, aquel que es capaz de responder a los diferentes retos que en cada momento se planteen. Desde éste punto de vista como sostiene Navajas, Keynes entendió mejor que Hayek la política, y el futuro le ha dado la razón puesto que desde entonces, si bien el poder de los estados no ha hecho más que incrementarse, no por ello se ha vuelto a caer, refiriéndonos a nuestro mundo occidental, en tentaciones totalitarias, aunque sí en un especie de democracia en demasiados aspectos banal y frívola, en la que puede perderse el sentido de la responsabilidad individual por la vía de encargar al Estado una función de aseguramiento general.    

          Por otra parte es Hayek quien más concretamente resuelve la eterna dicotomía entre libertad e igualdad, simplemente por la vía de la formulación de ambas por ese mismo orden, preservando el principio de igualdad en cuanto al acceso por cualquier ciudadano a cualquier cargo o responsabilidad, así como a unos servicios asistenciales y educacionales mínimos a los que todos tienen derecho, y a partir de los cuales cada cual optará por las metas que, dentro de los parámetros establecidos, libremente elija.  

          En definitiva Santiago Navajas nos ofrece un acertado resumen de una controversia muy actual, a partir de dos de los grandes economistas del siglo XX. 

sábado, 12 de diciembre de 2015

"Valencia", en Azorín

          La dominación árabe de la península ibérica fue larga y por ello intensa. En el caso de Valencia más de cinco siglos, menos en el norte: la cornisa cantábrica, Navarra, Aragón y Cataluña. Quizás por eso primamos siempre el periodo musulmán y la Reconquista, obviando aspectos de la época romana, excepción hecha del derecho. 

          Azorín nos propone una certera reflexión en torno a ello en el capítulo El cuarto de costura de su obra Valencia. 
 
          "Confidencias de Elena Viu al doctor a lo largo de las visitas. Algunas de las confidencias     que Eladio Taroncher ha revelado al poeta. Habla la condesa.

          -Taroncher, yo soy edetana y no agarena. En la barbarie moderna me siento perdida como el explorador desorientado en los hielos polares. Valencia es romana y no árabe. La Valencia   romana ha atravesado impermeablemente el periodo musulmán. Valencia, la Valencia romana, se esquiva. No es fácil captar el verdadero y profundo carácter valenciano. Casi todos los observadores se van por el lado de la jovialidad ruidosa y frívola. Y no hay tal. Piense usted en ese labriego alicantino, sobrio, silencioso, obstinado en el trabajo, que sólo de tarde en tarde expresa su sentir en unas palabras sentenciosas. Cuando yo veo a uno de esos valencianos, creo estar viendo a un ciudadano de Roma. Hablo de Valencia y hablo con ello de todo el reino. Valencia no se entrega a quien no se propone entrar en íntimo y amoroso contacto con ella. Ni nuestros hombres, ni menos nuestras mujeres, descubren desde el primer momento su fondo. ¿Recuerda usted la semblanza que Vives traza de su madre? Seria, callada, rígida, represa sus sentimientos en el fondo del alma. Sólo les da salida en plena confianza y en momentos de efusión familiar o de amistad sincera. Pues esa, doctor, es Valencia. "