Leer a Javier
Cercas es leer sobre la duda: la duda del autor entre relatar la realidad o
novelar la ficción, entre escribir un determinado libro o dejarlo olvidado en
el baúl de los proyectos fallidos, entre si “son
los libros los que tienen que estar al servicio del escritor (o) el escritor al servicio de sus libros”. En
cualquier caso, leer a Cercas es hacerlo sobre una autobiografía que continuamente
transita entre hechos ciertos y, o, hechos imaginados, sobre lo que es o sobre
lo que quisiera ser, o lo que hubiera podido ser, o sobre lo que quizás en
algún momento fue.
Esta duda
entre lo real y lo imaginado, siempre con un final conclusivo no exento en
ocasiones de inesperada revelación, y también, al menos eso es lo que me parece
a mí, con las dosis justas de moralina, lo acompaña desde el exitoso Soldados de Salamina, pasando El Impostor o cualquiera del resto de
sus novelas, hasta llegar a El monarca de
las sombras.
Me gusta como
escribe lo que escribe Cercas, pero no puedo por menos, después de la lectura
de prácticamente toda su obra, esperarlo en un cambio de registro; acabo El monarca… e, independientemente del
tema que en cada caso toca, no me libro de la sensación de haber leído ya
antes algo muy parecido escrito por las mismas manos. Tiene la madurez y la
edad justa para indagar nuevos campos literarios, si no lo hace ahora, quizás
ya no lo haga nunca.
El Monarca de las sombras es algo así como un enfrentamiento
del autor con su propia tradición familiar, una especie de ajuste de cuentas
desde la bien pensante interpretación de un hombre de izquierdas, de la época
que va de 1931 a 1975, a los hechos vividos y a los posicionamientos
ideológicos de su familia, especialmente de su tío abuelo Manuel Mena, un
falangista de primera hora muerto en la guerra civil defendiendo los postulados
de Falange. Toda la obra transita sobre el paradigma de que, si bien a las dos
partes contendientes les animaban ilusiones lícitas, unos eran los equivocados
y otros los acertados, los que tenían la razón de su parte, los moralmente
superiores. Puede estar el autor en lo cierto o no, pero es de reconocer el
valor con que se enfrenta a sus propios fantasmas desde las mismas calles de su
pueblo extremeño. Si se tratase de un ensayo podríamos hacer notar la pérdida
de legitimidad que para la República supuso el golpe socialista de 1934, o el
fraude demostrado en las elecciones de febrero de 1936, u otras muchas razones
que quizás desvirtuarían la total asimilación
entre republicanos y demócratas, pero esto no es un relato histórico, por mucho
que Cercas aduzca que la fantasía le está vedada.
Como hemos
dicho, es típica una conclusión casi de última hora al final de las novelas de
Cercas que se da también en este caso, pero que evidentemente no descubriremos.
A modo de epílogo me quedo con una frase que oyó a su abuelo en plena
transición a la democracia: “A ver si esta vez sale bien”.