sábado, 1 de enero de 2011

LITERATURA Y LIBERTAD. LA EXPERIENCIA DE VARGAS LLOSA

El pasado 7 de diciembre el escritor Mario Vargas Llosa pronunció, con ocasión de la recepción del Premio Nobel de Literatura, uno de esos discursos que siempre conviene tener a mano porque, en momentos de dudas personales en determinados planos, la clarividencia del erudito nos ayuda a comprender mejor el mundo en el que vivimos.
Aprendí a leer a los cinco años… Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida”, así da comienzo al periplo de sus peripecias vitales que indisolublemente van unidas al poder transformador de la literatura. Nos cuenta la excitante experiencia de las primeras letras y los aprendizajes recibidos a partir de la lectura de sus maestros, Martorell y Cervantes entre muchos otros, proclamando a partir de todo ese bagaje acumulado que escribir y “leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”, o lo que en su caso es lo mismo, la literatura es el camino cierto para avanzar por los terrenos de la libertad y de la justicia, porque al sumergirnos en las profundidades de la ficción, nos hacemos más conscientes de las insuficiencias del mundo que habitamos.
Decir que Vargas Llosa es un intelectual de primer nivel resulta una tautología innecesaria, pero por eso mismo, porque su autoridad está tan por encima de tantos y tantos seudointelectuales que de todo opinan y tanto critican con la amargura de la visceralidad nuestro sistema, es tan reconfortante oír decir de sus propios labios frases tan contundentes como que la “Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo” o que la “democracia liberal… sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder,…”, o que tras una decepcionante experiencia marxista, por fin llegó al convencimiento de la “revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas”, siendo obligación de esas mismas democracias apoyar a quienes en estos momentos luchan por la libertad desde países esclavizados por el totalitarismo como Cuba, en cierta medida Venezuela y sobre todo China.
En su discurso Llosa no evita asuntos controvertidos de nuestra cultura, como la herencia que España deja en América Latina y su compatibilidad con las culturas prehispánicas, la crueldad de la conquista de ese continente y la necesidad de una autocrítica por parte de los descendientes de los españoles que allí se acriollaron, o la visión general de unidad cultural que de Hispanoamérica tiene, lograda desde el alejamiento de su vida parisina. El escritor recuerda con especial afecto los años que vivió en Barcelona, en aquel momento no solo capital cultural de España sino también de América Latina, y a partir de aquí nos introduce en un problema que tanto nos está afectando como es el del nacionalismo, “plaga incurable del mundo moderno y también de España”, a la que detesta, porque junto a la religión “ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia”.
El discurso es, en fin, una mezcla de principios políticos y morales, con la exaltación de la literatura y de la necesidad que los humanos tenemos de la ficción, sincero, sin complejos, en algunos párrafos entrañable y en todo momento esclarecedor.

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