domingo, 27 de abril de 2014

El hereje, de Miguel Delibes

No vamos muy desencaminados si decimos que El hereje, publicada en 1998, en una de las mejores novelas de Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010). Delibes es el prototipo, si se me permite la expresión, de escritor rural, en el sentido de indagador y descubridor del alma de las gentes de los pueblos, principalmente de su Castilla la Vieja (que rotunda y entrañable denominación). Títulos como La sombra del ciprés es alargada, Cinco horas con Mario con excelente recuerdo de Lola Herrera en el escenario, o Los Santos inocentes, son magníficas pruebas de ello.

Delibes utiliza una prosa cuidada con un continuo rescate del más rico vocabulario: sardón de quejido, acémilas, cogujadas, entrizar el rebaño, rijoso y putañero,…  auténticas joyas del diccionario con las que construye un texto realista y sobrio a través del que desmenuza el ser y el sentir de personajes corrientes capaces de alcanzar el hito del protagonismo.

En El hereje se recrea la historia del foco luterano descubierto en la década de 1550 en Valladolid y que acabará con el auto de fe celebrado en la plaza mayor de esa ciudad el día 21 de mayo de 1559, en el que algunos de los condenados por la Inquisición, entre ellos el propio protagonista de la novela, serán quemados vivos en la hoguera, aunque realmente esto solo se produjo en un caso. Recordemos que con la fijación en la puerta de la iglesia de Wittenberg de las noventa y seis tesis contra las indulgencias por parte de Lutero, se iniciaba un decisivo cisma en la Iglesia Católica y que en España, “martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de san Ignacio” en palabras de Menéndez Pelayo, se llega a capitalizar una Contrarreforma religiosa con el favor de Carlos V y su hijo Felipe II, y bajo la presión de una Inquisición que en aquel momento alcanza la cima de su intransigencia.

Miembros de la aristocracia y del clero como Agustín de Cazalla, capellán de la corte, Carlos de Seso o fray Domingo de Rojas, fueron algunos de los que formaron un conventículo que podría haber derivado en una secta organizada si no se hubiese llevado a cabo esta auténtica caza de herejes con la que se pretendía una acción ejemplarizante, y para la que el estamento inquisitorial logró amplios poderes de Roma.

Con estos personajes históricos y otros inventados son con los que Delibes nos muestra una minuciosa fotografía de la España de mediados del XVI y de sus tensiones religiosas y sociales, elevados asuntos que con su maestría deposita en la cotidianeidad de simples comerciantes, curas o pastores y labrantines del Páramo.