sábado, 30 de marzo de 2013

DIOS


Hay temas que por su propia esencia producen vértigo, y sin duda la existencia o no de un ser superior y primero del que todo emana es uno de esos; quizás Dios es el tema por excelencia. Evidentemente no me atrevo a dar ningún tipo de opinión propia al respecto, pero os brindo la de otros por si a alguien, estos días precisamente de Semana Santa, le apetece pensar un rato sobre ello.  

Hace poco oí y leí, de forma casual y con pocos días de diferencia, la misma frase pronunciada por dos eminentes pensadores desde posiciones distintas; pero además me sorprendió, dado el clásico enfrentamiento entre ciencia y religión, la opinión expresada en función de la procedencia académica de cada uno de ellos, fundamentalmente por parte del científico.   

El primero fue el filósofo Fernando Savater, agnóstico en lo que a religión respecta, que en el transcurso de una conferencia de la que ya comentamos algo días pasados, afirmaba que nada hay que demuestre la existencia de Dios, ni tampoco nada que demuestre su no existencia. En el mismo sentido se manifestaba en una entrevista publicada en El País Werner Arber, protestante y darwiniano, Nobel de medicina y Catedrático de Microbiología Molecular, “La ciencia no puede probar que Dios existe, pero tampoco puede demostrar que no existe…Dios no se puede personificar, pero veo que la ciencia tiene sus límites y hay un poder divino en la naturaleza que no puedo explicar”.

 De forma más ecléctica y en una curiosa relación entre la formación y la estructura del universo con la del cerebro, se manifestaba otro científico, en este caso David Jou, profesor de Física de la Universidad Autónoma de Barcelona, en otra entrevista en el diario ABC: “Los físicos tenemos la impresión de que lo sabemos casi todo del Universo y no nos damos cuenta de que dentro de nosotros hay otro “universo” mucho más complejo”, “Se puede interpretar el Universo como un gran ordenador del que podría emerger un gran pensamiento que interaccionara con el que ha surgido en su interior. Religiosamente, no habría problema en imaginar un pensamiento que podría ser el Logos del Evangelio de San Juan”.   

Lo interesante de todo esto es comprobar cómo, a estas alturas del progreso científico y después de dos mil años de teología cristiana, afortunadamente aún no hemos llegado a ningún tipo de límite en el pensamiento, las puertas siguen abiertas. 

"Paz hogareña y paz del alma"

"Nuestro estado de ánimo corriente depende del estado de ánimo en que sepamos mantener a las personas que nos rodean." 

Friederich Nietzsche

domingo, 24 de marzo de 2013

HACIENDO HISTORIA, de John H. Elliott


El último libro de John Elliott, catedrático emérito de Historia Moderna en la Universidad de Oxford, es una especie de autobiografía profesional que tiene la virtud de unir, junto a las tareas ejercidas propiamente por su condición de historiador, los cambios acaecidos en la historiografía contemporánea desde que mostró su interés por este campo de investigación, al inicio de la década de los cincuenta del pasado siglo, hasta nuestros días.

Elliott forma parte, junto con Hugh Thomas, Joseph Pérez, Stanley Payne y unos cuantos más, de esa pléyade de historiadores “hispanistas”, que contribuyeron, en un momento de cierta sequía intelectual patria, a incrementar el interés por nuestro pasado no solamente en los propios historiadores locales, sino fundamentalmente en un público inquieto que encontró en sus trabajos el suficiente atractivo como para hacer del estudio ese pasado el sustrato de sus inquietudes culturales.

A lo largo de trescientas páginas, en Haciendo historia (Ediciones Santillana, 2012), Elliott nos va presentando los motivos de la elección de España como centro de su atención, el deseo de averiguar el porqué de estereotipos que no duda en calificar de obsoletos, la difícil reconciliación entre la unidad y la diversidad de su propio territorio, o los procesos internos y externos que propiciaron tanto la formación como la decadencia de un inmenso imperio trasatlántico que tantos recelos, cuando no abiertas antipatías, suscitó en países vecinos, temerosos de las potencialidades de una monarquía universal bajo la Casa de los Habsburgo. La respuesta que él mismo se da, “es que se trata de un país infinitamente fascinante, cuya historia, compuesta por sorprendentes éxitos e igualmente por asombrosos fracasos, abarca temas de relevancia universal,… un país cuyos logros religiosos, culturales y artísticos a lo largo de los siglos han realizado una contribución riquísima, aunque a menudo controvertida, a la civilización humana”.   

