“Al despertar Gregorio
Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido
en un monstruoso insecto. Se hallaba
echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco la cabeza,
vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades,…
-¿Qué me ha sucedido?”. Si alguien escribiera éste párrafo hoy, podría
tratarse de algún autor de literatura fantástica, tipo Crónicas de Narnia o así, pero sin duda estas poco más de ochenta
páginas del relato de Kafka superan con creces esa calificación.
Con asombrosa normalidad el relato nos presenta a un joven,
un “viajante” de comercio, que un día cualquiera despierta convertido en una
cucaracha de aspecto asqueroso, y es precisamente esa normalidad lo que se
convierte en intranquilidad para el lector, ¿estamos ante una descripción “real”
y es el sueño de alguien que cree estar despierto cuando simplemente se encuentra
en estado somnoliente?
Pasada la cuestión inicial que nunca llegaremos a descifrar
con claridad, no encontramos en un punto de partida absurdo que contrariamente
a lo que podríamos prever nos conduce por un camino de sentido común en el que
descubrimos que la auténtica transformación no es la del personaje principal, el
inocente comerciante que ahora todos repudian, sino la de aquellos que le
rodean: una familia pequeñoburguesa venida a menos que sobrevive del trabajo de
Gregorio, y que acabará deseando deshacerse de su hijo y hermano que, muerto al
fin por inanición, “¡ha reventado!” en palabras de la criada, “salieron los
tres juntos, cosa que no había ocurrido desde hacía meses, y tomaron el tranvía
para ir a respirar el aire libre de las afueras”.
Es cierto que las características principales de cualquier
autor vienen en ocasiones determinadas por los estereotipos que con
posterioridad construyen los críticos, y que eso en buena medida condiciona la
opinión de quienes somos simples lectores, y lo es desde luego que lo kafkiano es uno de los grades paradigmas
de ese proceso formativo de opinión, pero sin lugar a dudas la inquietud, la
intranquilidad, el remordimiento incluso que genera la lectura de ésta pequeña
novela, que tan irremediablemente enlaza esa normalidad de la que hemos hablado
a una situación objetivamente imposible, absurda, supera cualquier juicio
preconcebido.
Como de todas las grandes obras, de La Metamorfosis podemos obtener valiosas recetas de conducta,
interesantes aldabonazos morales que despierten las dormidas conciencias de lo
cotidiano, pero esa es una tarea que ha de tomarse cada lector, si quiere.