domingo, 14 de noviembre de 2021

PENSAR ESPAÑA, de Juan Pablo Fusi

Una parte importante del pensamiento español, a partir fundamentalmente del último tercio del siglo XIX, ha circulado alrededor de la propia idea de España. También antes, desde Quevedo a Larra, pasando por Feijoo o Jovellanos, pero la diferencia es que a estos lo que les preocupaba eran los defectos de su Patria, aquello que necesitaba para estar a la altura de los tiempos que marcaba Europa, sin embargo, después de lo que se habla ya no es solo de características, sino de la propia esencia de esa Patria. Ignoro si en otros países se ha dado semejante plantel de intelectuales dándole vueltas alrededor de lo que son o de donde son, pero aquí la verdad es que los ha habido y de mucho peso, y quizás sea por ello que con el tiempo se ha ido creando un poso de autocrítica realmente original, y esto, que por supuesto no es malo en sí mismo, más bien al contrario, no debería sin embargo impidirnos discernir sobre la realidad de los acontecimientos. Ya nos advertía Joaquín Bartrina, precisamente en esa misma época, aquello de que si se oye a alguien hablar mal de España, es que era español, de ahí que no nos sorprenda que seamos nosotros mismos los que más nos hemos creído las abundantes falsedades de la leyenda negra, mucho más incluso que quienes se las inventaron. No dejemos de leer a este respecto a John H. Elliott y a Stanley G. Payne, entre otros muchos.  

  

Juan Pablo Fusi acaba de publicar Pensar España (Arzalia Ediciones, 2021), un texto en el que intenta poner al día todo ese pensamiento a lo largo del siglo XX. Lo inicia precisamente con una cita de Ortega, sin duda uno de los que mejor han sabido interpretar los intrincados vericuetos de nuestro carácter: “El español que pretenda huir de sus preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día, y acabará por comprender que para un hombre nacido entre Bidasoa y Gibraltar es España el problema primero, plenario y perentorio” (“La pedagogía social como problema político”, 1910)Es cierto, pero inmediatamente nos viene a la cabeza aquella otra reflexión suya sobre los excesos al abordar este asunto: “¿Cuándo concluirá en España esta inocente manía panegírica? Miremos que el verdadero patriotismo nos exige acabar con ese ridículo espectáculo de un pueblo que dedica su existencia a demostrar científicamente que existe. ¡Provincianismo! ¡Aldeanismo!” (El Espectador II, 1917). Concluyamos pues que España es para los españoles una preocupación digna de ser tenida en cuenta, con seriedad y calma, pero atendamos la invitación orteguiana de huir de la frivolidad, de interpretaciones parciales dictadas desde la sombra del campanario, de vernos arrastrados en ese torbellino últimamente tan de moda de cuestionamiento de la propia existencia a través de tergiversaciones históricas interesadas, que descuidadamente tomamos como serias pero que difícilmente superan el umbral de lo ridículo. 

 

Inicia su libro Juan Pablo Fusi con Ortega y Azaña, dos pensadores “…con proyectos sin duda discrepantes. Pero con un fundamento intelectual común: la preocupación por España como Estado y como nación”.  Si para Azaña la necesidad era crear un Estado moderno, fuerte y verdaderamente nacional, que preservase la unidad de España y asegurase la preeminencia de ese Estado, Ortega echaba de menos una “verdadera emoción nacional”, un nuevo nacionalismo que nos librase de las “emociones provinciales locales”, siendo como era España una “circunstancia” íntimamente emparejada con su “yo”, a la que había que salvar para salvarse a sí mismo. En realidad no es difícil llegar a la conclusión de que, aún por distintos caminos, el fin de los dos era el mismo. A partir de ahí, el autor repasa la impresionante vida intelectual de principios del siglo XX que culminó en la Segunda República; la desolación de la Guerra Civil con la pregunta clave que lanza Julián Marías de ¿cómo pudo ocurrir?, y su frase lapidaria del resultado de la contienda en la que unos fueron justamente vencidos y los otros injustamente vencedores; los “espacios de libertad” que a partir de la década de los sesenta van abriéndose paso hasta llegar a la exitosa Transición, y así hasta el final de la centuria. Es probable que sobre algún capítulo, dedicado más a hechos históricos que a pensamiento propiamente dicho, y que falten muchos autores que dedicaron buena parte de su obra a la reflexión serena sobre España, pero los que figuran lo están por merecimiento propio: Unamuno, Baroja, Azorín, Machado, Brenan, Raymond Carr, Savater, Semprún, y así un largo etcétera hasta llegar a Julián Marías, en nuestra opinión el más convincente de los discípulos de Ortega, para quien el particularismo de muchos de nuestros intelectuales pudo llevar al error de interpretar de forma negativa la totalidad de nuestra historia, como posiblemente ocurrió, apuntamos nosotros, con buena parte de los autores del 98. Llegada la Transición, es cierto que Marías expresó dudas respecto al texto de la Constitución al tiempo que ocupaba el puesto de Senador por designación real, en concreto por la idea que parecía subsistir de que España era un Estado conglomerado de nacionalidades y no una Nación perfectamente definida, sin embargo siempre mostró una absoluta confianza en el poder de la cultura y de los intelectuales de esos años para devolver, para poner el destino de la Nación en las manos de todos los españoles, auténticos responsables de su futuro. La obra de Marías: España ante la historia y ante sí misma (1898-1936); España inteligibleRazón histórica de las Españas y Cervantes, clave españolaLos españoles, etc., fue una continua reflexión sobre “¿Qué es España?”, aclarándonos de antemano que “Una sociedad es un sistema de vigencias: usos, creencias, ideas, estimaciones, proyectos con los cuales el individuo se encuentra y con los cuales tiene que contar” (España inteligible, 1985). En todo este elucubrar Marías no estuvo solo, contó con la colaboración extraordinaria de su esposa Dolores Franco, tempranamente fallecida, autora de España como preocupación (Alianza Editorial, 1988), un libro que, aunque Fusi no lo recoja en el suyo, nos parece imprescindible en cuanto compendio de la historia intelectual de España que a lo largo de los siglos se ha hecho esa misma pregunta, ¿qué es España?, ¿porqué aún hoy nos duelen sus indolencias y sus desvaríos, cuando los hubo?, ¿por qué no felicitarnos de las grandes gestas históricas, que nuestros antepasados protagonizaron en bien de la humanidad?

 

La reflexión en torno a la idea de España sigue abierta, por eso acierta Juan Pablo Fusi con su libro, que no es sino una invitación a seguir los pasos de quienes nos precedieron con sus ideas, ahora ya abiertos a este nuevo siglo XXI.