Dos son los temas que llenan periódicos y telediarios de
forma mayoritaria durante estas semanas: las negociaciones para la formación
del futuro Gobierno de España y los casos de corrupción que afectan
fundamentalmente al PP. Poco se puede añadir que no se haya dicho por unos u
otros respecto a cualquiera de ellos, poco o nada me motiva en este momento a
hablar del primero, pero no me resisto a hacer algunas consideraciones respecto
al segundo de los asuntos.
Primero y principal: asco, hastío e indignación, pocas
palabras resumen mejor que éstas el estado en que se encuentran, en que nos
encontramos, la mayor parte de quienes de una u otra forma estamos, en el
pasado o en el presente, relacionados con esa formación política. Es tal la
abundancia de casos de corrupción que está saliendo a la luz (afortunadamente
la justicia funciona, se la deja funcionar, aunque de forma lenta) que quienes
militamos, simpatizamos o votamos al Partido Popular no podemos más que avergonzarnos
por la conducta de aquellos que aprovechando unas siglas, y detrás de ello una
inmensa carga de ilusión, se han lucrado de forma ilegal en lo que es la más miserable
de las actuaciones de cualquier político: hacer de los intereses públicos un
irregular negocio privado.
Es cierto que la corrupción no es cosa de un partido, de
ser así la solución sería fácil, con ilegalizar a ese partido como pretenden
por cierto algunos, se habría acabado. Pero no es el caso, la corrupción en la
política depende del poder, cuanto más poder y más duradero sea en manos de las
mismas personas, más corrupción por parte de éstos. En Andalucía, donde el
poder es mayoritariamente del PSOE, los casos de corrupción son mayoritariamente
del PSOE; en Cataluña, donde el poder mayoritariamente ha sido y es de los
nacionalistas de la antigua CIU, la corrupción es mayoritariamente de CIU; en
Valencia o en Madrid, donde el poder ha estado durante muchos años en manos del
PP, los casos de corrupción indefectiblemente son del PP. Los únicos que
parecen librarse son los partidos que permanentemente han estado en la
oposición (aunque con matices, porque por ejemplo en el Consejo de
Administración de Bankia estaban todos, además de los Sindicatos, y todos,
prácticamente en igual proporción a su representación, están afectados por casos
como el de las tarjetas black), y las
formaciones nuevas como Ciudadanos o Podemos, aunque el hecho de que éstos
últimos se hayan financiado por regímenes tan poco presentables como los de Venezuela
o Irán, y que dicha financiación se haya encubierto en pagos por informes
sometidos a una dudosa tributación por poner solo un ejemplo, hace pensar que
ya apuntan maneras. La corrupción además, admitámoslo si queremos realmente ir
al fondo del asunto, está escandalosamente generalizada en todo el país, quizás
porque hasta que una gravísima crisis no nos ha golpeado, socialmente se la
tenía como algo asumible y un aceptable mal menor; al fin y al cabo hay corrupción
cada vez que defraudamos impuestos, cuando exigimos al albañil, o al fontanero,
o al electricista que nos efectúa una pequeña reparación en nuestras casas una
factura sin IVA, cuando se trabaja “en negro” o cuando un desempleado compagina
la prestación con un trabajo que no cotiza, porque aunque esto parezca pecata minuta, ¿quién podría asegurar
que si hemos cometido esas pequeñas triquiñuelas, no habríamos sido capaces de
hacerlas mayores si por nuestro cargo, por nuestra responsabilidad, por
nuestras atribuciones, se nos hubiese presentado la ocasión?, dicen las
estadísticas que la economía sumergida en España el del 20% del PIB, y eso es
mucho para que lo provoquen solo unos pocos. Ojalá en algún momento fuésemos
capaces de, dejando a un lado las filias y la fobias políticas de cada cual, abordar responsablemente esta auténtica enfermedad silenciosa que carcome la
base ética sobre la que está construido nuestro modelo de vida.
Pero volvamos al caso del Partido Popular, no caigamos en
el cinismo tan usual de mirar la paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga
del propio. El PP representa, junto a buena parte de Ciudadanos, al menos a ese
cincuenta por cien de la población que según el criterio clásico pero también
cada vez más impreciso, se siente de centro derecha. Estoy convencido de que la
mayor parte de ese porcentaje quiere, queremos, un Partido Popular de corte liberal,
democrático al uso de las democracias de nuestro entorno, educado en las formas
y culto en el fondo, con un profundo sentido de pertenencia a España sin que se
tenga que renunciar, en nuestro caso, a un valencianismo activo, exigente y
cooperante, en permanente autocrítica, defensor a ultranza de la libertad
individual, de la economía de mercado, respetuoso y dialogante con el
adversario. Ese es el proyecto, esa ha de ser nuestra propuesta y nuestra contribución
a una sociedad más libre, más avanzada, más respetuosa, más solidaria, más
democrática en fin, y cualquier obstáculo que se presente debería vencerse, por
el bien no ya de la formación, sino de la sociedad en general que precisa para
su buen funcionamiento de un “centro derecha”, como también de un “centro
izquierda”, estables. Si la corrupción es, como creemos, uno de esos
obstáculos, la batalla contra ella debe ser contundente y fulminante, una
batalla que exige un cambio de personas y una refundación hacia los mismos
principios de siempre, pero limpios de polvo y paja. Suele argumentarse al
hablar de la corrupción política que la valoración es distinta en la izquierda
y en la derecha, una más permisiva que otra, y como ejemplo se suele presentar
el casi nulo impacto electoral que tiene en Andalucía con protagonistas
socialistas, al que está teniendo en Valencia. No estoy seguro que sea así, pero
de serlo mejor estar en el lado de la autocrítica más exigente, aunque solo sea
para poder dormir mejor cada noche.
Es cierto que esa contundencia a la que apelamos provocará
perjuicios personales injustos, pero ahora más que nunca el interés general
debe primar sobre el particular, aún provocando inmerecidos quebrantos
particulares. ¿A que nos referimos al hablar de esos inmerecidos quebrantos
particulares?, el ejemplo más cercano lo hemos vivido en Beneixama; como todos recordamos,
hace unos meses y a causa de una denuncia, se produjo una intervención policial
en el Ayuntamiento de Beneixama que tuvo una amplia repercusión mediática que
nos afectó en nuestra honorabilidad a varias personas. Por lo que sabemos, pasado
el tiempo los asuntos investigados (menos uno de momento,
que no afecta a ningún miembro del PP), han sido archivados por la Justicia,
pero el daño personal ya estaba hecho, ¿se sabe si alguien de los que
alegremente criticó o incluso insultó a los afectados, les ha pedido después
algún tipo de disculpas?, creo que no, y hablo con conocimiento de causa. Del
mismo modo, estoy seguro que muchos de los nombres que en estos momentos
aparecen en la prensa relacionados con los distintos casos que se investigan a
todos los niveles al final quedará libres de sospecha, pero nadie va a poder
evitar que su presencia en órganos de gobierno del partido o de instituciones lesione
gravemente el nombre de la formación en particular y de la política en general,
por lo tanto, es hora de dar un paso atrás por parte de muchos, y que caras
nuevas con nuevas ilusiones pasen a ocupar el protagonismo; gente sobradamente
preparada la hay, pero debe de haber voluntad, individual y por parte de la
dirección.
Ignoro finalmente cual será el camino que se seguirá, pero urge
tomarlo, en la España de nuestro tiempo hay demasiadas cosas en juego para caer
en el desánimo.