Hay autores a los que parece obligado seguir siempre, en
primer lugar porque a ciertas alturas de la vida tienen más que acreditada la excelente
calidad de su narrativa y siempre es un gozo leerla, y también porque es una
forma de saber por dónde van los tiros de eso que llaman la gran literatura. Sin
duda Vargas Llosa es uno de ellos, a todas luces el escritor vivo en lengua
española más influyente a nivel mundial en la actualidad. Pero que los lectores
nos auto impongamos esa obligación no quiere decir que aquello que sale de sus
manos y llega a las nuestras tenga que ser invariablemente bendecido con la gracia
de nuestro alago. Vayamos al caso.
El argumento de fondo de Cinco esquinas, porque una cosa es la forma, el modo narrativo,
pero tan importante o más lo es el fondo, aquello que se está narrando, es
interesante: durante la dictadura de Fujimori y su compinche Vladimiro Montesinos
en Perú, los resortes del poder que ellos dirigían se aprovecharon de la
llamada prensa amarilla, hoy más conocida como prensa del corazón, para
difundir infamias y calumnias sobre sus opositores políticos con el único
propósito de destrozarlos, de desactivarlos políticamente ante la opinión pública.
El argumento es sumamente interesante y merecía la pena que de él quedase
constancia literaria, y quien sino debía hacerlo que el peruano Vargas Llosa. Pero
al leer la novela lo primero que nos llama la sensación es que se queda corta,
que el argumento hubiese podido dar más de sí, que hay suficiente sustancia en
el caldo para rellenar trescientas o cuatrocientas páginas desarrollando un
tema sin duda sugestivo, por momentos con matices periodísticos, políticos,
sociales, históricos e incluso de triler
policiaco, pero para ello la novela tendría que haberse trabajado más, dotarla
de más historias, quizás más personajes, en una palabra, no dar el aspecto de
improvisación que tiene.
A falta de esa profundización en los contenidos, de una mayor
densidad en la trabazón del argumento, Vargas Llosa ha utilizado un recurso que
parece tan fácil como fuera de lugar, que no viene a cuento del tema principal
que se está tratando, que más parece un añadido simplemente por llegar a un
mínimo de páginas obligatorio que una historia consustancial a aquello que se
relata, y es la sexualidad, con un final que nos atrevemos de calificar de
absurdo, de juego de niños, y que como desenlace desmejora absolutamente la
tensión lograda con la historia del chantaje que se relata. Con todos los respetos
del mundo, si Vargas Llosa quiere en algún momento escribir una novela sobre
sexo por supuesto que le sobran cualidades para ello, pero no de forma que
aparezca como un pastiche sin sentido.
Soy, lo confieso, un admirador de Vargas Llosa no
solamente en lo literario, sino también en muchos de sus
posicionamientos políticos y sociales, pero creo que si por cualquier
circunstancia uno no puede al menos intentar escribir un buen libro, debe de
contenerse. Cinco esquinas es una
novela perfectamente prescindible en su bibliografía, de la que hablamos porque
la ha escrito quien la ha escrito, porque de lo contrario quizás no hubiese
pasado ni el primer filtro en la editorial.
Dan ganas de sumergirse con todas las prisas del mundo en
la relectura de La ciudad y los perros o
Conversación en La Catedral, por
respeto al autor y a su obra.