Manuel Vicent escribe fácil y rápido, con esas frases redondas con que uno presume de sabiduría en la barra del bar con los amigos. Si le salen improvisadas es un genio de la dialéctica, si las elabora cuidadosamente antes de ponerlas negro sobre blanco, es un genio de los recursos, Se le entiende bien lo que dice, y lo que dice lo hace desde la trinchera, con la dureza del converso, del colegio de monjas a la trinchera progre de El País.
Domina la Transición con la naturalidad de quien pasaba por allí, casi como un observador al que nadie ve pero que penetra tanto en la lo que fue que hasta puede permitirse el lujo de inventársela, en un juego divertido entre la real y lo ficticio.
De Aguirre, el magnífico y El azar de la mujer rubia, dos frase de ésta última para guardarlas en el cajón de las citas redondas, esas que nunca se sabe si son ciertas o no, pero que suenan impecables:
"La cultura consiste en ese poso que queda después de leer dos mil libros y haberlos olvidado"
"Con la papilla se transmite el meollo de la fe. A tan tierna edad, lo que uno oye mientras come llega al estómago en forma de ideología".