jueves, 8 de agosto de 2019

POLÍTICA y ACUERDOS

Distingue Aristóteles entre la voz, propia de los animales, y la palabra (logos), cualidad exclusivamente humana. “Solo el hombre, entre los animales, posee la palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la tienen también los otros animales. (…) En cambio la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones”. Es decir, la palabra, la posibilidad de comunicación entre unos y otros, está directamente relacionada con ese sentido que permite distinguir lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Como quizás algunos hayan reconocido, el texto proviene de su Política (1253a. Alianza Editorial. 2015), con lo que no nos resulta difícil relacionar el concepto, pero también la acción de la política con la palabra, con la comunicación, y de ahí, con la idea de lo bueno y lo malo. Al final, la política como una ciencia por la que, tras distinguir el bien y el mal, nos dirige a lo bueno (“Si, por tanto, de las cosas que hacemos hay algún fin que queramos por sí mismo, y las demás cosas por causa de él, … es evidente que este fin será lo bueno y lo mejor”. Aristóteles. Ética a Nicómano)  

Si damos a lo anterior la categoría de acertado, que la damos, y de cualidad primigenia de la acción política, que lo es, ¿no resulta malo, dañino, si quienes por encargo ciudadano tienen la tarea de “hacer” política, no usan la palabra para la comunicación, para el acuerdo? Pudiera parecer una jactancia comenzar con los clásicos para referirse, es fácil adivinarlo, a la situación de parálisis política que vive en esto momentos nuestro país por la falta de acuerdos entre los partidos políticos para la formación del Gobierno, pero no hay otra razón que mostrar lo que, en opinión propia, es una situación deshonesta con el alto encargo que nuestros representantes han recibido de todos nosotros, una acción obscena e indigna hacia quienes les hemos elegido. 

Tanto se esta escribiendo estos días sobre las no-conversaciones que unos y otros ¡no! llevan a cabo, sobre las mejores alianzas, sobre los egos de cada cual, que no enmendamos la plana a quienes con mayor conocimiento tratan de estos asuntos. Pero como de lo que se trata es, simplemente, de dar elementos para que cada cual razone lo que mejor le venga en gana, puede resultar interesante que añadamos una cita del libro En defensa de España, de Stanley G. Payne. Se refiere el hispanista a la actitud de los fundadores de la II República ante los problemas que se les iban planteando y a su repetidamente manifestado deseo de ruptura con el pasado. Es cierto que las circunstancias históricas son muy diferentes a las actuales, afortunadamente, pero no deja de haber grandes semejanzas en el fondo del razonamiento: “La ruptura, en realidad, fue con el medio siglo liberal y tolerante que precedió a 1923, un típico producto del radicalismo español que refleja el tenaz sectarismo y el enorme personalismo de la política partidista decimonónica, así como la insistencia en considerar que el Gobierno era más una especie de patrimonio que una representación de los diversos intereses nacionales”.

Pues eso.