domingo, 28 de agosto de 2016

VIDA Y DESTINO, de Vasili Grossman

     Definitivamente hemos de convenir que hay libros reverenciales, libros que aún cerrados y convenientemente ordenados en sus anaqueles, irradian un algo especial que nos obligan a mirarlos con respeto y admiración, dignos casi de una discreta inclinación de cabeza. Sin duda Vida y destino cumple todas las condiciones para que pueda adjetivarse como reverencial.

      Vasili Grossman (Berdíchev, 1905 – Moscú, 1964) escribió ésta novela sobre la II Guerra Mundial en 1960 sufriendo inmediatamente la censura del régimen soviético y, pese a su prestigio como escritor y periodista en los medios intelectuales de la URSS, ganándose el  ostracismo que le acompañaría hasta su muerte cuatro años más tarde.  Afortunadamente y a partir de un manuscrito encontrado milagrosamente, una copia microfilmada pudo travesar el sólido telón de acero y publicarse en la década de los ochenta. Los avatares de la novela hasta su llegada al gran público dignifican más si cabe a la obra.

      Vida y destino tiene como fondo de escenario la batalla de Stalingrado, focalizando especialmente los días, a principios de 1943, previos y posteriores al quebramiento del bloqueo al que las tropas alemanas tenían sometida la ciudad, pero no por ello es una novela de guerra en sentido estricto del término, no es una novela que se detenga en los detalles de las operaciones llevadas a cabo por los dos grandes ejércitos en conflicto, es una novela de sentimientos, de pasiones y de sufrimientos personales de quienes son actores de la tragedia pero humanizados hasta el más recóndito de los extremos, es una novela de la vida de cada persona más allá del destino en que se ve imbuido. Antes de marcharse para siempre la anciana Aleksandra Vladímirovna decide visitar las ruinas de lo que fue su casa en Stalingrado, “Y ahí estaba, una mujer vieja ahora; vive esperando el bien, cree, teme el mal, llena de angustia por los que viven y también por los que están muertos; ahí está, mirando las ruinas de su casa, admirando el cielo de primavera sin saber lo que está admirando, preguntándose por qué el futuro de los que ama es tan oscuro y sus vidas están tan llenas de errores, sin darse cuenta de que precisamente esa confusión, esa niebla y ese dolor aportan la respuesta, la claridad, la esperanza, sin darse cuenta de que en lo más profundo de su alma ya conoce el significado de la vida que le ha tocado vivir, a ella y a los suyos. Y aunque ninguno de ellos pueda decir qué les espera, aunque sepan que en una época tan terrible el ser humano no es forjador de su propia felicidad y que sólo el destino tiene el poder de indultar y castigar, de ensalzar en la gloria o hundir en la miseria, de convertir a un hombre en polvo de un campo penitenciario, sin embargo ni el destino ni la historia ni la ira del Estado ni la gloria o la infamia de la batalla tienen poder para transformar a los que llevan por nombre seres humanos. Fuera lo que fuere lo que les deparará el futuro –la fama por su trabajo o la soledad, la miseria o la desesperación, la muerte y la ejecución-, ellos vivirán como seres humanos y morirán como seres humanos, y lo mismo para aquellos que ya han muerto; y solo en eso consiste la victoria amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas grandiosas e inhumanas que hubo y habrá en el mundo”.    

     La grandeza de la novela está precisamente ahí, en remarcar la condición de la vida humana más allá de los infortunios que tan a menudo el destino tiene reservado para cada cual, y lo hace en varios ambientes, de manera coral: en un Instituto Científico soviético con una muestra de la fuerza que la adulación y la traición tienen en un régimen dictatorial, donde la red de delaciones invisible incluye a compañeros y amigos, y donde mediocridad y mezquindad van unidos indiferentes a la clase social a la que cada cual pertenece. Lo hace con la sencillez aterradora con que se relata la llegada de un tren cargado de judíos, muchos sin conciencia de serlo solo unos meses antes, a un campo de exterminio nazi desde un gueto improvisado en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, bajo la mirada amenazadora o indiferente de quienes habían sido sus vecinos de toda la vida, bajo la luz negra del miedo paralizador, “Y sin avergonzarse ya de aquel sentimiento maternal que había nacido en ella, Sofia Ósipovna, una mujer soltera, cogió entre sus grandes manos de trabajadora la cara delgada de David. Era como si hubiera tomado entre sus manos sus ojos cálidos, y los besó. –Sí, si niño –dijo-. Hemos llegado a los baños.”, y todo ante un Jefe de Campo normal, con una familia normal, conducido por el destino al crimen, aún quizás sin quererlo.

     Si, la novela va de guerra, pero para resaltar las miserias que esa guerra causa en las relaciones humanas entre amigos y vecinos de siempre; va de guerra, pero para estremecer con la sordidez de la rutina en los enterramientos de un hospital; va de guerra, pero para apuntar al desencanto hacia la revolución comunista expresados por un viejo bolchevique de primera hora a un discípulo que no quiere oírlo, que no quiere creerlo, los dos encerrados en un campo de trabajo ruso, purificando por decisión imperativa del poder ese sentimiento revolucionario; va de guerra pero para poner de manifiesto los miles y miles de muertos de la retaguardia, a manos de sus respectivos visionarios llamados Hitler o Stalin, dependiendo de la cara de la moneda que se mire.   

     Harían falta muchas páginas para intentar un pequeño resumen de Vida y destino, pero aún así no habría manera de transmitir la melancolía, el dramatismo, también el amor y hasta la ilusión que debajo de la agonía de los hambrientos, de los heridos, de los presos, e incluso de los muertos, es capaz de sobrevivir. “Con una fuerza brutal que le sacudió el alma, percibió toda su vida: sus hijas, su desdichado hijo, su nieto Seriozha, las pérdidas irreparables y su cabeza gris, sin un techo. Una mujer débil, enferma, con el abrigo raído y los zapatos destaconados miraba las ruinas de su casa. ¿Qué le deparaba el futuro? A sus setenta años, era una incógnita. “Queda vida por delante”, pensó Aleksandra Vladímirovna. ¿Qué sería de aquellos a quienes amaba? No lo sabía. Un cielo primaveral la miraba a través de las ventanas vacías de su casa.”      
     Vida y destino no es una novela fácil, sus mil cien páginas y la multitud de personajes con nombres rusos o alemanes hacen imprescindible cierto sosiego en su lectura, el lápiz y las notas a pie de página. Pero es un esfuerzo que vale la pena porque tras Vida y destino algo parece como que te ha cambiado.