domingo, 16 de noviembre de 2014

Entre la originalidad y la coincidencia

     "La civilización española posee indiscutiblemente su originalidad y su singularidad, pero ¿es radicalmente ajena a los grandes movimientos que caracterizan al Occidente europeo? No hay ningún motivo serio para pensarlo.
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     Uno tiene a veces la impresión de que son los mismos españoles los que han contribuido a difundir la leyenda negra, al insistir con excesivo masoquismo sobre determinados aspectos del pasado de su patria: la expulsión de los judíos y de los moriscos, la Inquisición, la violencia en la conquista de América... Cada nación tiene en su historia sus páginas negras, pero, en general, se las considera como acontecimientos que pertenecen a un pasado histórico que no tienen por qué empañar definitivamente la imagen de la nación."

Joseph Pérez. Historia de España

viernes, 14 de noviembre de 2014

Sobre la inmortalidad...?

          "Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal."

El Aleph. Jorge Luis Borges

domingo, 9 de noviembre de 2014

9 de noviembre

          Hoy hemos podido refrescar las imágenes de aquella noche berlinesa. Creo que era el Ministro del Interior de la República Democrática de Alemania quien anunciaba primero que no se reprimiría el paso de disidentes hacia la parte Federal; a partir de ahí, miles de alemanes de ambos lados se encontraron ante el dramático Muro de la Vergüenza, como lo había calificado Willy Brandt siendo alcalde de Berlín, unos para saltarlo, otros para darles la bienvenida y al final todos para derribarlo. Picos, martillos, palas, todo valía en una tarea que significaba pasar de la desolación, de la represión, del comunismo en su peor versión, a la libertad.

          La caída del muro de Berlín hace hoy justo veinticinco años supuso la señal más plástica del derrumbe de los regímenes comunistas en Europa, el final de una silente pero trágica guerra fría iniciada tras los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial. Todos pensábamos en aquel momento que nada sería igual en el futuro, que por fin Europa en particular y el mundo en general habrían aprendido la dolorosa lección de la que durante décadas fueron tristes protagonistas. Durante estos veinticinco años la Europa democrática se ha hecho más grande, nuevos países, entre ellos España, se han unido a un club en el que a cambio de soberanía, se garantizaba un futuro lleno de prosperidad, de paz y de libertades. Hoy, por desgracia, el panorama que se atisba en el medio plazo es distinto. La guerra de los Balcanes primero, el actual conflicto en Ucrania, la ascendente tensión entre Rusia y el resto de países europeos, los desequilibrios aparecidos durante la crisis económica y el incremento de los sentimientos nacionalistas, así como los nuevos populismos de diferente vitola, deben ser un motivo de preocupación y reflexión para todos los europeos.

          El azar (no creo que estuviese planificado) ha querido que el aniversario de la caída del Muro de Berlín haya coincidido con el simulacro de referéndum promovido por los partidos independentistas en Cataluña, en lo que desde mi punto de vista es el mayor órdago nunca lanzado contra la unidad del Estado y la paz en Europa, dado el efecto contagio que puede tener. Curiosa coincidencia, el valor simbólico del derrumbe de fronteras con el deseo ultramontano del levantamiento de otras nuevas. Ya nos hemos referido a que la primera batalla que se gana o que se pierde es siempre la de las palabras, y hay que reconocer que dando por bueno el “derecho a decidir de un pueblo”, unos han ganado mucho y otros, en la misma proporción, han sido en ese punto derrotados.

          Se quiera vestir como se quiera, aceptar que unos pueden decidir sobre algo que es de todos, significa consentir que la mayoría no tiene derecho a opinar sobre algo que le pertenece, y que ese derecho se pierde a favor de una minoría, quizás más organizada, acaso más vociferante, pero en cualquier caso, minoría. En otras palabras y ya está bien de buenismos estúpidos: cada vez que los nacionalistas catalanes apelan a su derecho a decidir sobre la unidad de España, con las consecuencias históricas, sociales, culturales, económicas, etc., que eso supone, nos están robando al resto de los españoles ese mismo derecho, nos están despojando de la más importante cualidad de ciudadanía que es la igualdad democrática, nos están convirtiendo en ciudadanos de segunda, inferiores en derechos y superiores en obligaciones, no están, digámoslo de una vez, insultando, menospreciando y ofendiendo, porque su reclamación de un derecho supone simple y llanamente la obligada renuncia de ese mismo derecho por parte del resto.   

