Hablábamos hace unos días del dilema que se plantea entre el yo y el grupo, o lo que es lo mismo, entre el individuo celoso de su propia privacidad y la sociedad en la que forzosamente desarrolla su peripecia humana, y reconocíamos la victoria sin paliativos del grupo/masa sobre ese yo particular, con la amenaza además de que a éste se le impusiesen unas ideas no solamente ajenas, sino maliciosas, con el ánimo de perturbarlo en su libre albedrío. Acabábamos con unas preguntas sobre la educación, conscientes de que esa era la piedra angular en la construcción social y por tanto en las relaciones entre individuo y sociedad.
A nadie se le escapa este papel decisivo de la educación e infinidad de citas, innecesarias por abrumadoras, lo confirmarían de quererlo. No nos costará aceptar además que una educación desentendida del proyecto social en el que se lleva a cabo, de sus principios y sus valores, contribuiría a la fractura de ese proyecto común, pero a partir de ahí y de forma inmediata surge el enfrentamiento, la colisión entre la formación de la propia personalidad entendida a la manera humanista de desarrollo íntimo del yo particular, con la necesidad de formarnos para la convivencia, para la formación de ciudadanos sociales capaces de construir un mundo homogéneo dotado de normas de común aceptación. Personalidad y sociedad se ven pues compelidos a andar juntos, a la vez que obligados también a convivir con las fricciones y a resolverlas de la mejor manera posible, unidos como están en un proceso de creación histórica imparable.
A este respecto interesan las propuestas que hace Javier Gomá en su citado Aquiles en el gineceo, respecto de Rousseau y Goethe, los dos grandes educadores de Europa. Lo hace además de manera crítica a partir de la propia experiencia vital de ambos, entendiendo que “La relación en la vida de estos dos grandes con las instituciones de la eticidad muestra que su potente subjetividad nunca llegó a penetrar en el reino finito de la polis. Un yo demasiado rico y lleno se negaba a aceptar la alienación inevitable, radicalizada hasta la anulación del yo en el colectivismo de las grandes urbes”. Si por resumir atendemos solo al ejemplo de Rousseau en su Emilio, y dando un paso más desde el yo/grupo a la educación privada/pública, opina el ginebrino que la educación privada hace hombres autosuficientes que viven la vida en toda su intensidad, en tanto que la educación pública forma ciudadanos dispuestos a ejercer un oficio, un hombre civil que no sea más que “una unidad fraccionaria que depende del denominador, y cuyo valor está relacionado con el entero, que es el cuerpo social”. En línea con el pensamiento naturalista, su gran consejo al alumno será: “Aprende a volverte tu propio dueño; manda en tu corazón, ¡oh, Emilio!, y serás virtuoso”.
Sin embargo esta no parece la opinión definitiva de Rousseau al respecto. Poco tiempo después de la publicación del Emilio aparece su Contrato social, donde propone como la máxima aspiración que le queda al yo, el “estar preparado para anularse sin esperar nada a cambio” en palabras de Gomá, pasando de la “entronización metódica del yo solitario” a la “drástica abstracción del yo en el nuevo totalitarismo social”. Una aparente contradicción a favor del grupo que Rousseau apuntala con que “Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general y nosotros recibimos corporativamente a cada miembro como parte indivisible del todo”; “Cada ciudadano no es nada ni puede nada sino gracias a los demás”. A partir de estas aseveraciones, el propósito fundamental de la educación pública debería ser la anulación nihilista de personalidad de cada cual, de su subjetividad, a favor de la “objetividad del bien común”.
Una pregunta resulta pertinente en este momento, ¿los parámetros sociales de la época de Rousseau sin los mismos a los nuestros?, ¿valen sus afirmaciones de entonces o merecen una reconsideración que las actualice?, es el propio Gomá quien nos responde con un argumento en nuestra opinión convincente: “El suave nihilismo que da el tono a la época actual ha permitido que tanto el yo como la polis hayan dimitido de sus pretensiones totalizadoras incompatibles entre sí”. La conllevanza entre el yo y el grupo, y por extensión entre la educación privada con la pública, por mucho que el peso de lo segundo sea mayor que lo primero en aras de una polis que a todos integre, debe permitir a los dos su existencia porque de lo contrario, si lo público anulase lo privado, si el grupo/masa del que hablábamos al principio hiciese imposible en su objetividad el desarrollo del yo individuo en su subjetividad, lo que estaría en cuestión es el propio concepto de libertad, y a partir de ahí el problema estará en el lugar en que situamos el fiel de la balanza.
Bajemos para acabar a la palpable realidad para tratar de responder, siquiera sea sucinta y parcialmente, a una pregunta básica: ¿es pues pertinente la existencia de una educación privada en nuestro tiempo?, en nuestra opinión no solamente es pertinente sino necesaria, y como ya adelantamos, la cuestión estará en el grado que deba tener una y otra. Decimos que es necesario porque la educación privada, en correcta unión con la educación publica, garantiza la libertad del individuo, la formación de diferentes corrientes de pensamiento que contribuyan a la diversificación de la sociedad. La democracia precisa de la diversidad, porque de lo contrario lo propio sería un sistema totalitario. No hay democracia sin diversidad, y esta a su vez es hija de la educación de los individuos. Ahora bien, para contribuir a ese común proyecto social al que antes nos referíamos, los principios que los inspiran, aquellos valores en los que basamos nuestro sistema organizativo, deben estar presente en cualquiera de los dos tipos de educación. Recelemos pues de quien desee solo un sistema privado de educación autónomo de lo público, porque quizás no esté hablando más que de privilegios, pero hagámoslo también de quien solo proponga un sistema público, porque en este caso quizás lo que tengamos delante no sea más que el propósito de adoctrinamiento a favor de causas espurias y al final privadas a favor de una sola parte del todo.