miércoles, 31 de agosto de 2016

CINCO ESQUINAS, de Mario Vargas Llosa

Hay autores a los que parece obligado seguir siempre, en primer lugar porque a ciertas alturas de la vida tienen más que acreditada la excelente calidad de su narrativa y siempre es un gozo leerla, y también porque es una forma de saber por dónde van los tiros de eso que llaman la gran literatura. Sin duda Vargas Llosa es uno de ellos, a todas luces el escritor vivo en lengua española más influyente a nivel mundial en la actualidad. Pero que los lectores nos auto impongamos esa obligación no quiere decir que aquello que sale de sus manos y llega a las nuestras tenga que ser invariablemente bendecido con la gracia de nuestro alago. Vayamos al caso.   

El argumento de fondo de Cinco esquinas, porque una cosa es la forma, el modo narrativo, pero tan importante o más lo es el fondo, aquello que se está narrando, es interesante: durante la dictadura de Fujimori y su compinche Vladimiro Montesinos en Perú, los resortes del poder que ellos dirigían se aprovecharon de la llamada prensa amarilla, hoy más conocida como prensa del corazón, para difundir infamias y calumnias sobre sus opositores políticos con el único propósito de destrozarlos, de desactivarlos políticamente ante la opinión pública. El argumento es sumamente interesante y merecía la pena que de él quedase constancia literaria, y quien sino debía hacerlo que el peruano Vargas Llosa. Pero al leer la novela lo primero que nos llama la sensación es que se queda corta, que el argumento hubiese podido dar más de sí, que hay suficiente sustancia en el caldo para rellenar trescientas o cuatrocientas páginas desarrollando un tema sin duda sugestivo, por momentos con matices periodísticos, políticos, sociales, históricos e incluso de triler policiaco, pero para ello la novela tendría que haberse trabajado más, dotarla de más historias, quizás más personajes, en una palabra, no dar el aspecto de improvisación que tiene.

A falta de esa profundización en los contenidos, de una mayor densidad en la trabazón del argumento, Vargas Llosa ha utilizado un recurso que parece tan fácil como fuera de lugar, que no viene a cuento del tema principal que se está tratando, que más parece un añadido simplemente por llegar a un mínimo de páginas obligatorio que una historia consustancial a aquello que se relata, y es la sexualidad, con un final que nos atrevemos de calificar de absurdo, de juego de niños, y que como desenlace desmejora absolutamente la tensión lograda con la historia del chantaje que se relata. Con todos los respetos del mundo, si Vargas Llosa quiere en algún momento escribir una novela sobre sexo por supuesto que le sobran cualidades para ello, pero no de forma que aparezca como un pastiche sin sentido.     

Soy, lo confieso, un admirador de Vargas Llosa no solamente en lo literario, sino también en muchos de sus posicionamientos políticos y sociales, pero creo que si por cualquier circunstancia uno no puede al menos intentar escribir un buen libro, debe de contenerse. Cinco esquinas es una novela perfectamente prescindible en su bibliografía, de la que hablamos porque la ha escrito quien la ha escrito, porque de lo contrario quizás no hubiese pasado ni el primer filtro en la editorial.   

Dan ganas de sumergirse con todas las prisas del mundo en la relectura de La ciudad y los perros o Conversación en La Catedral, por respeto al autor y a su obra.  

domingo, 28 de agosto de 2016

VIDA Y DESTINO, de Vasili Grossman

     Definitivamente hemos de convenir que hay libros reverenciales, libros que aún cerrados y convenientemente ordenados en sus anaqueles, irradian un algo especial que nos obligan a mirarlos con respeto y admiración, dignos casi de una discreta inclinación de cabeza. Sin duda Vida y destino cumple todas las condiciones para que pueda adjetivarse como reverencial.

      Vasili Grossman (Berdíchev, 1905 – Moscú, 1964) escribió ésta novela sobre la II Guerra Mundial en 1960 sufriendo inmediatamente la censura del régimen soviético y, pese a su prestigio como escritor y periodista en los medios intelectuales de la URSS, ganándose el  ostracismo que le acompañaría hasta su muerte cuatro años más tarde.  Afortunadamente y a partir de un manuscrito encontrado milagrosamente, una copia microfilmada pudo travesar el sólido telón de acero y publicarse en la década de los ochenta. Los avatares de la novela hasta su llegada al gran público dignifican más si cabe a la obra.