           Pero la gran pregunta en estos momentos es que hacer. Los errores cometidos ya los sabemos todos: el inicial activismo social y político de una minoría nacionalista frente a la actitud “vaga” del resto; la debilidad tradicional de la idea de España sobre todo en amplios sectores de la izquierda política que, al contrario de lo ocurrido hasta prácticamente la guerra civil, ligaba la idea de lo español con lo fascista; el sistema electoral favorable a las minorías nacionalistas en detrimento de los partidos con vocación nacional; el permanente chantajeo y la imperdonable dejación de los partidos mayoritarios, PP y PSOE, que año tras año negociaban el apoyo puntual de sus iniciativas parlamentarias a cambio de nuevas trasferencias de carácter permanente; la renuncia más absoluta e incomprensible de esos mismos partidos a favor del gobierno autonómico catalán en el ejercicio de todas las competencias de educación, los medios de comunicación, etc.; la permisividad ante el reiterado incumplimiento por parte del gobierno autonómico de las leyes y las sentencias judiciales en temas como la lengua y la libertad en su uso; la construcción de las principales vías de comunicación de España con el resto de Europa, por carretera o ferroviarias, de las grandes conexiones eléctricas o gasísticas y tantas otras infraestructuras siempre a través de Cataluña o del País Vasco, sin acometer un gran corredor aragonés, al albur de las presiones de los políticos nacionalistas que sabían del poder que así lograban; en definitiva, la permanente abdicación, la más absoluta falta de respuesta del Estado, en su estamento político pero también en el social, ante la iniciativa constante, persistente y eficaz de las élites políticas nacionalistas.


          Sinceramente creo que, a no ser que España en su conjunto y principalmente sus representantes políticos, opte por la aceptación de una derrota en su versión más cobarde, el “choque de trenes” está servido. Mañana los sectores soberanistas que han impulsado la pseudoconsulta, aunque ésta carezca de las mínimas garantías democráticas, se mostrarán en estado de éxtasis ante su éxito; el Presidente del Gobierno seguirá con su tradicional calma chicha, minimizando los efectos de dichos resultados; el secretario general del PSOE continuará con sus apelaciones al federalismo y la reforma de la Constitución, sin querer entender que los independentistas ya no están es eso. A corto plazo no veo solución que no sea traumática para todos, aunque no me atrevo a puntuar en qué grado. A largo plazo, y coincidiendo con la idea de Spengler de que la nación está fundada sobre una idea, creo que hay mucho trabajo por delante, de generaciones, para intentar unir cabos, para que la idea de lo español incluya también a los catalanes, como a los vascos o los valencianos (ojo con las futuras presiones que nos vienen encima con lo de els països catalans). El Estado deberá ser fuerte y los grandes partidos tendrán que estar dispuestos a pactar entre ellos para no permitir más cesiones de soberanía y en la medida que se pueda, recuperar las que se le han hurtado. No son permisibles más acomplejamientos, más miedos, más palabras sin contenido. Hará falta inteligencia y capacidad de diálogo, pero sabiendo a las claras a quien se tiene enfrente y cuáles son sus propósitos.            

domingo, 2 de noviembre de 2014

Libros, historias y referencias

Han caído en mis manos en la últimas semanas varios libros de historia de distinto pelaje pero siempre interesantes. El primero es Reyes Forales Medievales del Reino de Valencia, de José Vicente Gómez Bayarri. Bayarri es Catedrático de Historia y miembro de la Real Academia de Cultura Valenciana. A lo largo de más de trescientas páginas nos detalla las semblanzas personales, los conflictos de política y armas, las principales decisiones de las Cortes Valencianas, las distintas emisiones de monedas, etc., de los reyes que ocuparon tal magistratura desde la creación del Reino por Jaume I, hasta la unión de las Coronas de Aragón y Castilla en las personas de Fernando e Isabel respectivamente. Se trata de un libro descriptivo, cronológico y repleto de datos, bueno para entender el cuando y el como, pero corto en lo que se refiere al porqué. Adecuado para quien desee una primera aproximación a nuestra historia medieval, a partir de la cual profundizar en las razones de los distintos comportamientos.

