miércoles, 13 de septiembre de 2017

El monarca de las sombras, de Javier Cercas

Leer a Javier Cercas es leer sobre la duda: la duda del autor entre relatar la realidad o novelar la ficción, entre escribir un determinado libro o dejarlo olvidado en el baúl de los proyectos fallidos, entre si “son los libros los que tienen que estar al servicio del escritor (o) el escritor al servicio de sus libros”. En cualquier caso, leer a Cercas es hacerlo sobre una autobiografía que continuamente transita entre hechos ciertos y, o, hechos imaginados, sobre lo que es o sobre lo que quisiera ser, o lo que hubiera podido ser, o sobre lo que quizás en algún momento fue.

Esta duda entre lo real y lo imaginado, siempre con un final conclusivo no exento en ocasiones de inesperada revelación, y también, al menos eso es lo que me parece a mí, con las dosis justas de moralina, lo acompaña desde el exitoso Soldados de Salamina, pasando El Impostor o cualquiera del resto de sus novelas, hasta llegar a El monarca de las sombras.   

Me gusta como escribe lo que escribe Cercas, pero no puedo por menos, después de la lectura de prácticamente toda su obra, esperarlo en un cambio de registro; acabo El monarca… e, independientemente del tema que en cada caso toca, no me libro de la sensación de haber leído ya antes algo muy parecido escrito por las mismas manos. Tiene la madurez y la edad justa para indagar nuevos campos literarios, si no lo hace ahora, quizás ya no lo haga nunca.

El Monarca de las sombras es algo así como un enfrentamiento del autor con su propia tradición familiar, una especie de ajuste de cuentas desde la bien pensante interpretación de un hombre de izquierdas, de la época que va de 1931 a 1975, a los hechos vividos y a los posicionamientos ideológicos de su familia, especialmente de su tío abuelo Manuel Mena, un falangista de primera hora muerto en la guerra civil defendiendo los postulados de Falange. Toda la obra transita sobre el paradigma de que, si bien a las dos partes contendientes les animaban ilusiones lícitas, unos eran los equivocados y otros los acertados, los que tenían la razón de su parte, los moralmente superiores. Puede estar el autor en lo cierto o no, pero es de reconocer el valor con que se enfrenta a sus propios fantasmas desde las mismas calles de su pueblo extremeño. Si se tratase de un ensayo podríamos hacer notar la pérdida de legitimidad que para la República supuso el golpe socialista de 1934, o el fraude demostrado en las elecciones de febrero de 1936, u otras muchas razones que quizás desvirtuarían la total asimilación entre republicanos y demócratas, pero esto no es un relato histórico, por mucho que Cercas aduzca que la fantasía le está vedada.

Como hemos dicho, es típica una conclusión casi de última hora al final de las novelas de Cercas que se da también en este caso, pero que evidentemente no descubriremos. A modo de epílogo me quedo con una frase que oyó a su abuelo en plena transición a la democracia: “A ver si esta vez sale bien”.