domingo, 16 de agosto de 2015

LA VELOCIDAD DE LA LUZ, de Javier Cercas

El libro ya tiene años (2005), pero reconozco que después de leer la exitosa novela Soldados de Salamina, me daba cierta pereza volver a un autor que lo parecía de bestsellers; estaba equivocado y me alegro de haberlo descubierto a tiempo.  

La novela empieza como pareciendo contar una historia corriente, entre autobiográfica y reflexiva en torno a la brutalidad de la guerra, para ello se sirve de la de Vietman, aquella tragedia de los años sesenta y setenta con la que los niños y adolescentes de la época convivíamos casi a diario a golpe de telediario y película de Hollywood. Pero pronto nos abre un mundo más denso y más extenso, más complejo y a la vez cercano a la realidad cotidiana de cada cual.

El relato en sí transita desde la primera a la última página sobre la tenue línea que separa la realidad del narrador: la ilusión de un joven Cercas que quiere ser escritor, su estancia durante un par de años en la universidad americana de Urbana, su matrimonio y su hijo (aquí arriesga hasta el borde de un abismo trágico), el éxito y sus perversos efectos tras la publicación de una novela anterior (se entiende, Soldados de Salamina) … , con la ficción que aportan una vida por los subsuelos de una gran ciudad (¿) o el trágico accidente que destroza su familia, por poner solo dos ejemplos, de manera que cuando acabamos su lectura no sabemos a ciencia cierta incluso si  quien es la piedra angular del relato, el controvertido exsoldado e inteligente lector Rodney Falk, abatido hasta el suicidio por un terrible mal de conciencia, existió realmente o no. De cualquier forma poco a poco vamos descubriendo que todo eso es lo de menos, porque lo que realmente importa no es tanto conocer las barbaridades que se cometieron en una guerra como cualquier otra, ni siquiera la influencia que la misma podía tener en una familia ordinaria de una sociedad como la norteamericana, sino ver como la ciénaga de esa guerra concreta se parece cada vez más a la ciénaga en la que está hundido el narrador y a través suyo cada lector. Como la cotidiana mirada en el espejo de cada uno de nosotros en determinados momentos de la vida, nos puede mostrar la crueldad y la podredumbre por la que tan a menudo transitamos quizás sin darnos cuenta. Como los dos caminos de desilusión por lo que el autor nos conduce en su relato corren uno frente al otro hasta unirse, a la velocidad de la luz, porque al final todas las historia que se cuentan son una misma historia.

Con un lenguaje sencillo Javier Cercas consigue atrapar al lector en un torbellino de desazón psicológica, con la valentía añadida de asumir riesgos en lo personal hasta el extremo de convertir parte del mismo en una ficticia autobiografía cruel consigo mismo.