Es cierto que nuestros ilustrados nunca tuvieron la
iniciativa intelectual, y por lo tanto no dejaron el sedimento de cualquiera de
los autores de las “Luces” francesas. Aquí no hay un Voltaire, ni un Diderot,
ni mucho menos un Rousseau, y ello se debe en gran parte al ambiente general
que se vive en la España del siglo XVIII, a la falta de libertad de pensamiento,
al dominio que una iglesia ultramontana ejercía incluso contra los intentos
regios de modernización de Carlos III; y a pesar de ello son fundamentales para
entender lo que serán los dos siglos siguientes. Moratín describe así ese
ambiente contradictorio en que viven:
“… la edad en que
vivimos nos es muy poco favorable: si vamos con la corriente, y le hablamos el
lenguaje de los crédulos, nos burlan los extranjeros, y aún dentro de casa
hallaremos quien nos tenga por tontos; y si tratamos de disipar errores
funestos, y enseñar al que no sabe, la santa y general Inquisición nos aplicará
los remedios que acostumbra”.