lunes, 1 de agosto de 2011

Hacia el final de un negro ciclo

El pasado viernes el Presidente Zapatero anunciaba públicamente su intención de adelantar las elecciones generales al próximo 20 de noviembre. Era, según decía, una decisión largamente meditada, aparentando en su comparecencia idéntica convicción con que apenas unas horas antes mantenía que “ni se le había pasado por la cabeza”, ese mismo adelanto electoral. Lo mismo y lo contrario a la vez y sin el más mínimo rubor, un perfecto epílogo para una manera de gobernar cambiante, frívola y sembrada de desconciertos. 

Es evidente que la situación económica de España ha sido decisiva en esta decisión, forzada sin duda por presiones de su propio partido y de los “mercados”, esas bestias negras a quienes tan barato sale en el corto plazo echarles las culpas de todos los males, pero que en el medio plazo se convierten en los mejores examinadores de la credibilidad y la solvencia de los gestores económicos y políticos. En su típico juego de malabarismo, Zapatero pasó de negar la crisis a reconocerla como sobrevenida “desde fuera”, de asegurar que no eran necesarias reformas de calado en nuestro sistema, a ser el mayor defensor de las mismas, previa llamada, eso sí, de Angela Merkel y el resto de socios europeos, y de asegurar ahora que era necesario esperar a marzo para completar las reformas a darlas ya todas por concluidas y exitosas.   

Según la Encuesta de Población Activa, el paro ha pasado de 2.287.200 desempleados en marzo de 2004, cuando asumió el poder, a los 4.910.200 actuales; el crecimiento económico del 2´9% al 0´8%; el déficit público en relación al PIB del 0’2% de 2003 al 9’2% en 2010; y la temida prima de riesgo, es decir, el diferencial en los tipos de interés entre Alemania y España, de los 0 puntos básicos en el primer trimestre del 2004 a los 350 del pasado viernes. 

Siempre he pensado que la economía tiene mucho de subjetivo, con datos buenos en ocasiones hay estancamiento y en situaciones contrarias, no sabes muy bien porqué, se incrementa la actividad y el crecimiento. Las expectativas, cuando en ellas ponen su confianza una parte mayoritaria de la población, pueden conseguir romper el círculo vicioso de atonía-menor demanda-cierre de empresas-desempleo, y vuelta a empezar. Pero a ello ayudarán sin duda reformas de calado que habrían de acometerse sin falsos complejos y sin miedos a una opinión pública minoritaria pero que grita mucho: cambios en el sistema laboral que facilite la contratación sin crear barreras insalvables para las empresas en momentos de disminución de la demanda; mayor transparencia, asunción de responsabilidades y eliminación del “mangoneo” por parte de los políticos en nuestro sistema financiero público, entiéndanse cajas de ahorros, o lo que quede ellas dentro de unos meses; implantación de un sistema educativo exigente que lejos de conformarse en su mediocridad aspire a la excelencia; y el paulatino desmontaje de unos “chiringuitos” autonómicos en todo lo que se refiere a la ruptura de la imprescindible unidad de mercado provocada por una legislación contradictoria y, en demasiadas ocasiones, absurdamente diferente entre unos y otros, o la falta de coordinación de políticas fiscales que aspiren a la categoría de nacionales.

A partir del 20 de noviembre España tendrá ante sí la posibilidad de tomar caminos que, aunque difíciles, nos permitan recuperar entendimientos sociales y bienestar económico, ojalá no nos falte la inspiración en el momento decisivo. 
1-8-2011