      Vida y destino tiene como fondo de escenario la batalla de Stalingrado, focalizando especialmente los días, a principios de 1943, previos y posteriores al quebramiento del bloqueo al que las tropas alemanas tenían sometida la ciudad, pero no por ello es una novela de guerra en sentido estricto del término, no es una novela que se detenga en los detalles de las operaciones llevadas a cabo por los dos grandes ejércitos en conflicto, es una novela de sentimientos, de pasiones y de sufrimientos personales de quienes son actores de la tragedia pero humanizados hasta el más recóndito de los extremos, es una novela de la vida de cada persona más allá del destino en que se ve imbuido. Antes de marcharse para siempre la anciana Aleksandra Vladímirovna decide visitar las ruinas de lo que fue su casa en Stalingrado, “Y ahí estaba, una mujer vieja ahora; vive esperando el bien, cree, teme el mal, llena de angustia por los que viven y también por los que están muertos; ahí está, mirando las ruinas de su casa, admirando el cielo de primavera sin saber lo que está admirando, preguntándose por qué el futuro de los que ama es tan oscuro y sus vidas están tan llenas de errores, sin darse cuenta de que precisamente esa confusión, esa niebla y ese dolor aportan la respuesta, la claridad, la esperanza, sin darse cuenta de que en lo más profundo de su alma ya conoce el significado de la vida que le ha tocado vivir, a ella y a los suyos. Y aunque ninguno de ellos pueda decir qué les espera, aunque sepan que en una época tan terrible el ser humano no es forjador de su propia felicidad y que sólo el destino tiene el poder de indultar y castigar, de ensalzar en la gloria o hundir en la miseria, de convertir a un hombre en polvo de un campo penitenciario, sin embargo ni el destino ni la historia ni la ira del Estado ni la gloria o la infamia de la batalla tienen poder para transformar a los que llevan por nombre seres humanos. Fuera lo que fuere lo que les deparará el futuro –la fama por su trabajo o la soledad, la miseria o la desesperación, la muerte y la ejecución-, ellos vivirán como seres humanos y morirán como seres humanos, y lo mismo para aquellos que ya han muerto; y solo en eso consiste la victoria amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas grandiosas e inhumanas que hubo y habrá en el mundo”.    

     La grandeza de la novela está precisamente ahí, en remarcar la condición de la vida humana más allá de los infortunios que tan a menudo el destino tiene reservado para cada cual, y lo hace en varios ambientes, de manera coral: en un Instituto Científico soviético con una muestra de la fuerza que la adulación y la traición tienen en un régimen dictatorial, donde la red de delaciones invisible incluye a compañeros y amigos, y donde mediocridad y mezquindad van unidos indiferentes a la clase social a la que cada cual pertenece. Lo hace con la sencillez aterradora con que se relata la llegada de un tren cargado de judíos, muchos sin conciencia de serlo solo unos meses antes, a un campo de exterminio nazi desde un gueto improvisado en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, bajo la mirada amenazadora o indiferente de quienes habían sido sus vecinos de toda la vida, bajo la luz negra del miedo paralizador, “Y sin avergonzarse ya de aquel sentimiento maternal que había nacido en ella, Sofia Ósipovna, una mujer soltera, cogió entre sus grandes manos de trabajadora la cara delgada de David. Era como si hubiera tomado entre sus manos sus ojos cálidos, y los besó. –Sí, si niño –dijo-. Hemos llegado a los baños.”, y todo ante un Jefe de Campo normal, con una familia normal, conducido por el destino al crimen, aún quizás sin quererlo.

     Si, la novela va de guerra, pero para resaltar las miserias que esa guerra causa en las relaciones humanas entre amigos y vecinos de siempre; va de guerra, pero para estremecer con la sordidez de la rutina en los enterramientos de un hospital; va de guerra, pero para apuntar al desencanto hacia la revolución comunista expresados por un viejo bolchevique de primera hora a un discípulo que no quiere oírlo, que no quiere creerlo, los dos encerrados en un campo de trabajo ruso, purificando por decisión imperativa del poder ese sentimiento revolucionario; va de guerra pero para poner de manifiesto los miles y miles de muertos de la retaguardia, a manos de sus respectivos visionarios llamados Hitler o Stalin, dependiendo de la cara de la moneda que se mire.   

