martes, 23 de agosto de 2011

Sobre EL SUEÑO DEL CELTA, de Vargas Llosa

Definitivamente, las novelas hay que leerlas de un tirón, porque si no al final no solo se corre el riesgo de perderse los matices de la historia y de los personajes que intervienen, además puedes incluso aburrirlas. No he llegado a ese extremo, pero reconozco que terminar El sueño del celta ya me parecía más una obligación que una devoción, y eso es malo. Empecé el libro hace unos tres meses y por circunstancias era raro el día que pasaba de las cinco páginas, al final, por culpa evidentemente del lector, la historia no ha conseguido atraparme.  

Aparte de eso, a uno le ruboriza ponerle algún pero a Vargas Llosa, intelectual al que admiro y sigo, pero como en este blog se trata de expresar sinceramente sentimientos y pareceres extraordinariamente particulares, aún a riesgo de parecer pedante, diré que me costó leer las primeras páginas, entender por ejemplo el uso exagerado de comas o de otros signos de puntuación que parece como que no vienen al caso; por ejemplo, en la página 18: “Descubriría qué, ya adolescente: aunque en apariencia, para casarse con su padre, Anne Jephson se había convertido al protestantismo,…”, ¿está bien colocados los dos puntos?, conforme vas entrando en el texto todo parece más justificado, cuando entiendes que el autor escribe como si estuviera hablándote, se trata de un ejercicio de imaginación divertido para quien lee, y propio en cualquier caso de una obra de madurez como es ésta.

El libro relata la historia de un personaje real, Roger Casement, diplomático británico de origen irlandés  y autor de estudios-informes realizados sobre el terreno, en la época de esplendor del caucho, primero en el Congo Belga y después en la Amazonía peruana, en los que denunciaba las condiciones de esclavitud en que trabajaban los nativos a manos de sendos intereses colonialistas. Tras lograr un amplio reconocimiento social y político, las experiencias vividas le llevarán a enfrentarse a la propia corona inglesa, en la que ve una nueva versión de las agresiones coloniales hacia su redescubierta Irlanda, una nacionalismo extremo que acabará conduciendo al patíbulo. 

En un primer momento me extrañó que Vargas Llosa eligiera el tema del nacionalismo para un libro suyo, porque por otros escritos intuyo que no es nada partidario de este tipo de corrientes políticas, pero en cualquier caso, se trata de una creación literaria y como tal hay que tomarla, sin sacar otras conclusiones. A este respecto me han interesado ciertas reflexiones que contiene la obra, por ejemplo la que expresa el padre Crontty, confesor de Casemont cuando éste esperaba en la cárcel de Pentonville Prison la confirmación a su sentencia. Dice el sacerdote, refiriéndose a un compañero de filas del protagonista: “Por su inteligencia y por su entrega a una causa. Su cristianismo es el de esos cristianos que morían en los circos romanos devorados por las fieras. Pero, también, el de los cruzados que reconquistaron Jerusalén matando a todos los impíos judíos y musulmanes que encontraron, incluidas mujeres y niños. El mismo celo ardiente, la misma glorificación de la sangre y la guerra. Te confieso, Roger, que personas así, aunque sean ellas las que hacen la Historia, a mí me dan más miedo que admiración.”, o la que hace el propio Casemont referida al ejercicio político: “Había oído y leído que la política, como todo lo que se vincula al poder, saca a veces a la luz lo mejor del ser humano –el idealismo, el heroísmo, el sacrificio, la generosidad-, pero, también, lo peor, la crueldad, la envidia, el resentimiento, la soberbia.” 

Naturalmente hay que leer El sueño del celta, siempre hay que leer a Vargas Llosa, aunque en este caso, desde mi punto de vista, el autor no llegue a la calidad literaria de La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La Fiesta del Chivo, por ejemplo.   

   
           

miércoles, 3 de agosto de 2011

Crisis e imaginación

“En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.”

Albert  Einstein

lunes, 1 de agosto de 2011

Hacia el final de un negro ciclo

El pasado viernes el Presidente Zapatero anunciaba públicamente su intención de adelantar las elecciones generales al próximo 20 de noviembre. Era, según decía, una decisión largamente meditada, aparentando en su comparecencia idéntica convicción con que apenas unas horas antes mantenía que “ni se le había pasado por la cabeza”, ese mismo adelanto electoral. Lo mismo y lo contrario a la vez y sin el más mínimo rubor, un perfecto epílogo para una manera de gobernar cambiante, frívola y sembrada de desconciertos. 

Es evidente que la situación económica de España ha sido decisiva en esta decisión, forzada sin duda por presiones de su propio partido y de los “mercados”, esas bestias negras a quienes tan barato sale en el corto plazo echarles las culpas de todos los males, pero que en el medio plazo se convierten en los mejores examinadores de la credibilidad y la solvencia de los gestores económicos y políticos. En su típico juego de malabarismo, Zapatero pasó de negar la crisis a reconocerla como sobrevenida “desde fuera”, de asegurar que no eran necesarias reformas de calado en nuestro sistema, a ser el mayor defensor de las mismas, previa llamada, eso sí, de Angela Merkel y el resto de socios europeos, y de asegurar ahora que era necesario esperar a marzo para completar las reformas a darlas ya todas por concluidas y exitosas.   

Según la Encuesta de Población Activa, el paro ha pasado de 2.287.200 desempleados en marzo de 2004, cuando asumió el poder, a los 4.910.200 actuales; el crecimiento económico del 2´9% al 0´8%; el déficit público en relación al PIB del 0’2% de 2003 al 9’2% en 2010; y la temida prima de riesgo, es decir, el diferencial en los tipos de interés entre Alemania y España, de los 0 puntos básicos en el primer trimestre del 2004 a los 350 del pasado viernes. 

Siempre he pensado que la economía tiene mucho de subjetivo, con datos buenos en ocasiones hay estancamiento y en situaciones contrarias, no sabes muy bien porqué, se incrementa la actividad y el crecimiento. Las expectativas, cuando en ellas ponen su confianza una parte mayoritaria de la población, pueden conseguir romper el círculo vicioso de atonía-menor demanda-cierre de empresas-desempleo, y vuelta a empezar. Pero a ello ayudarán sin duda reformas de calado que habrían de acometerse sin falsos complejos y sin miedos a una opinión pública minoritaria pero que grita mucho: cambios en el sistema laboral que facilite la contratación sin crear barreras insalvables para las empresas en momentos de disminución de la demanda; mayor transparencia, asunción de responsabilidades y eliminación del “mangoneo” por parte de los políticos en nuestro sistema financiero público, entiéndanse cajas de ahorros, o lo que quede ellas dentro de unos meses; implantación de un sistema educativo exigente que lejos de conformarse en su mediocridad aspire a la excelencia; y el paulatino desmontaje de unos “chiringuitos” autonómicos en todo lo que se refiere a la ruptura de la imprescindible unidad de mercado provocada por una legislación contradictoria y, en demasiadas ocasiones, absurdamente diferente entre unos y otros, o la falta de coordinación de políticas fiscales que aspiren a la categoría de nacionales.

A partir del 20 de noviembre España tendrá ante sí la posibilidad de tomar caminos que, aunque difíciles, nos permitan recuperar entendimientos sociales y bienestar económico, ojalá no nos falte la inspiración en el momento decisivo. 
1-8-2011