Por los recurrentes acontecimientos que en estos momentos vivimos, tienen especial interés las referencias al historiador Jaume Vicens Vives y a la controversia que éste tuvo en su momento, año 1935, con Rovira i Virgili y el resto de historiadores tradicionalistas catalanes vinculados al Institut d´Estudis Catalans, a los que acusaba de “abordar la historia de Cataluña desde un postura ideológica preconcebida”; así como al síndrome de “víctima inocente”, según el cual “Las comunidades nacionales que sucumben a este síndrome tienden a verse a sí mismas como víctimas permanentes de fuerzas malignas que emanan de uno o varios vecinos más poderosos”, “Ni el síndrome de pueblo escogido ni el síndrome de la víctima inocente son propicios para escribir buena historia”. ¡Cuánto esfuerzo nos ahorraríamos si en algún momento fuésemos capaces de ver la historia sin tantos apriorismos victimistas! Valdrá la pena detenernos en este punto, y también en el porqué la rebelión surgida en Cataluña ante la pretensión Real de movilizar recursos para la guerra en las décadas de 1620 y 1630, no se siguió en el Reino de Valencia, pero esto será motivo de otro artículo.

Desde el punto de vista puramente historiográfico resultan muy interesantes las reflexiones que el autor hace sobre los estudios biográficos, él mismo los desarrolló brillantemente en El conde-duque de Olivares,  así como el enfrentamiento mantenido por éste con Richelieu en defensa de sus respectivas monarquías y por la influencia de éstas en el orbe mundial, controversia de la que a la sazón resultaría victorioso el cardenal francés. Similar interés tiene la utilización de la historia comparada como herramienta de trabajo y los problemas que la propia elección de los  elementos de comparación tiene a fin de evitar anacronismos en los que tan a menudo se incurre. Lecciones en fin, de técnica historiográfica muy interesantes para quienes pretendan adentrarse en la investigación de cualquier episodio del pasado, al hilo de lo cual podemos acabar con una reflexión que Elliott hace en el Prólogo del libro: “Creo que la teoría es menos importante para escribir buena historia que la capacidad de introducirse con imaginación en la vida de una sociedad remota en el tiempo o el espacio y elaborar una explicación convincente de por qué sus habitantes pensaron y se comportaron como lo hicieron”.

martes, 19 de marzo de 2013

En torno a la muerte


No me dirán que el tema no es enormemente sugerente. La muerte en realidad lo es todo dentro de la vida, porque es precisamente la certeza que tenemos de la muerte aquello por lo que somos conscientes de que vivimos.

Esta semana he tenido la oportunidad de asistir a una conferencia de Fernando Savater titulada El sentido de la vida ante la perspectiva de la muerte, ahí es nada. Savater habla de lo importante de manera cotidiana, es decir, te cuenta que es la muerte lo que nos hace pensativos, con la misma sencillez con que cualquiera comenta la tormenta del día antes en la barra de un bar del pueblo. Es precisamente esa contidianidad la que te permite a la salida vislumbrar el final de la vida, de tu vida, con una cierta normalidad, y te conformas mejor ante tu inevitable trágico final, aunque no sea más que durante un par de horas, sin tener necesariamente que haber padecido previamente un infarto, experiencia que según dicen los que la pasan, si la pasan, que te hace que mirar la vida “de otra manera”.

Efectivamente la muerte, ser conscientes de la muerte, que no es lo mismo que tener miedo a la muerte, es lo que nos da la certeza de nuestra vulnerabilidad, y porque somos vulnerables, aceptamos la moralidad,… y los vicios, cara y cruz de la misma moneda, y nos esforzamos en crear cultura como una prevención ante la misma muerte. No hay nada tan inmoral ni tan tonto como un inmortal dios mitológico. “Solo lo frágil y lo vulnerable es digno de amor”, dice el maestro; y también la muerte no da libertad, añade Spinoza: “El hombre libre sólo piensa en la muerte, y su sabiduría es una meditación, no de la muerte, sino de la vida”.