     Harían falta muchas páginas para intentar un pequeño resumen de Vida y destino, pero aún así no habría manera de transmitir la melancolía, el dramatismo, también el amor y hasta la ilusión que debajo de la agonía de los hambrientos, de los heridos, de los presos, e incluso de los muertos, es capaz de sobrevivir. “Con una fuerza brutal que le sacudió el alma, percibió toda su vida: sus hijas, su desdichado hijo, su nieto Seriozha, las pérdidas irreparables y su cabeza gris, sin un techo. Una mujer débil, enferma, con el abrigo raído y los zapatos destaconados miraba las ruinas de su casa. ¿Qué le deparaba el futuro? A sus setenta años, era una incógnita. “Queda vida por delante”, pensó Aleksandra Vladímirovna. ¿Qué sería de aquellos a quienes amaba? No lo sabía. Un cielo primaveral la miraba a través de las ventanas vacías de su casa.”      
     Vida y destino no es una novela fácil, sus mil cien páginas y la multitud de personajes con nombres rusos o alemanes hacen imprescindible cierto sosiego en su lectura, el lápiz y las notas a pie de página. Pero es un esfuerzo que vale la pena porque tras Vida y destino algo parece como que te ha cambiado. 

sábado, 27 de agosto de 2016

EMOCIÓNS

          A falta que alguna universitat nord-americàna de nom impronunciable, publique el definitiu estudi que justifique la capacitat emotiva d'alguna especie animal, lo que no tindria res de sorprenent a la vista del comportament irracional de tants humanoides, pareix prou consensuat que una de les característiques que diferencien als humans de la resta de les especies animals, es la capacitat d'emocionar-se.

          I emocionar-se, sentir-se sumit en un estat d'ànim capaç no sols d'alterar la nostra psique sinó també, i sobre tot, els nostres biorrítmes de la manera més incontrolable. Ens pot passar de manera solitària, potser la mes freqüent, a l'escoltar per exemple la Novena de Beetowen en versió coral, o sumint-se en un tràgic ambient davant del Guernica, o al deixar-se llevar, per exemple, pel gregorià cantat pels monges de Samos un vesprada de pluja i vent. Però tembé podem sentir-se emocionats de manera col·lectiva, amb un grup amorf on no s'escolte ninguna veu individual, amb amics o desconeguts, sempre que ens encontrem en el moment i en el lloc adequat. Aquesta segon manera te una peculiaritat especial, i es la d'establir en tot eixe grup una especie de boirina que els vincula, un lligam que ens fusiona en l'heterogeneïtat.

          Crec que es el que va passar a Beneixama entre el catorze i el quinze d'aquest més d'agost, en la romeria de la Divina Aurora al Salze, i el seu retorn a l'ermita. El motiu, ja el sabem tots, era el trasllat de la nova Imatge estrenada a l'any 1940, i que substituïa a l'anterior, destrossada per l'anticlericalisme mes absurd durant la Guerra Civil. No cal detenir-se en els detalls històrics perquè a la fí no erem mes que l'excusa per aconseguir, com crec que va ser, eixe moment d'emoció col·lectiva que hem tingut la sort de viure al nostre poble.

        I estic parlant d'emocións, no de creençes religioses, perquè segur que gran part dels que estaven presents els animava la creença devota amb la Mare de Deu i amb tot el que això suposa, però amb ells n'haurien altres amb menys certeses doctrinals, que eu farien pel que la pròpia figura de la Mare de Deu, al cap i a la fi una escultura de fusta, hi ha suposat al llarg de la vida no sols per a ells sinó també als seus avantpassats, o inclús per altres motius més trivials i fútils que cadascú sabrà.  

       Però al final el que veiem es la tremenda capacitat que te'l fet religiós, repetisc, independent de les creençes de cadascú, per aconseguir emocionar, i a més fer-ho de manera oberta, col·lectiva, social.

