sábado, 14 de enero de 2017

El Pirata, de Joseph Conrad

Llego a Conrad (1857-1924) de la mano de Pérez Reverte, al que en varias entrevistas le he leído su devoción literaria, movido no por la simple sugerencia sino por el rastreo de los antecedentes de un contemporáneo al que sigo. Un par de libros, de los que de momento solo he leído uno, dirán si vale la pena o no meterse a saco con el autor.

El argumento de la novela es sencillo: un viejo pirata, un lobo de mar que se ha pasado la vida jugándosela en los más lejanos mares, decide a la vejez descansar sobre tierra firme, para lo que elige el pequeño villorrio en el que su madre le trajo al mundo, en la orilla francesa del Mediterráneo. Un perceptible olor de sangre seca recuerda los tenebrosos días del gran terror revolucionario, Scevola, el sans-culotte que se hizo cargo de la hija de dos de sus víctimas, encarna el rencor y el odio apagado pero incapaz del arrepentimiento; Catherine, la joven víctima estigmatizada por sus vecinos, el amor y la esperanza. Peyrol, el corsario impenitente y cansado, la honradez, el sentido común y la sabiduría de la ancianidad dispuesta en un sorprendente giro al final del texto, a la última heroicidad de su baqueteada vida.  

La evolución de la historia es impecable, y detalles como que la biografía de los distintos personajes se nos vaya presentando de manera dosificada conforme se va desarrollando la trama demuestran la calidad de la obra y la sobrada solvencia de su autor, no en vano se trata de la última novela que escribió. Conrad se vale de una prosa rica con abundante vocabulario, con una jerga marina aplicada en su justa medida, sin que falte ni sobre una sola palabra; una riqueza de lenguaje en fin, que tanto echamos a veces de menos o tan impostado se nos presenta en demasiadas ocasiones en muchas de las novelas actuales.

Toda novela de aventuras necesita de un gran final para que sea completa, un final mejor cuanto más inesperado resulte, porque en mayor medida nos dejará esa sensación de alivio después de una trepidante carrera. En El pirata Conrad lo consigue, la muerte del protagonista es la condición necesaria para que el engaño perpetrado al enemigo, la flota inglesa comandada por el almirante Nelson, sea creíble. ¡Como nos trae al recuerdo este final con el que Clint Eastwood protagoniza en Gran Tonino!  

El pirata, y eso es lo que iba buscando, encarna el estereotipo de hombre duro, aparentemente sin escrúpulos, fiel solamente consigo mismo o como mucho con una Hermandad de gentes de su misma calaña, pero que al final resultan de una coherencia apabullante, dignos representantes del género humano, con un corazón que no les cabe en el pecho. Se entiende la admiración de Reverte hacia el autor polaco del que indudablemente es digno discípulo, a la vez que concluimos que desde los clásicos, todos los grandes rasgos de la condición humana están expresados y como mucho a los escritores posteriores solo les queda la habilidad en la repetición.