"Creo que la teoría es menos importante para escribir buena historia que la capacidad de introducirse con imaginación en la vida de una sociedad remota en el tiempo o en el espacio y elaborar una explicación convincente de por qué sus habitantes pensaron y se comportaron como lo hicieron".
Jhon H. Elliott
miércoles, 20 de febrero de 2013
viernes, 15 de febrero de 2013
LA FORJA DE UN REBELDE, de Arturo Barea
Colmados
como estamos por los best sellers con que continuamente nos acosan las
editoriales, encontrar un libro de un autor ya muerto y por lo tanto exento de
la promoción propia de entrevistas y premios, o de figurar como un “abajo
firmante” de mil panfletos reinvindicativos, encontrar digo, un libro original
en su escritura, directo, de una tremenda sinceridad en el fondo y en la forma, es sin
duda un soplo de aire fresco que cualquier lector aficionado agradece.
Ese
es el caso de La Forja de un Rebelde,
de Arturo Barea (Badajoz, 1897 – Inglaterra, 1957), que en realidad no es en
absoluto desconocido, pero tampoco popular en los tiempos que corren, pero
además no es un libro, sino tres: La
Forja, La Ruta y La Llama. Se trata de una autobiografía novelada en la que
el autor nos presenta primero su infancia y juventud en un Madrid pueblerino y
grande, “Era un mundo de risas de la gente moza y de llantos de chicos y
viejos, en un coro de blasfemias y de picardías como sólo ya se podían
encontrar allí, o en los libros tan viejos como la calle”; pero también las
dudas y las respuestas de la juventud, “Regreso a Madrid, sigo yendo a la
iglesia en el colegio y con mi tía. Pero ya no puedo rezar”. A riesgo de equivocarme diré que de los tres,
éste primero es el más fresco y sencillo, una auténtica gozada.
En La Ruta, el autor narra su paso por el
ejército del norte de África en las filas del Tercio. Son los duros años de las
guerras con las cabilas marroquíes mandadas por el legendario Abd-el-Krim.
Profundiza Barea en los motivos de la contienda a base de aquello que ve y
escucha: los intereses económicos y mineros de los altos mandos y una parte de
la burguesía, y también las pequeñas triquiñuelas en las que siempre se
llevaban la peor parte lo simples soldados rasos. Como siempre, lo mejor el
lenguaje sencillo y directo, solo un pequeño pero que se incrementará en el
tercer libro: la justificación de sí mismo por el carácter autobiográfico de la
obra, lo que en cualquier caso, no es lo más importante literariamente hablando.
Cierra
la trilogía La Llama, en el
escenario el Madrid republicano donde Barea forma parte de una clase media
acomodada, su afiliación al partido socialista y la guerra civil. Por la época
es posiblemente la parte más sugerente; pero también porque nos ofrece un testimonio
en primera persona, siempre interesante, de importantes acontecimientos como la
huida del Gobierno hacia Valencia en las primeras semanas del conflicto, y de
cómo se vivió por los que aguantaron en su sitio, aunque como es el caso de
Barea, saliese de España antes de su finalización, psíquicamente destrozado por
lo que dejaba atrás: “Ya no controlaba las emociones que me regían; su trama de
había deshilachado… Tenía miedo a la tortura que precede a la muerte, del
dolor, de la mutilación, de la putrefacción en vivo y del terror…”
La obra, cinematográfica hasta el punto de que
en 1990 se estrenó una serie para la televisión con el mismo nombre, es un testimonio personal y sencillo de una
época interesante y desgarradora por partes iguales, llevada a cabo con una
narración original, sin concesiones a lo superfluo, vigorosa. Es quizás, como
alguien la ha calificado, la menor novela escrita desde el exilio y una de las
diez mejores tras la Guerra Civil, en opinión de García Márquez.
domingo, 10 de febrero de 2013
NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
Hemos
vivido un par de semanas al borde del infarto. Desde que primero en el diario El Mundo y después en El País aparecieran los llamados “papeles
de Bárcenas”, tanto el Gobierno como el partido que lo sustenta, pero también
España entera en cuanto a lo que respecta a los principales indicadores de
confianza económica (véase la evolución durante todos estos días de la prima de
riesgo), han caminado una vez más ante el precipicio. La recuperación económica
será lenta, pero poco a poco en el extranjero, que es desde donde al fin y al
cabo nos llega una parte importante de la financiación, parece que ven correcto
el camino emprendido; pero la sombra de la posible existencia de una corrupción
generalizada en el país es un mazazo a la tan necesaria confianza. Veremos en
qué queda todo, si lo que se dice en esos “papeles” es verdad o es mentira, y
esperemos que pase lo que pase, se produzcan, aparte de las consiguientes
consecuencias, las disculpas oportunas, aunque esto sea mucho esperar en un
país tan acostumbrado a ver pajas en ojos ajenos como es el nuestro.
Pero
de momento no todo ha sido en vano, esta semana hemos conocido la contabilidad
del Partido Popular y las declaraciones de Renta y Patrimonio del Presidente
del Gobierno; bien, tenemos todo el derecho del mundo como contribuyentes a
saber dónde van nuestros impuestos, habida cuenta de que la mayor parte de los
ingresos de ese partido político proviene de subvenciones del Estado. Pero a
partir de ahí faltan más cosas, por ejemplo, ya están tardando demasiado en
presentar públicamente sus cuentas el Partido Socialista y con él todos los que
reciben aunque sea un céntimo de dinero público, y por supuesto las
declaraciones fiscales de sus máximos dirigentes, es más, extraña a día de hoy,
quienes pretenden ser un ariete contra el Gobierno por los casos de corrupción,
no hayan comenzado ellos mismos con el ejercicio de transparencia que con tanto
ahínco reclaman a los demás.
Pero
esto no debería depender de la voluntad de esas organizaciones, es por ley por
lo que partidos políticos, sindicatos, fundaciones, sociedades de autores,
etc., etc. etc., deberían publicar sus cuentas, todos los que tengan algún tipo
de financiación pública, por poca que sea, y si no quieren hacerlo, que
renuncien a esos ingresos. La transparencia es sin duda una de las mejores
armas contra la corrupción, y llegados a este punto de hartazgo ciudadano por
los casos que cada día aparecen, esta medida no admite demoras. No deja de ser
curioso por ejemplo que todos podamos saber el sueldo del Rey o del
Príncipe Felipe, y está muy bien que así sea, y no sepamos el del presidente de
la SGAE, de la fundación FAES o el del secretario general de la UGT, por poner
tres ejemplos.
Se
ha dicho muchas veces que los bolsillos de los políticos deberían ser de
cristal, pues eso, a aplicarse el cuento, los políticos y las administraciones,
pero también todos aquellos que directa o indirectamente viven del Presupuesto.
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