Creo que deben ser pocos los humanos que, delante de una copa de vino y entre buenos amigos, no hayan fabulado alguna vez sobre la existencia de extraterrestres en el universo; otros lo han hecho de una forma más científica, o incluso metafísica, pero como yo estoy en el primer grupo prefiero comenzar este artículo con la experiencia propia. La verdad es que la cuestión tiene su interés y la pregunta, como todas las buenas preguntas, es de difícil o imposible respuesta…., de momento.
Stephen Hawking, cuando en su libro póstumo responde brevemente a esas grandes preguntas que todos nos hacemos, trae a colación el Principio Antrópico, según el cual si el universo no hubiera sido adecuado para la vida nosotros no estaríamos aquí, pero una cosa es la evidencia de los hechos y otra distinta saber como tras el Big Bang, los cuatro elementos fundamentales, reaccionados por una gran cantidad de energía, derivaron en las moléculas de ADN. Fue así, pero no sabemos como llegó a ser así: ¿se produjo una especie de generación espontánea?, es posible; ¿puede haber ocurrido lo mismo en otros planetas del universo?, por un mero cálculo de probabilidades resulta verosímil pero, ¿también la vida allí ha podido llegar al punto evolutivo de derivar en seres inteligentes?, ¿la aparición de esos seres inteligentes era inevitable una vez existe la vida, o solo una de sus posibilidades?, ¿hipotéticas civilizaciones ultraterrestres pueden haber colapsado a causa por ejemplo de un agotamiento de los recursos, y de ahí que no hayan llegado hasta nosotros? Doy por hecho que los humanos somos inteligentes, aunque no me negarán que en ocasiones nos faltan evidencias.
La paleontología nos dice que el proceso de la vida es una sucesión de hechos azarosos que se presentan de manera repetitiva, y ello empujado con el motor darwiniano de la selección natural. Viene muy a cuenta tener al azar siempre presente, porque la evolución no es una mera cuestión biológica, que también, por la que seres unicelulares hayan derivado después de miles de años en un chaqueteado bróker de Wall Street, también son acontecimientos externos sin cuya existencia el camino hasta llegar a nosotros quizás no se hubiera producido, y esto no tiene porqué haberse dado en otros lugares del universo relativamente cercanos a nosotros…, o si. Veamos.
En su libro Vida, la gran historia, Juan Luis Arzuaga cita un artículo del paleontólogo George Gaylord Simpson en el que opina que “no es nada probable que hayan aparecido seres semejantes a nosotros en otros planetas, ya que para ello se tendrían que haber producido, una detrás de otra, las mismas circunstancias ambientales que a lo largo de cuatro mil millones de años se han sucedido en la Tierra para que al final surgiera el Homo sapiens”. Su colega Conway Morris tiene una opinión muy distinta: “si nosotros no hubiéramos emergido, podemos estar seguros de que una especie vivípara, de sangre caliente, que emite vocalizaciones e inteligente lo habría hecho”, en la Tierra o en cualquier otro planeta. ¿Cuales son las circunstancias ambientales, distintas a las biológicas, a las que se refiere Simpson y que confieren al azar ese papel crucial? Veamos alguna de ellas.
Hay una teoría bastante aceptada que habla de un meteorito que colisionó con Marte, con mejores condiciones para albergar vida que nuestro planeta, hace unos cuatro mil millones de años, y que algunos restos pudieron llegar a la Tierra transportando las primeras bacterias; es posible pero, ¿y como surgió la vida en Marte? Dos mil años después otras bacterias más evolucionadas empiezan a producir oxigeno como subproducto, que a su vez, y tras oxidar todas las rocas oxidables, comienza a liberarse en el aire propiciando la existencia de plantas, hongos y pequeños animales, entendidos como seres con tejidos, órganos y sistemas; sería sin embargo más tarde, tras dos fuertes glaciaciones en que el planeta se convirtió en una auténtica bola de hielo, cuando con la erosión provocada por el deshielo, los océanos se alimentan de los nutrientes necesarios para que las algas, por el efecto de la fotosíntesis, produzcan, ahora sí, suficiente oxígeno para que aparezcan vertebrados acuáticos, que a su vez, tras intensas sequías, accedan a tierra en busca de su supervivencia, transformando sus aletas lobuladas en extremidades. Por si faltaba algo, la suerte hizo que hace unos sesenta y cinco mil millones de años un meteorito cayese sobre la Tierra, acabando con los dinosaurios, que tras innumerables avatares se habían desarrollado, lo que permitió la primacía definitiva de los mamíferos, grupo hasta entonces minoritario, y de ahí, tras unos cuantos miles de años más llenos de casualidades y circunstancias azarosas, que unos homínidos fuesen desarrollándose hasta acabar siendo “sapiens”. ¡No me digan que no han tenido que pasar cosas raras para llegar hasta donde hemos llegado! Si la vida inteligente ha necesitado atravesar todo ese intrincado laberinto en el que, por cierto, la mayoría de las especies se han perdido, no parecen faltarle argumentos a Simpson sobre la improbabilidad que la misma secuencia de accidentes ambientales se hayan producido en otros planetas, más allá del porcentaje que las probabilidades ofrezcan, como ya hemos dicho.
Volviendo a las opiniones de Hawking, es muy probable la existencia de vida simple en muchas partes de la galaxia, pero menos probable es que exista vida inteligente, porque la inteligencia no es el resultado inevitable de la evolución, sino tan solo una de sus posibilidades. Bien, y si la hay añade Morris, que no tiene dudas al respecto, los extraterrestres deberán ser muy parecidos a nosotros, tomando pues como modelo nuestro propio camino evolutivo, ¿se trata de un modelo unívoco o la opinión es demasiado pretenciosa? Sea como sea Hawking, siempre atinado y suspicaz, nos advierte que si en algún momento un ovni nos llega a traer vida extraterrestre a nuestro planeta más vale que estemos preparados, porque probablemente se tratará de una visita desagradable. Aviso a navegantes.
Releo el artículo y me confirmo en la falta de respuesta a la pregunta con que hemos comenzado. A estas alturas la única evidencia que me queda es que el mejor vino no depende de su etiqueta, sino de que se comparta con los mejores amigos. En la próxima botella, que los extraterrestres les acompañen.