El segundo es La Corona de Aragón. Manipulación, mito e historia, obra del también Catedrático y prolífico escritor José Luis Corral, tiene además la virtud de ofrecer una óptica “aragonesa” del periodo histórico que trata: Corral nació en la zaragozana Daroca e imparte clases en su Universidad. Como el autor afirma en la primera línea de la Introducción, se trata de un libro de Historia y por ello no obvia ni fechas ni hechos, pero incide de manera acertada en la amplia mitología y exageradas tergiversaciones se han escrito sobre la Corona de Aragón, principalmente desde los antiguos Condados Catalanes, en su ansia por justificar opciones que no son más que políticas. Un simple repaso al índice y sus anexos nos deja claras las intenciones de la obra: “La falsificación de la historia de la Corona de Aragón”, “¿Qué fue la Corona de Aragón?”, “Las intitulaciones de los reyes de Aragón y soberanos de la Corona de Aragón”, etc., exponiendo con meridiana claridad que la misma “No constituye ninguna “federación”, ni “confederación” de Estados”, y que “Los Estados que integran la Corona de Aragón mantienen sus propias leyes (Fueros de Aragón, Usatges en Cataluña o Furs en Valencia) y sus instituciones, pero bajo un mismo soberano”; una Corona en fin, que “se sostiene en sus soberanos y en la continuidad de su linaje”, y que desaparecerá precisamente cuando con la muerte sin descendencia de Carlos II el Hechizado, se acabe dicho linaje y la Corona de Aragón junto al resto de Coronas hispánicas, entre en una cruenta y larga guerra civil de la que a fin saldrá victorioso el Borbón Felipe V, precisamente el mismo al que Carlos II había nombrado heredero en su testamento de 3 de octubre de 1700. Un libro altamente recomendable y más ahora, con la cantidad de historietas que algunos nos cuentan.   

El tercero de los libros es Historia de la nación y del nacionalismo español, obra magna de más de mil quinientas páginas, dirigida por Antonio Morales Moya, Juan Pablo Fusi Aizpurúa y Andrés de Blas Guerrero, y en la que participan un total de cuarenta y ocho autores, especialistas en las distintas áreas que se estudian. Se trata de una obra de lectura y relecturas permanentes porque va a ser muy difícil a partir de su aparición hablar de los orígenes mitológicos de España, de su extensa Edad Media o las Crónicas medievales, de la “ideología” de la época imperial, o la del romanticismo, o de las distintas corrientes culturales por poner unos ejemplos, sin acudir a ella ni considerar las referencias que ofrece. Fruto como queda dicho del trabajo de muchos autores, podría parecer en principio contradictoria en sí misma puesto que llega a ofrecer versiones distintas de unos mismos hechos, pero es ahí precisamente donde está su valor, en que lejos de contradecirse se complementa con la riqueza de la discrepancia haciendo buena quizás aquella arriesgada cita de Paul Valéry de que la historia justifica lo que se desea, no enseñando nada porque lo contiene todo y da ejemplo de todo. Libro apropiado para quien se acerque a la historia con ánimo de aprendizaje del que se pase a una reflexión profunda sobre aquello que somos y del porqué lo somos.

El cuarto libro es Historia mínima de España, de Juan Pablo Fusi Aizpurúa. Fusi forma parte de ese grupo de historiadores, junto con Antonio Domínguez, Santos Juliá, Vicens Vives, García de Cortázar, José Carlos Mainer, García Cárcel, Carmen Iglesias, Fontana y algunos otros, que han sabido unir al estudio e investigación de la historia, la difusión popular de la misma, sacándola de las selectas aulas universitarias para hacerla comprensible al lector simplemente interesado. Es posible que sea un atrevimiento por mi parte afirmar esto, pero creo que son quienes mejor han sabido coger el testigo modernizador de nuestra historiografía, iniciado por los grandes hispanistas ingleses y franceses como Joseph Pérez, Hugh Thomas, Elliott, Bonassie, etc., superando las primeras interpretaciones de los Sanchez Albornoz, Pidal, Castro o Madariaga, por poner algunos ejemplos. En esa línea el libro de Fusi es un extraordinario compendio, en trescientas páginas, de la historia de España desde su prehistoria hasta la actual época democrática. Necesariamente debe ser un libro de resúmenes e interpretaciones generales pero precisamente por eso es tan valioso para quien desee tener un mínimo conocimiento histórico de su nación. El texto se estructura en seis grandes bloques temáticos: La formación de Hispania, La España Medieval, La España Imperial, El siglo XVIII español: el fin del Antiguo Régimen, España 1808-1939: la debilidad del estado nacional y De la dictadura a la democracia. Sin menoscabo de que pueda cada cual matizar alguna de esas interpretaciones, es un libro absolutamente recomendable. Si quien esto escribe tuviese alguna influencia en el Ministerio de Educación (y en los diecisiete ministeritos autonómicos), propondría que no acabase ningún estudiante sus estudios de enseñanza media, cualquiera que fuese la rama, sin haber estudiado este libro.