Qué sensación nos daría leer nuestros propios pensamientos
si antes hubiésemos sido capaces de poner negro sobre blanco absolutamente todo
lo que nos pasa por la cabeza. Ese es el ejercicio que Marías nos propone en
ésta novela introspectiva (¿psicológica?) casi de sus inicios (1994), el camino
por el que nos lleva a partir de una situación quizás absurda y ridícula, pero posible
y por lo tanto inquietante: a Víctor Francés, guionista de televisión, un “negro”
de discursos vacuos, se le muere en sus brazos su casi desconocida amante,
medio vestida y medio desnuda, con un hijo de dos años durmiendo en la
habitación de al lado, sin saber a quién llamar, ni siquiera sin saber si debe
llamar a alguien, sin saber cuál es el siguiente paso que debería dar más allá
de pensar en lo anecdótico, en lo absurdo de la situación, en su mala suerte o
en la mala suerte de Marta Téllez, ya sin vida en el engaño de una infidelidad
no consumada.
Llevado quizás por la inercia de su indecisión Víctor querrá
conocer a la familia de Marta y a partir de ahí a todo un electo de personajes
secundarios que desde mi punto de vista no siempre encuentran su encaje en el
relato: a su padre académico y cortesano, a su hermana más joven y lúcida, a su
viudo entre comprensivo e irritado, protagonista él también de una infidelidad
atormentada y cobarde por la muerte accidental de su amante, la otra, en una
calle mojada de Londres, llegando por fin al epílogo del relato provocado por
la confluencia de dos mujeres muertas en un mar de mutuos desconocimientos.
Siguiendo la opinión del propio autor, quizás estemos ante
un ensayo del engaño, vivimos engañados o engañando, y así a lo largo de la
vida, una vida gris como las calles del Madrid en invierno donde transcurre, un
ambiente oscuro que esconde la realidad hasta hacerla convertir en ficción,
porque esa es la única manera de que el olvido no difumine definitivamente lo
que realmente ha ocurrido.