lunes, 28 de marzo de 2016

Sobre la muerte y la victoria en un revolucionario

              "¿No es eso, sobre todo, lo que quiere?, se preguntó Gisors. No aspira a ninguna gloria, a ninguna felicidad. Capaz de vencer, pero no de vivir de su victoria, ¿qué puede desear sino la muerte? Sin duda, pretende darle el sentido que otros dan a la vida. Morir lo más alto posible. ¿Alma de ambicioso, lo bastante lúcida, lo bastante separada de los hombre o lo bastante enferma para despreciar todos los objetos de su ambición y hasta su ambición misma?"

André Malraux, en La Condición humana

domingo, 27 de marzo de 2016

LA CONDICIÓN HUMANA, de André Malraux

Posiblemente sea cierto aquello de que todas las novelas tienen algo de autobiográfico, de ser así, no es de extrañar que de la apasionante vida de André Malraux (1901-1976), saliese una obra tan vibrante y sugestiva como la Condición humana. En Malraux se unen, quizás como en ningún otro escritor del siglo XX, acción y literatura, trinchera y pensamiento, y ello pese a que otros de sus contemporáneos como Hemingway, Orwell o Dos Passos no le vayan a la zaga, pero lo del francés es punto y aparte: participa en calidad de comisario comunista en la revolución China, como piloto de avión en la Guerra Civil española, lo detienen los nazis en 1939 de los que consigue huir, combate con la resistencia francesa, asume importante protagonismo en las luchas anticolonialistas de Asia, lo detienen en Camboya por expoliar piezas arqueológicas, se lanza a la búsqueda de la capital de la reina de Saba en el desierto de Arabia a bordo de un pequeño monomotor, y así un largo etcétera hasta completar una vida a caballo de gran parte de los acontecimientos que marcaron la pasada centuria. Junto a estas experiencias vitales también en lo intelectual fue protagonista de líneas fronterizas: quizás uno de los primeros escritores de una nueva literatura comprometida, promotor del cubismo o del expresionismo alemán, o copartícipe de una manera u otra de todas las vanguardias de los años veinte y treinta; partiendo de la bohemia y acabando en los burgueses salones desde donde se gobernaba la Quinta República, siempre se sintió satisfecho además, del mundano mundo de oropeles y vanidades que le rodeaba. En lo político, comunista convencido y revolucionario en su primera etapa, cambiará a nacionalista hasta transformarse en el más fiel gaullista, asumiendo el Ministerio de Cultura en gobiernos del General Presidente por quien profesará hasta sus últimos días una adhesión inquebrantable. Apasionado, controvertido, contradictorio, narcisista, brillante, ególatra, misógino,… genial, pocos calificativos pueden ahorrarse para quien hizo del pensamiento y la acción un cuerpo único. 

La Condición humana tiene como trasfondo la revolución de Shangai de 1927, en la que la unión del Partido Comunista Chino y el Kuomintang dirigido por Chiang Kai-chek logran derrocar al régimen militar, el de los Señores de la Guerra nacido de los estertores del Imperio, si bien su argumento y su mensaje, que lo tiene y mucho, se centra en la posterior guerra civil entre los dos aliados que acabará con la masacre de los comunistas por parte del Kuomintang, en su intención de implantar un régimen nacionalista moderado. Los héroes de la novela, Kyo, Chen, Katov son, más allá de personajes de una historia, verdaderos arquetipos del ideal revolucionario, distintos entre sí pero a la vez complementarios: la acción, el programa, la organización, cada cualidad encarnada en un hombre, siempre hombre. El final de todos ellos es la muerte, porque la intención de Malraux es elevarlos al máximo escalafón moral, a la máxima dignificación que los haga genuinos representantes de “la condición humana”. Malraux hace así de la novela un panegírico del comunismo, pero sin caer en la mera propaganda, en el panfleto, bien al contrario, formando un mosaico en el que cada pieza encaja con su antagónica: el heroísmo con el miedo e incluso la traición, la bondad y el afán de justicia con el egoísmo del poder y del dinero, y para que no falte de nada, la filosofía que nace de la bola de opio que consume el viejo Gisors entremezclada con la frivolidad y el oportunismo del barón de Clappique.

Efectivamente Malraux necesita de la muerte de sus héroes porque eso es lo que da fuerza y sentido a la novela, de su trágica entrega a la causa, de la semilla que suponen sus huesos bajo tierra, porque es la mejor forma de que queden claras la utopía y la muerte, los dos puntos de un círculo cerrado que se autoalimenta a lo largo de la obra y que toman forma en dos frases en su final bien esclarecedoras: “Todo hombre es un loco”, pensó, “pero ¿qué es un destino humano, sino una vida de esfuerzo para unir a ese loco con el universo?”,…y, “May, escúcheme: ¡no se necesitan nueve meses; se necesitan sesenta años para hacer un hombre; sesenta años de sacrificio, de voluntad, de… tantas cosas! Y cuando ese hombre está hecho; cuando ya no queda en él nada de la infancia ni de la adolescencia; cuando, verdaderamente, es un hombre, no sirve más que para morir.” En ellas no se habla ni siquiera de una ideología determinada, ni de un acontecimiento concreto, sino de la constatación histórica de la condición en la que los humanos vivimos, intemporal e ilocalizable, de ahí que a la novela pueda otorgársele sin ninguna duda el calificativo de obra clásica.