Se habla muchas veces del carácter pendular de nuestra
historia, de que los españoles pasamos con mucha frecuencia de la ortodoxia más
estricta a la heterodoxia más anárquica, de lo ultraconservador a lo ultra liberal
en una brevedad pasmosa, del esfuerzo por construir inmensas catedrales,
entiéndase el esfuerzo de por propagar una fe por medio mundo, a su rápida destrucción, del
estricto centralismo a la desintegración de la Nación, del extremismo liberal al autoritarismo más jacobino. También, y
confieso que ésta es una obsesión particular, de la facilidad con que caemos en
la frivolidad más estúpida.
He encontrado una cita de José Cadalso que, en 1772,
enjuicia nuestro siglo XVIII, el de las luces, desde una posición tremendamente autocrítica:
“A
la demasiada austeridad del siglo pasado en los ademanes serios, que eran
tenidos por característicos de sabio, ha seguido en el presente una ridícula
relajación en lo mismo. Entonces se creía que no se podía saber sin esconderse
de las gentes, tomar mucho tabaco, tener mal genio, hablar poco, y siempre con
voces facultativas, aun en las materias más familiares. Ahora al contrario se
cree que para saber no se necesita más que entender el francés medianamente,
frecuentar las diversiones públicas, murmurar de la antigüedad, y afectar ligereza en las materias más profundas. Los siglos son como los hombres, pues
pasan fácilmente de un extremo a otro: pocas veces se fijan en el virtuoso
medio”.
José Cadalso en “Los eruditos a la violeta”
Es curioso, si cambiamos francés por ingles y algún otro pequeño retoque, parece como si
estuviésemos refiriéndonos a los “sabios” de las tertulias de las radios y las
televisiones actuales.