El último libro de John Elliott, catedrático emérito de
Historia Moderna en la Universidad de Oxford, es una especie de autobiografía
profesional que tiene la virtud de unir, junto a las tareas ejercidas
propiamente por su condición de historiador, los cambios acaecidos en la
historiografía contemporánea desde que mostró su interés por este campo de
investigación, al inicio de la década de los cincuenta del pasado siglo, hasta
nuestros días.
Elliott forma parte, junto con Hugh Thomas, Joseph Pérez,
Stanley Payne y unos cuantos más, de esa pléyade de historiadores
“hispanistas”, que contribuyeron, en un momento de cierta sequía intelectual
patria, a incrementar el interés por nuestro pasado no solamente en los propios
historiadores locales, sino fundamentalmente en un público inquieto que encontró
en sus trabajos el suficiente atractivo como para hacer del estudio ese pasado el
sustrato de sus inquietudes culturales.
A lo largo de trescientas páginas, en Haciendo historia (Ediciones Santillana, 2012), Elliott nos va
presentando los motivos de la elección de España como centro de su atención, el
deseo de averiguar el porqué de estereotipos que no duda en calificar de obsoletos,
la difícil reconciliación entre la unidad y la diversidad de su propio
territorio, o los procesos internos y externos que propiciaron tanto la formación
como la decadencia de un inmenso imperio trasatlántico que tantos recelos,
cuando no abiertas antipatías, suscitó en países vecinos, temerosos de las
potencialidades de una monarquía universal bajo la Casa de los Habsburgo. La
respuesta que él mismo se da, “es que se trata de un país infinitamente
fascinante, cuya historia, compuesta por sorprendentes éxitos e igualmente por
asombrosos fracasos, abarca temas de relevancia universal,… un país cuyos
logros religiosos, culturales y artísticos a lo largo de los siglos han
realizado una contribución riquísima, aunque a menudo controvertida, a la
civilización humana”.
Por los recurrentes acontecimientos que en estos momentos
vivimos, tienen especial interés las referencias al historiador Jaume Vicens
Vives y a la controversia que éste tuvo en su momento, año 1935, con Rovira i
Virgili y el resto de historiadores tradicionalistas catalanes vinculados al
Institut d´Estudis Catalans, a los que acusaba de “abordar la historia de
Cataluña desde un postura ideológica preconcebida”; así como al síndrome de
“víctima inocente”, según el cual “Las comunidades nacionales que sucumben a
este síndrome tienden a verse a sí mismas como víctimas permanentes de fuerzas
malignas que emanan de uno o varios vecinos más poderosos”, “Ni el síndrome de
pueblo escogido ni el síndrome de la víctima inocente son propicios para
escribir buena historia”. ¡Cuánto esfuerzo nos ahorraríamos si en algún momento
fuésemos capaces de ver la historia sin tantos apriorismos victimistas! Valdrá
la pena detenernos en este punto, y también en el porqué la rebelión surgida en
Cataluña ante la pretensión Real de movilizar recursos para la guerra en las
décadas de 1620 y 1630, no se siguió en el Reino de Valencia, pero esto será
motivo de otro artículo.
Desde el punto de vista puramente historiográfico resultan
muy interesantes las reflexiones que el autor hace sobre los estudios
biográficos, él mismo los desarrolló brillantemente en El conde-duque de Olivares, así
como el enfrentamiento mantenido por éste con Richelieu en defensa de sus
respectivas monarquías y por la influencia de éstas en el orbe mundial, controversia
de la que a la sazón resultaría victorioso el cardenal francés. Similar interés
tiene la utilización de la historia comparada como herramienta de trabajo y los
problemas que la propia elección de los elementos
de comparación tiene a fin de evitar anacronismos en los que tan a menudo se
incurre. Lecciones en fin, de técnica historiográfica muy interesantes para quienes
pretendan adentrarse en la investigación de cualquier episodio del pasado, al
hilo de lo cual podemos acabar con una reflexión que Elliott hace en el Prólogo
del libro: “Creo que la teoría es menos importante para escribir buena historia
que la capacidad de introducirse con imaginación en la vida de una sociedad
remota en el tiempo o el espacio y elaborar una explicación convincente de por
qué sus habitantes pensaron y se comportaron como lo hicieron”.