Es en ese contexto sencillo, evidente, racional, cuando Savater, ya entrado en edad, dice por experiencia propia aquello de que “lo divertido de la vejez es que todo se convierte en un deporte de riesgo”, y entonces el auditorio no puede evitar una risa casi estruendosa ante la inevitable perspectiva de la muerte.       

Pero aún queda un mensaje-resumen que llega con las preguntas; ¿cuáles son las virtudes ante la vida?: el coraje precisamente para vivir; la generosidad para convivir y la prudencia para sobrevivir.

Buenas noches y felices sueños. 

domingo, 3 de marzo de 2013

¿Dónde están nuestros intelectuales?


Hemos sabido esta semana que el Gobierno recurrirá ante el Tribunal Constitucional la declaración soberanista aprobada por el Parlamento Catalán; era lógico que así fuera, como también era de prever el menosprecio con que los nacionalistas han respondido a lo que no es sino el mínimo exigible a cualquier gobernante: que cumpla y haga cumplir las leyes.  

Pero si todo ello era lo previsible en la gravedad que el caso encierra, lo que desconcierta a estas alturas del proceso es la falta de debate intelectual acerca de la existencia o negación, nada más ni nada menos, que de la propia Nación española. Desde Cervantes o Quevedo, pasando por Feijoo y Jovellanos, Larra o Menéndez Pelayo, hasta sumergirse en la Generación toda del 98, “el problema de España”, ha sido una constante en la preocupación de nuestros mejores pensadores, por eso ahora, cuando de forma más lacerante se vive el desafío de los nacionalistas hasta ayer mismo moderados, e incluso los sectores de nuestro socialismo alumbran dudas desconcertadoras acerca de lo que somos (¡qué dirían al respecto Pablo Iglesias, Prieto o Besteiro si pudieran!), desmoraliza ver la falta de opinión publicada de historiadores, filósofos o creativos de cualquier campo al respecto.

Es cierto que el tiempo y el humor, a menudo el mal humor, nos lo ocupan cuestiones económicas siempre grises o noticias sobre conductas más que improcedentes que día sí día también copan los distintos informativos, pero también lo es que necesitamos separar el grano de la paja, y que por muy importantes que sean los  problemas coyunturales que desde luego hay que solucionar, no deberíamos perder la perspectiva de lo que nos estamos jugando con el caso catalán: que España siga adelante, con sus virtudes y sus defectos, con sus luces o con sus sombras, o que la perdamos para siempre vencidos ante un argumento tan pueril como el Espanya ens roba, que esgrimen los independentistas.   

La cuestión de España no es de derechas ni de izquierdas, no es de ideología de lo que aquí estamos hablando, es de sentimientos, de historia, de planes compartidos para el mañana, de una porción trascendental en la tarea civilizadora del pasado y del futuro, es una cuestión de afectos compartidos entre personas o entre territorios del norte y del sur o del este o del oeste; estamos hablando del alma de un pueblo, de nuestro pueblo, de nuestra cultura, de nuestra mirada americana desde la ventana de Europa. ¿De verdad que nada tienen que decir sobre todo ello nuestros intelectuales? Por desgracia no hay en el Parlamento en estos momentos un Azaña y un Ortega y Gasset capaces de elevar el debate al Olimpo de la trascendencia, pero ¿tampoco los hay en nuestras universidades?, ¿entre nuestros escritores?, ¿entre los que, siendo los mejor dotados, tiene la obligación de dar luz a nuestros pasos?

Era precisamente desde América a principios del siglo XX, cuando Rubén Darío se preguntaba por el futuro de la Hispanidad con palabras que en estos momentos deberían ser auténticos aldabonazos a nuestra conciencia:

La América española, como la España entera,
Fija está en el Oriente de su fatal destino;
Yo interrogo a la esfinge que el porvenir espera
Con la interrogación de tu cuello divino,
……
¿Callaremos ahora para llorar después?