A vuela pluma
La larga crisis económica que sufrimos en medio mundo está poniendo de manifiesto curiosas interpretaciones que el final no son más que el retrato de cada cual. Veamos si soy capaz de explicarme.
Si no recuerdo mal fue en 2009 cuando en una de las reuniones que celebró el selecto grupo de los siete países más desarrollados del mundo, se nos prestó a los españoles una silla que Francia tenía disponible. Ahorro repetirles las altisonantes frases que entonces oímos, pero no me resisto a citar al menos dos de ellas, la primera es que se iba a refundar el capitalismo pronunciada creo que por Sarkozy. La otra tenía como autor al ministro de Fomento don José Blanco, que enfáticamente anunció aquello de que nuestro presidente iba a proponer que hubiera más Estado y menos mercado. Bien, como frases no me negarán que son redondas, de esas que alguien pronuncia en una reunión de “entendidos” y queda como Dios.
Pero, ¿qué ha pasado desde entonces, fundamentalmente en España? Nuestro déficit público se ha disparado hasta límites más que alarmantes; la alegría con que nuestros gobernantes, tanto estatales como autonómicos y locales, gastaron en la época de vacas gordas, parece que no preveía ningún tipo de disminución de ingresos, y sin embargo produjo un elevado incremento en los gastos no solamente por inversiones, sino lo que es peor, en los gastos corrientes, los que devienen del propio funcionamiento de la administración. La consecuencia es evidente, cuando uno gasta más de lo que ingresa, acude a un banco o lo que en fondo es lo mismo, al mercado, para pedir dinero, y el mercado se lo presta a unos tipos de interés. Cuando la deuda adquiere proporciones gigantescas, esos que han prestado el dinero empiezan a temer por su recuperación, por lo que cuando se vencen los plazos del préstamo, o no quieren renovarlo o piden mayores intereses que les compense el mayor riesgo. Hasta aquí es todo sencillo y tremendamente lógico, porque en el fondo el mecanismo es muy similar al que se someten las empresas y las familias.
¿Qué se puede hacer?, pues evidentemente intentar por todos los medios reducir gastos prescindibles, lo que en el fondo significa reconocer que antes te habías equivocado porque no hiciste bien las previsiones. Además hay un nuevo agravante y es que el suplemento de intereses que se paga por la desconfianza de los prestamistas, lo que conocemos como prima de riesgo, también son parte del gasto corriente, lo que provoca un círculo vicioso de difícil salida.
Ante esta situación se deben reconocer los errores, hacer acto enmienda e iniciar las reformas que toquen, aunque en política tamañas equivocaciones deberían traducirse en dimisiones, si bien esa no es palabra utilizada en demasía por la mayor parte de nuestros políticos. Pero bien al contrario, ¿qué es lo que estamos oyendo?, pues por los sectores fielmente críticos con el sistema capitalista, al que por otra parte no tienen alternativas creíbles que presentar tras el rotundo fracaso del “socialismo real”, que “el mercado está confabulando contra las democracias libres a las que pretende esclavizar”; parecería que en algún lugar de los perversos EEUU deben estar reunidos unos señores de aspecto tétrico, vestidos de negro y poseídos por una avaricia pegajosa que rezuma por sus ojos, que deciden qué país debe desplomarse en cada momento, y a que parte del mundo condenarán al hambre y a la miseria. Pero claro, esta versión, pese a ser muy peliculera, podrían no ser del todo real.
Imaginemos por ejemplo que diez, cien, mil, un millón de personas cualquiera, invierten los ahorros logrados tras toda una vida de trabajo en unos fondos de los que desean obtener el máximo beneficio posible. No son grandes cantidades dinero, sino muchas pequeñas huchas que el final suman un montante importante, tanto que las prestan incluso a los Estados que han gastado más de lo debido y que necesitan con urgencia fondos con los que cubrir su déficit. ¿No es esta la misma película de antes?, realmente es lo mismo aunque la tensión cinematográfica ha disminuido sensiblemente. Otra cosa es que los gestores encargados de administrar esos ahorros no actúen con la diligencia exigible, pero para eso están los propios Estados a través de sus organismos reguladores, que son quienes tienen la obligación de hacer cumplir las normas que ellos mismos emiten, pero claro, esto a veces lleva tanto trabajo… ¿Dónde está pues la confabulación del mercado?, ¿porqué si no quieren esos mismos Estados acudir a tan inmisericordes garras, no se lo han pensado antes de incurrir en tanto dispendio?
Me pregunto si al final, como decía el señor Blanco, tenemos más Estado y menos mercado, o si por el contrario ha resultado ser exactamente al revés. Si es así, es decir, si la ley básica de la oferta y la demanda castiga con más intereses a unos Estados que a otros, por ejemplo a España, Portugal o Grecia más que a Alemania o Inglaterra, no creo sinceramente que la culpa la tengan los ahorradores prestamistas, es decir, el mercado, sino de los inconscientes que prometieron y gastaron lo que no tenían de manera que al final lo paga el ciudadano corriente con más impuestos y menos trabajo.
1 comentario:
Antonio, si posares espais entre els parragrafs el text seria més fàcil de llegir.
Salut.
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