sábado, 29 de octubre de 2016

FALCÓ, de Arturo Pérez-Reverte

Arturo Pérez-Reverte inicia una nueva serie de novelas de la mano de Lorenzo Falco, un espía con pretendidos escasos escrúpulos y nula ideología que trabaja para los servicios de seguridad de Franco, al poco de iniciarse la Guerra Civil Española. Ese es el fondo de escenario del relato, el espacio temporal al que el autor anuncia no querer encadenarse, no pretende, dice, hacer una novela, una más, sobre la Guerra Civil, posiblemente busque una de caracteres fuertes, amorales, enfrentados y contradictorios, supervivientes de un tiempo convulso: “El mundo de Falcó era otro, y allí los bandos estaban perfectamente definidos: de una parte él, y de la otra todos los demás”. El personaje ya había ejercido antes de traficante de armas en medio mundo, protagonista de negocios sucios, asesino si se terciaba,… hasta que su futuro jefe elige entre matarlo o captarlo como espía de la República, opción que su olfato finalmente le aconseja. Reverte incluye una frase con la que define al personaje: al comunicarle su superior el golpe militar del 18 de julio su reacción es automática: “¿Estamos a favor o en contra?, cualquiera de las dos opciones se encontraba en el otro bando.

Con estos mimbres, y algunos más que aparecen por el camino,  comienza un relato de acción, con diálogos cortos y afilados, con poco espacio para una reflexión imposible hasta llegar al final; no hay tiempo para más, solo una carrera de personajes dignos e idealistas que en el terror de la retaguardia se confunden con otros malvados y culpables, sobre todo a partir de la página 130, cuando el relato enfila definitivamente por la difícil senda de hacer verosímil algo tan inverosímil como la liberación de José Antonio Primo de Rivera, preso en la cárcel de Alicante; incluso en algún momento casi llegamos a creer que pueda ser posible: Reverte ha ganado.    

Como ocurría con el capitán Alatriste casi cuatrocientos años antes, hermanos atemporales hijos del mismo vientre, Pérez-Reverte nos quiere presentar un personaje sin alma ni escrúpulos, un hombre frio que simplemente obedece ordenes que ejecuta sin que le tiemble ni una pestaña, un mujeriego bajo cuyo pantalón se esconde un fondo misógino,  pero al final no le sale, al final nos queda el regusto de haber conocido a la dignidad vestida de traje y sobrero, fiel a unos principios personales e intransferibles, tan de uno mismo que no tienen porqué explicarse. Quizás el autor demuestra una vez más que todas las novelas tienen algo de autobiográfica, aunque solo sea de aquello que se pretenda ser.

La novela se cierra bien, con personajes llamados a enfrentarse y a la vez amarse en el ignoto camino que ha de llegar. Ojalá no se convierta nunca Lorenzo Falcó en un personaje políticamente correcto, Arturo Pérez-Reverte perdería su encanto y su libertad.