domingo, 27 de febrero de 2022

Una nueva guerra en Europa

 

Había una cierta creencia entre las generaciones nacidas allá por la época de nuestra Transición, de que las imágenes de la guerra en suelo europeo formaban definitivamente parte de la historia, incluso la Guerra de los Balcanes no había hecho demasiada mella en este parecer.

El siglo XX fue especialmente duro, los españoles vivimos una Guerra Civil que nos desbastó humana y económicamente, y el resto de Europa, dos Guerras Mundiales que causaron millones de muertos civiles víctimas además de técnicas de aniquilamiento nunca vistas hasta entonces. Terminados los conflictos la sociedad internacional creo organismos que fueran capaces de solucionar las disputas entre países sin recurrir a las armas: Naciones Unidas y todas sus organizaciones filiales, Unión Europea, etc. La caída del Muro de Berlín a finales de la década de los noventa y el consiguiente desmoronamiento del régimen soviético, así como la liberación del comercio internacional, parecía templar el termómetro de la Guerra Fría y acabar con el temido choque de bloques. Hace un par de días hemos podido comprobar que todo fue un sueño.

Rusia, desposeída de su zona de influencia cuando existía la URSS, con motivo de su desmoronamiento ideológico, parece querer ahora recuperarla por la fuerza. En una acción que recuerda a la emprendida por el régimen nazi en los años cuarenta con Polonia, cuando buscaba su llamado espacio vital, ha invadido con la crueldad propia de la más convencional de las guerras un país soberano como es Ucrania.

De momento la reacción de lo que llamamos el mundo occidental, el de las democracias liberales que mal que bien son las únicas que proporcionan bienestar y libertad a sus ciudadanos (y a la misma historia me remito para probarlo), ha reaccionado con sanciones económicas contra Rusia. La opinión pública, por ahora tímidamente, apela a su sentimiento pacifista, y bien está que lo haga, porque ello es la expresión de un convencimiento moral que la democracia le otorga: el deseo de entendimiento, de diálogo, de respeto, de humanidad.

Nadie en su sano juicio quiere la guerra, nadie puede desear la muerte violenta entre personas, habitantes de un mundo cada vez más finito y vulnerable, pero si hemos de ser realistas, y a ello nos obliga la responsabilidad de ciudadanos libres que han de decidir por sí mismos sus propias acciones, con apelar a la paz no basta, porque hacerlo sería ser víctimas de un buenismo falsario con el que estaríamos minando los cimientos de nuestra ética política.

¿Qué está ocurriendo ahora mismo en Europa?, desde mi punto se trata del choque entre democracia y totalitarismo, entre libertad y autoritarismo; es la confrontación de dos mundos de por sí incompatibles a la búsqueda de un difícil equilibrio, uno de los cuales amenaza al otro con destruirlo. Rusia ha invadido por la fuerza a un país vecino no porque se sienta hostigado por él, sino porque en su tímida democracia tras décadas sometido a un régimen comunista, supone un espejo peligroso por cuanto sus propios ciudadanos pueden llegar a convencerse de que cuando más libertad tengan mayores niveles de bienestar alcanzarán. Entendamos que dos nuevos bloques están en liza por el liderazgo político del mundo: el de las democracias liberales y el de los regímenes autócratas, China y Rusia a la cabeza. La pregunta para todos nosotros es hasta donde estamos dispuestos a sacrificarnos en la defensa de nuestro mundo, ¿nos quedamos con las bienintencionadas apelaciones a la paz, repito, necesarias, pero tras las que volvemos a nuestra zona de bienestar, o estamos dispuestos a sacrificar parte de ella en defensa de nuestros ideales?, ¿optamos por el apaciguamiento de Chamberlain o por el “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas” de Churchill? Que cada cual responda en conciencia.