Sin
lugar a dudas, hablar de Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744 – Puerto de
la Vega, 1811) es hablar de la principal figura de nuestra Ilustración, seguramente
el escritor más representativo del siglo XVIII.
Este
hombre “honrado y bueno” que igual conoció la gloria que la desgracia y el
destierro, amante de las luces que llegaban desde más allá de los Pirineos, reaccionó
con determinación contra la invasión francesa y más tarde ante la felonía de Fernando
VII.
En
su Defensa de la Junta Central del Reino,
con la que se hacía frente a las tropas de Napoleón, clama contra los “infieles
y bastardos hijos”, donde descubre los males de su carácter, capitaneados
siempre por la envidia. La razón y el corazón unidos en momentos decisivos:
“… unos, apóstatas infames, abrazando descaradamente
la causa del tirano; otros, ruines egoístas, esperando en cobarde neutralidad
que el dedo horrible de la guerra les indique el partido más conveniente a su
interés; pero otros, tan viles como los primeros y más crueles y dañosos que
los segundos, frustrando todos tus generosos esfuerzos y persiguiendo a todos
los hombres virtuosos que con celo y constancia trabajan por tu defensa y tu
gloria. Enemigos del mérito, que los ofende, y de la virtud, que los deslumbra,
los acecha a todas horas desde sus emboscadas para herirlos y mancharlos. La
envidia es su elemento, la calumnia es su arma…. Para aquellos a quienes tu
confianza levantó sobre los demás son y serán siempre el principal blanco del
odio y de los tiranos y de las asechanzas de ésta infame secta. Ningún gobierno
se libró, ninguno se librará de ellos.”