Posiblemente sea cierto aquello de que todas las novelas
tienen algo de autobiográfico, de ser así, no es de extrañar que de la
apasionante vida de André Malraux (1901-1976), saliese una obra tan vibrante y
sugestiva como la Condición humana.
En Malraux se unen, quizás como en ningún otro escritor del siglo XX, acción y
literatura, trinchera y pensamiento, y ello pese a que otros de sus contemporáneos
como Hemingway, Orwell o Dos Passos no le vayan a la zaga, pero lo del francés
es punto y aparte: participa en calidad de comisario comunista en la revolución
China, como piloto de avión en la Guerra Civil española, lo detienen los nazis
en 1939 de los que consigue huir, combate con la resistencia francesa, asume
importante protagonismo en las luchas anticolonialistas de Asia, lo detienen en
Camboya por expoliar piezas arqueológicas, se lanza a la búsqueda de la capital
de la reina de Saba en el desierto de Arabia a bordo de un pequeño monomotor, y
así un largo etcétera hasta completar una vida a caballo de gran parte de los
acontecimientos que marcaron la pasada centuria. Junto a estas experiencias
vitales también en lo intelectual fue protagonista de líneas fronterizas:
quizás uno de los primeros escritores de una nueva literatura comprometida,
promotor del cubismo o del expresionismo alemán, o copartícipe de una manera u
otra de todas las vanguardias de los años veinte y treinta; partiendo de la
bohemia y acabando en los burgueses salones desde donde se gobernaba la Quinta
República, siempre se sintió satisfecho además, del mundano mundo de oropeles y
vanidades que le rodeaba. En lo político, comunista convencido y revolucionario
en su primera etapa, cambiará a nacionalista hasta transformarse en el más fiel
gaullista, asumiendo el Ministerio de Cultura en gobiernos del General
Presidente por quien profesará hasta sus últimos días una adhesión
inquebrantable. Apasionado, controvertido, contradictorio, narcisista, brillante,
ególatra, misógino,… genial, pocos calificativos pueden ahorrarse para quien
hizo del pensamiento y la acción un cuerpo único.
La Condición humana
tiene como trasfondo la revolución de Shangai de 1927, en la que la unión del
Partido Comunista Chino y el Kuomintang dirigido por Chiang Kai-chek logran derrocar
al régimen militar, el de los Señores de la Guerra nacido de los estertores del
Imperio, si bien su argumento y su mensaje, que lo tiene y mucho, se centra en la
posterior guerra civil entre los dos aliados que acabará con la masacre de los
comunistas por parte del Kuomintang, en su intención de implantar un régimen
nacionalista moderado. Los héroes de la novela, Kyo, Chen, Katov son, más allá
de personajes de una historia, verdaderos arquetipos del ideal revolucionario,
distintos entre sí pero a la vez complementarios: la acción, el programa, la
organización, cada cualidad encarnada en un hombre, siempre hombre. El final de
todos ellos es la muerte, porque la intención de Malraux es elevarlos al máximo
escalafón moral, a la máxima dignificación que los haga genuinos representantes
de “la condición humana”. Malraux hace así de la novela un panegírico del
comunismo, pero sin caer en la mera propaganda, en el panfleto, bien al
contrario, formando un mosaico en el que cada pieza encaja con su antagónica: el
heroísmo con el miedo e incluso la traición, la bondad y el afán de justicia
con el egoísmo del poder y del dinero, y para que no falte de nada, la
filosofía que nace de la bola de opio que consume el viejo Gisors entremezclada
con la frivolidad y el oportunismo del barón de Clappique.
Efectivamente Malraux necesita de la muerte de sus héroes porque
eso es lo que da fuerza y sentido a la novela, de su trágica entrega a la
causa, de la semilla que suponen sus huesos bajo tierra, porque es la mejor
forma de que queden claras la utopía y la muerte, los dos puntos de un círculo
cerrado que se autoalimenta a lo largo de la obra y que toman forma en dos
frases en su final bien esclarecedoras: “Todo
hombre es un loco”, pensó, “pero ¿qué es un destino humano, sino una vida de
esfuerzo para unir a ese loco con el universo?”,…y, “May, escúcheme: ¡no se necesitan nueve meses; se necesitan sesenta
años para hacer un hombre; sesenta años de sacrificio, de voluntad, de… tantas
cosas! Y cuando ese hombre está hecho; cuando ya no queda en él nada de la
infancia ni de la adolescencia; cuando, verdaderamente, es un hombre, no sirve
más que para morir.” En ellas no se habla ni siquiera de una ideología
determinada, ni de un acontecimiento concreto, sino de la constatación
histórica de la condición en la que los humanos vivimos, intemporal e
ilocalizable, de ahí que a la novela pueda otorgársele sin ninguna duda el
calificativo de obra clásica.