Cuando los nuevos datos que aparecen cada día condicionan la
percepción global que se tiene de la economía, malo, porque eso significa que
nos encontramos en una situación de incertidumbre e inestabilidad extrema, y
esto, en lo que toca a las cosas del comer, solo crea desconfianza, y como
todos sabemos, no hay peor enemigo para el dinero, entendido como inversiones
productivas de riqueza, que el miedo.
Cada vez que aparecen las cifras de paro o del déficit
público, cada vez que el Gobierno presenta un nuevo cuadro macroeconómico, en
cada nueva rueda de prensa del presidente del Banco Central Europeo o en cada
presentación de un informe del Fondo Monetario Internacional, por cierto, increíblemente
contradictorios unos con otros, sube o baja la prima de riesgo, sube o baja la
bolsa, y las agencias de calificación, por cierto, bastante desprestigiadas con
el tiempo, cambian su nota sobre España y sus empresas.
La situación de la que venimos desde hace solamente unos
meses es sobradamente conocida: una economía al borde de la suspensión de
pagos, una prima de riesgo por las nubes, un sistema financiero con más
agujeros de un queso gruyere y un déficit público galopante, aderezado todo
ello con una credibilidad internacional por los suelos. Aunque algunas de estas
variables no haya mejorado aun, hay que reconocer que las cosas, poco a poco,
están cambiando, nuestra inseparable “prima” no baila tanto, el déficit se está
controlando, aunque es imposible que mejore sustancialmente si no aumentan los
ingresos y esto no sucederá hasta que haya recuperación, y España afortunadamente
ya no es el centro de la preocupación económica mundial.
Pero la solución a los problemas aún no está completamente
encarada, pese a alguna mejora en las cifras de paro como las conocidas hoy
correspondientes al mes de junio, o el increíble cambio de pasar en solo cuatro
años de un 10% de déficit por cuenta corriente a un superávit del 2%, las
empresas, verdaderas protagonistas en el bienestar económico (cuanto han
tardado algunos en darse cuenta), tienen grandes dificultades en su caja, la
financiación es escasa y cara comparada con sus competidores europeos, y en
esta situación muy pocas se atreven a planificar nuevas inversiones, ocupadas
como están en aguantar el tirón y no cerrar, las que han podido resistir hasta
ahora. Es pues urgente mejorar el crédito, solo así se creará empleo y este
será de calidad. Uno de los factores que más han contribuido a su dramática
destrucción es la falta de músculo financiero de nuestras empresas, tenemos algunas
muy grandes y muy bien gestionadas, multinacionales con una diversificación de
actividades y de zonas geográficas excelente, pero sobre todo muchísimas
microempresas sin capacidad de aguantar por sí mismas; será necesario en el
futuro una política industrial que favorezca la existencia de medianas empresas
con suficiente capacidad de capitalización, y con una presencia consolidada en
los mercados exteriores.
El gobierno no debería cejar en su política de reformas a
todos los niveles, estando hundidos como estamos, ahora o nunca. Hacer caso de
ciertas voces populistas que piden más gasto sin calibrar las consecuencias (entre
otras cosas la salida del euro, como hoy mismo ha reprochado el propio
Rubalcaba al portavoz de IU en el Congreso); no adelgazar una Administración
mastodóntica y en demasiados casos ineficaz, llena de duplicidades, con unas Comunidades
Autónomas convertidas en auténticos reinos de taifas; seguir aumentando los
impuestos y por lo tanto mermando aún más la demanda interna; no depurar responsabilidades
ni aclarar de una vez por todas la financiación de partidos y otras
organizaciones sociales entre otras cosas, serían ocasiones perdidas de las que
algún día nos arrepentiríamos.
Soy de la opinión que las crisis son buenas cada cierto
tiempo porque ayudan a eliminar ineficiencias, pero las que tienen un carácter tan
depresivo como la actual, consecuencia de una etapa de burbujas de toda índole,
son realmente devastadoras. Una economía estable no crece tanto en tan poco
tiempo como ha sucedido con la nuestra, pero la corrección no produce tampoco
tanto dolor. Es en esas economías más estables donde sus datos diarios no se
convierten en agitados sobresaltos. Ojalá algún día lleguemos a esa situación.