       En uns moments en què tots busquem maneres de relaxar-nos, de “encontrar-nos a nosaltres mateixos” a través de costoses sessións se psicoteràpia, de buscar en llunyanes religions orientals camins de meditació, no ens domen conter del que ens es propi a la nostra cultura, del que tenim tan prop com girar el cantó, per aconseguir eixa elevació moral, eixa espiritualitat, religiosa o no, que ens emociona i per eixe camí, ens fa gent mes racional, mes sensible, i a bon segur, mes conscients del que som.

          Es cert que davant qualsevol manifestació religiosa estan aquells que la miren per damunt del muscle, amb eixa supèrbia suposadament intel·lectual però que la majoria de vegades es d'un infantilisme de rialla, per la que es creuen superiors a la resta que consideren inculta, però bo, això es tan inevitable com la sal en l'arròs, però també tan prescindible com l'all en la taula. 

domingo, 7 de agosto de 2016

Un tranvía pintado de azulete

Las librerías de viejo, o las que ofrecen libros nuevos pero con la condición de presentar el suficiente desorden en sus anaqueles, siempre encierran cierto halo de misterio y esperanza por el hallazgo de un tesoro escondido. Seguro que muchos compartimos el placer de las horas muertas en busca de hojas indefinidas, hojas que durante años habrán estado pacientemente esperando bajo el polvo y la indiferencia a que las recatemos para la nueva vida y los ojos nuevos. Sin duda unas de esas librerías son las cuatro de Paris-Valencia que con la paciencia del hombre sabio nos esperan en algunos de los lugares más sugerentes del Cap i Casal. El ritual siempre es el mismo: no buscar nada en concreto, y como equipaje cuatro duros en el bolsillo y un poco de tiempo para gozar, todo un lujo al alcance de cualquiera.   

Hace unos días, entré en la de la Gran Vía y apuré la hora de cierre eligiendo media docena de libros de bolsillo para las tardes de lo que queda de verano. Allí estaba Manuel Vicent y su Tranvía a la Malvarrosa. No había leído nada de él que no fueran algunas de sus columnas en El País, y no sé porqué cada vez que lo escuchaba me había dejado una mala impresión de prepotencia intelectual que se me hacía antipática. Después de tener entre las manos cuatro o cinco libros suyos la prudencia me llevó a coger solo el más conocido, a modo de prueba y tanteo.

Tranvía a la Malvarrosa es un libro de tránsito, parece que autobiográfico, de la niñez a la juventud del autor, un relato iniciático, un camino de perfección en cuyas cunetas van quedando las ideas impuestas, los proyectos que otros tienen sobre la vida de uno mismo al tiempo del rompimiento de la crisálida, de los pasos inciertos y azarosos de los primeros andares desde el resbaladizo barro de la adolescencia hasta las baldosas firmes, o no, que pisaremos durante el resto de nuestros días. Un camino a través de los sentidos abiertos de par en par al nuevo aire que llega desde los naranjos en flor de la huerta, para unirse al fino olor del incienso del Patriarca o al hedor de las alcantarillas del barrio de chino; un camino en fin, que desemboca en un nuevo mundo de los sentidos, de los nuevos credos: la exuberante primavera de los veinte años, aromatizada con el olor a brea sobre las arenas del Mediterráneo.

Vicent escribe sencillo, con la mentalidad del adolescente por momentos inseguro y siempre enamorado de una niña de sus ojos entre real e imaginada, como la que todos hemos llevado dentro de nuestra mochila de adolescentes, solo que aquella subida sobre el pescante de un tranvía en dirección al balneario color azulete de la Marvarrosa. Vicent nos enseña a sus compañeros de viaje, entrañables todos, hasta la descuartizadora Pilar Prades: la fugitiva Marisa, al fiscal Chamorro, a la China y a la Catalina, putas y amigas, el padre España y sobre todo Vicentico el Bola, especialista en tugurios y preceptor del primer desfloramiento de la castidad y la candidez.

La música la ponen desde el gramófono Machín o Pedro Vargas, o desde lo alto del escenario Angelita Corbí, Pedrito Rico, Rafael el Titi o Rosita Amores. A quienes tuvimos la extraordinaria suerte de pasear, aunque fuese unos años después, por Ruzafa o por el Cabanyal, tomarnos un vino con gaseosa en la Marcelina o un café en Barrachina, nos suena todo tan lejos, y a la vez tan cerca….

Háganme caso, no dejen pasar el verano sin haber leído Tranvía a la Malvarrosa