miércoles, 10 de febrero de 2016

La triste actualidad

Dos son los temas que llenan periódicos y telediarios de forma mayoritaria durante estas semanas: las negociaciones para la formación del futuro Gobierno de España y los casos de corrupción que afectan fundamentalmente al PP. Poco se puede añadir que no se haya dicho por unos u otros respecto a cualquiera de ellos, poco o nada me motiva en este momento a hablar del primero, pero no me resisto a hacer algunas consideraciones respecto al segundo de los asuntos.

Primero y principal: asco, hastío e indignación, pocas palabras resumen mejor que éstas el estado en que se encuentran, en que nos encontramos, la mayor parte de quienes de una u otra forma estamos, en el pasado o en el presente, relacionados con esa formación política. Es tal la abundancia de casos de corrupción que está saliendo a la luz (afortunadamente la justicia funciona, se la deja funcionar, aunque de forma lenta) que quienes militamos, simpatizamos o votamos al Partido Popular no podemos más que avergonzarnos por la conducta de aquellos que aprovechando unas siglas, y detrás de ello una inmensa carga de ilusión, se han lucrado de forma ilegal en lo que es la más miserable de las actuaciones de cualquier político: hacer de los intereses públicos un irregular negocio privado.

Es cierto que la corrupción no es cosa de un partido, de ser así la solución sería fácil, con ilegalizar a ese partido como pretenden por cierto algunos, se habría acabado. Pero no es el caso, la corrupción en la política depende del poder, cuanto más poder y más duradero sea en manos de las mismas personas, más corrupción por parte de éstos. En Andalucía, donde el poder es mayoritariamente del PSOE, los casos de corrupción son mayoritariamente del PSOE; en Cataluña, donde el poder mayoritariamente ha sido y es de los nacionalistas de la antigua CIU, la corrupción es mayoritariamente de CIU; en Valencia o en Madrid, donde el poder ha estado durante muchos años en manos del PP, los casos de corrupción indefectiblemente son del PP. Los únicos que parecen librarse son los partidos que permanentemente han estado en la oposición (aunque con matices, porque por ejemplo en el Consejo de Administración de Bankia estaban todos, además de los Sindicatos, y todos, prácticamente en igual proporción a su representación, están afectados por casos como el de las tarjetas black), y las formaciones nuevas como Ciudadanos o Podemos, aunque el hecho de que éstos últimos se hayan financiado por regímenes tan poco presentables como los de Venezuela o Irán, y que dicha financiación se haya encubierto en pagos por informes sometidos a una dudosa tributación por poner solo un ejemplo, hace pensar que ya apuntan maneras. La corrupción además, admitámoslo si queremos realmente ir al fondo del asunto, está escandalosamente generalizada en todo el país, quizás porque hasta que una gravísima crisis no nos ha golpeado, socialmente se la tenía como algo asumible y un aceptable mal menor; al fin y al cabo hay corrupción cada vez que defraudamos impuestos, cuando exigimos al albañil, o al fontanero, o al electricista que nos efectúa una pequeña reparación en nuestras casas una factura sin IVA, cuando se trabaja “en negro” o cuando un desempleado compagina la prestación con un trabajo que no cotiza, porque aunque esto parezca pecata minuta, ¿quién podría asegurar que si hemos cometido esas pequeñas triquiñuelas, no habríamos sido capaces de hacerlas mayores si por nuestro cargo, por nuestra responsabilidad, por nuestras atribuciones, se nos hubiese presentado la ocasión?, dicen las estadísticas que la economía sumergida en España el del 20% del PIB, y eso es mucho para que lo provoquen solo unos pocos. Ojalá en algún momento fuésemos capaces de, dejando a un lado las filias y la fobias políticas de cada cual, abordar responsablemente esta auténtica enfermedad silenciosa que carcome la base ética sobre la que está construido nuestro modelo de vida.   

Pero volvamos al caso del Partido Popular, no caigamos en el cinismo tan usual de mirar la paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga del propio. El PP representa, junto a buena parte de Ciudadanos, al menos a ese cincuenta por cien de la población que según el criterio clásico pero también cada vez más impreciso, se siente de centro derecha. Estoy convencido de que la mayor parte de ese porcentaje quiere, queremos, un Partido Popular de corte liberal, democrático al uso de las democracias de nuestro entorno, educado en las formas y culto en el fondo, con un profundo sentido de pertenencia a España sin que se tenga que renunciar, en nuestro caso, a un valencianismo activo, exigente y cooperante, en permanente autocrítica, defensor a ultranza de la libertad individual, de la economía de mercado, respetuoso y dialogante con el adversario. Ese es el proyecto, esa ha de ser nuestra propuesta y nuestra contribución a una sociedad más libre, más avanzada, más respetuosa, más solidaria, más democrática en fin, y cualquier obstáculo que se presente debería vencerse, por el bien no ya de la formación, sino de la sociedad en general que precisa para su buen funcionamiento de un “centro derecha”, como también de un “centro izquierda”, estables. Si la corrupción es, como creemos, uno de esos obstáculos, la batalla contra ella debe ser contundente y fulminante, una batalla que exige un cambio de personas y una refundación hacia los mismos principios de siempre, pero limpios de polvo y paja. Suele argumentarse al hablar de la corrupción política que la valoración es distinta en la izquierda y en la derecha, una más permisiva que otra, y como ejemplo se suele presentar el casi nulo impacto electoral que tiene en Andalucía con protagonistas socialistas, al que está teniendo en Valencia. No estoy seguro que sea así, pero de serlo mejor estar en el lado de la autocrítica más exigente, aunque solo sea para poder dormir mejor cada noche.   

Es cierto que esa contundencia a la que apelamos provocará perjuicios personales injustos, pero ahora más que nunca el interés general debe primar sobre el particular, aún provocando inmerecidos quebrantos particulares. ¿A que nos referimos al hablar de esos inmerecidos quebrantos particulares?, el ejemplo más cercano lo hemos vivido en Beneixama; como todos recordamos, hace unos meses y a causa de una denuncia, se produjo una intervención policial en el Ayuntamiento de Beneixama que tuvo una amplia repercusión mediática que nos afectó en nuestra honorabilidad a varias personas. Por lo que sabemos, pasado el tiempo los asuntos investigados (menos uno de momento, que no afecta a ningún miembro del PP), han sido archivados por la Justicia, pero el daño personal ya estaba hecho, ¿se sabe si alguien de los que alegremente criticó o incluso insultó a los afectados, les ha pedido después algún tipo de disculpas?, creo que no, y hablo con conocimiento de causa. Del mismo modo, estoy seguro que muchos de los nombres que en estos momentos aparecen en la prensa relacionados con los distintos casos que se investigan a todos los niveles al final quedará libres de sospecha, pero nadie va a poder evitar que su presencia en órganos de gobierno del partido o de instituciones lesione gravemente el nombre de la formación en particular y de la política en general, por lo tanto, es hora de dar un paso atrás por parte de muchos, y que caras nuevas con nuevas ilusiones pasen a ocupar el protagonismo; gente sobradamente preparada la hay, pero debe de haber voluntad, individual y por parte de la dirección.  

Ignoro finalmente cual será el camino que se seguirá, pero urge tomarlo, en la España de nuestro tiempo hay demasiadas cosas en juego para caer en el desánimo.