lunes, 10 de abril de 2017

PATRIA, de Fernando Aramburu

Hay libros testimoniales, libros que son como una inmensa acta notarial que certifican los odios y los miedos, los anhelos y las decepciones de toda una época; la última novela de Fernando Aramburu es sin duda uno de ellos.

La historia se desarrolla poco después de que la banda terrorista ETA anunciase el fin del uso de las armas. Dos familias vascas, euskaldunes, vecinas de un pequeño pueblo del interior de Guipúzcoa que en otro tiempo habían compartido intima amistad, hace años que vieron truncada su relación tras el asesinato de uno de sus miembros, el Txato, un pequeño empresario que no pudo calmar las exigencias del impuesto revolucionario que los terroristas le exigían, y el posterior apresamiento de Joxe Mari, el hijo del otro matrimonio, miembro de la banda, encarcelado a causa de una larga condena por los crímenes cometidos.

La novela se desarrolla en una sucesión de pequeñas escenas representadas en capítulos cortos de no más de seis páginas, lo que le concede una grata agilidad que permite al lector retener en la memoria escenarios distintos pero complementarios, en la medida que enfrentan dos realidades trágicamente opuestas, la de la familia de la víctima y la de la familia del verdugo, cuya tragedia se agranda más si cabe precisamente por la cercanía que las circunstancias les imponen.      

Es un acierto del autor no inmiscuir en los papeles principales a personajes ajenos al País Vasco, porque de esta manera evita tópicos que distraerían la comprensión de la situación vivida en esas tierras durante tantos años, desde la cobarde colaboración de muchos: “…el caso es difamar y meter miedo. Fulano hace un poco, mengano hace otro poco y, cuando ocurre la desgracia que han provocado entre todos, ninguno se siente responsable porque, total, yo sólo pinté, yo sólo revelé donde vivía, yo sólo dije unas palabras que igual ofenden, pero, oye, son palabras, ruidos momentáneos en el aire. De la noche a la mañana mucha gente del pueblo empezó a negarles el saludo.”; la cómplice justificación de la violencia por una parte muy significativa de la iglesia vasca, representada por el cura del pueblo: “Quítate las dudas y los remordimientos de la cabeza. Esta lucha nuestra, la mía en mi parroquia, la tuya en tu casa, sirviendo a tu familia, y la de Joxe Mari donde quiera que esté, es la lucha justa de un pueblo en su legítima aspiración a decidir su destino.”,  “¿Acaso ha manifestado Dios que no desea vascos en su presencia?..., sobre nosotros recae la misión cristiana de defender nuestra identidad,…” y no sobre ese “…Goliat, con su tricornio en la cabeza y sus torturadores en sótano de cuartel…”, hasta llegar a íntimo decaimiento del terrorista moralmente derrotado: “Parecía tranquilo, pero la suya era la tranquilidad del árbol caído. Su soledad deliberada, la de un hombre cada día más cansado. Y tanto como cansado, escamado. Sus cavilaciones, las de una conciencia en la que poco a poco habían dejado de sonar consignas, argumentos, toda esa chatarrería verbal/sentimental con la que durante largos años él había oscurecido su verdad íntima. ¿Y cuál era esa verdad? Cuál va a ser. Pues que había hecho daño y había matado. ¿Para qué? Y la respuesta le llenaba de amargura: para nada. Después de tanta sangre, ni socialismo, ni independencia, ni pollas en vinagre. Abrigaba la firme convicción de haber sido víctima de una estafa”.     

        El contenido de la novela es tan rico y el momento de su publicación tan oportuno, que su excelente calidad literaria queda en segundo lugar al lado de la significación social de su contenido, de su contundente alegato moral: una sociedad rota por la violencia, que pese a todo aspira a la reconciliación, aunque solo sea a través del abrazo sin palabras que sus dos principales protagonistas femeninas, Bittori y Miren, son capaces de darse pese a tener que esperar al último párrafo de libro, casi al último momento de su vida.    

Estamos, como hemos dicho al principio, ante una novela testimonial que necesariamente tenía que escribir un vasco, con protagonistas vascos, representantes cada uno de ellos si se quiere de un arquetipo social distinto, pero que ojalá se vea acompañada de otras muchas, y de cine, y de obras de teatro, y de relatos históricos que muestren a las claras como ha sido la triste historia de una época llena de sangre y acogotada por el sufrimiento, porque al final de nada habría servido todo ese dolor si el relato de lo ocurrido acabasen por dictarlo los verdugos. Patria es sin duda una lectura ineludible, al menos, para todos los que hemos vivido con angustia y durante tantos años, la peor cara del fanatismo nacionalista.