No vamos muy desencaminados si decimos que El hereje, publicada en 1998, en una de
las mejores novelas de Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010). Delibes es el
prototipo, si se me permite la expresión, de escritor rural, en el sentido de indagador
y descubridor del alma de las gentes de los pueblos, principalmente de su
Castilla la Vieja (que rotunda y entrañable denominación). Títulos como La sombra del ciprés es alargada, Cinco horas con Mario con excelente recuerdo
de Lola Herrera en el escenario, o Los
Santos inocentes, son magníficas pruebas de ello.
Delibes utiliza una prosa cuidada con un continuo rescate del
más rico vocabulario: sardón de quejido, acémilas, cogujadas, entrizar el
rebaño, rijoso y putañero,… auténticas
joyas del diccionario con las que construye un texto realista y sobrio a través
del que desmenuza el ser y el sentir de personajes corrientes capaces de
alcanzar el hito del protagonismo.
En El hereje se recrea
la historia del foco luterano descubierto en la década de 1550 en Valladolid y
que acabará con el auto de fe celebrado en la plaza mayor de esa ciudad el día
21 de mayo de 1559, en el que algunos de los condenados por la Inquisición,
entre ellos el propio protagonista de la novela, serán quemados vivos en la
hoguera, aunque realmente esto solo se produjo en un caso. Recordemos que con
la fijación en la puerta de la iglesia de Wittenberg de las noventa y seis
tesis contra las indulgencias por parte de Lutero, se iniciaba un decisivo
cisma en la Iglesia Católica y que en España, “martillo de herejes, luz de Trento,
espada de Roma, cuna de san Ignacio” en palabras de Menéndez Pelayo, se llega a
capitalizar una Contrarreforma religiosa con el favor de Carlos V y su hijo Felipe
II, y bajo la presión de una Inquisición que en aquel momento alcanza la cima
de su intransigencia.
Miembros de la aristocracia y del clero como Agustín de
Cazalla, capellán de la corte, Carlos de Seso o fray Domingo de Rojas, fueron
algunos de los que formaron un conventículo que podría haber derivado en una
secta organizada si no se hubiese llevado a cabo esta auténtica caza de herejes
con la que se pretendía una acción ejemplarizante, y para la que el estamento
inquisitorial logró amplios poderes de Roma.
Con estos personajes históricos y otros inventados son con
los que Delibes nos muestra una minuciosa fotografía de la España de mediados
del XVI y de sus tensiones religiosas y sociales, elevados asuntos que con su
maestría deposita en la cotidianeidad de simples comerciantes, curas o pastores
y labrantines del Páramo.