domingo, 15 de noviembre de 2020

Línea de fuego, de Arturo Pérez-Reverte

-       Es lo malo de estas guerras –va diciendo Olmos, a su espalda-. Que oyes al enemigo llamar a su madre en el mismo idioma que tu, y como que así, ¿no?...Se te enfrían las ganas.

 

 

 

La frase, pronunciada por el miliciano Olmos a sus compañeros dinamiteros en los primeros compases de la ofensiva republicana del Ebro, encierra a mi entender bastante bien el sentido que Reverte ha querido dar a su libro: cuando ante el peligro inminente de la muerte oyes a tu enemigo aclamarse a su madre en tu misma lengua, hay algo que te hermana a él, pese a la situación desgarradoramente trágica a que te enfrentas, o lo matas o te mata, no cabe término medio. Eso al final es una guerra civil.

 

Arturo Pérez-Reverte se sumerge al fin con Línea de fuego en el tema que, pese al tiempo transcurrido, aparece aún como recurrente ante los españoles, la guerra que hace más de ochenta años destrozó este país. Utiliza para ello solo una secuencia de diez días, los primeros de la que sería la última y quizás, la más cruenta de las batallas que se produjeron a lo largo de la contienda, la batalla del Ebro, el último cartucho con que el bando republicano se jugó la partida haciendo uso incluso de adolescentes que nunca antes había tenido un fusil en sus manos, y la perdió. 

 

La manera en que está escrita la novela ya de por si encierra el fondo que el autor quiere exponer; así, no hay un protagonista principal y otros secundarios que lo acompañan, porque eso solo serviría para ponderar aspectos incompletos de lo que estaba pasando; bien al contrario son varios los personajes que llevan la voz cantante de la trama, pertenecientes además a los dos bandos en disputa, y que desarrollan pequeñas historias que a lo largo de casi setecientas páginas se entrecruzan o no, porque la cosa va de eso, va de mostrar la estrecha relación que al final hay entre el miedo, el heroísmo, los ideales, las dudas, el odio o la violencia que se daban en un terreno destrozado tanto por los rojos como por los fascistas, por utilizar la terminología del autor, y además con el acierto de tomar en unos y otros historias reales que hacen más verosímil si cabe el relato. 

 

El texto además está escrito a base de relatos cortos de acción rápida, como ráfagas disparadas desde cualquier trinchera, acercando al lector la imagen de los hechos que describe. De esta manera la muerte no es un mero acontecimiento que se cita sin más, sino una desgarradora caída a los infiernos que capítulo a capítulo nos va cercando: “El cabo Les Forques es un autómata ensangrentado hasta los codos, doloridos los brazos de moverlos en vaivén con el fusil y la bayoneta, cuando sale de la trinchera y corre otra vez entre los compañeros que ahora aúllan como lobos carniceros, llegan a la tapia destrozada del cementerio y se dispersan entre las tumbas, las cruces mutiladas y caídas, las lápidas rotas por las que asoman féretros astillados y cadáveres viejos que se mezclan con los nuevos; y a cada paso disparan, acuchillan, atacan a culatazos a los hombres que salen de las fosas como espectros y se enfrenta a ellos disparando a quemarropa y peleando a machete,…” Sin duda se nota en la forma de expresar los detalles al experiencia de Pérez-Reverte como corresponsal de guerra, viniendo de otro podría parecer una mera caricatura, en él es un relato verosímil que se completa además con un estricto trabajo de documentación al que ya nos tiene acostumbrados, tanto cuando habla de las armas, la vestimenta militar o civil o la topografía del terreno, o la nacionalidad de los brigadistas internacionales, por poner unos ejemplos. 

 

Si uno ha leído entrevistas con el autor o artículos de los que habitualmente escribe en algún semanario, no podemos acabar la novela sin tener la sensación de su coherencia con el ideario que se le supone (evito adrede la palabra ideología). La Guerra Civil Española fue una tragedia en la que, independientemente de quien tuviese la razón política, que esa es otra discusión, fue un derroche de pasiones heroicas unas, criminales otras, que está bien que se sepan, se relaten y se guarden en los libros, pero que nunca deberían servir para abrir de nuevo viejas trincheras lamentablemente empapadas con la sangre de hermanos. Me vale como ejemplo la última biografía real del epílogo, la del falangista Saturiano Bescós que la casualidad llevó a luchar con los nacionales como también hubiese podido ser al contrario; licenciado el 2 de abril de 1939 con 468 pesetas,  la paga de dos meses, una cajetilla de Ideales, dos latas de sardinas y un chusco de pan para el viaje, pasó el resto de su vida sin ningún privilegio especial por su sufrimiento, con sus cabras y sus perros, y hasta que murió en 1998 “jamás dijo una palabra sobre la Guerra Civil”, posiblemente añado, porque nada más allá del nunca jamás quedara por reivindicar. 

 

Solo el tiempo dirá si Línea de fuego llega a convertirse en uno de los referentes novelados de nuestra Guerra Civil a la altura de La forja de un rebelde, de Arturo Barea; A Sangre y fuego, de Chaves Nogales o Madrid de Corte a checa, de Agustín de Foxá, pero creo que tiene todas las papeletas. 

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