domingo, 9 de marzo de 2008

Comentario literario

Y SI HABLA MAL DE ESPAÑA… ES ESPAÑOL

Fernando Sánchez Dragó
Ed. Planeta

Oyendo hablar a un hombre, fácil es
acertar donde vio la luz del sol.
Si os alaba Inglaterra, será inglés,
si os habla mal de Prusia, es un francés,
y si habla mal de España, es español.

Joaquín M. Bartrina

Dragó escribe a la misma velocidad que habla, al menos así parece entenderse cuando uno lo lee. De su boca o de su máquina de escribir, salen las palabras como bocanadas de ideas llenas, fruto sin duda de una memoria privilegiada y de una base cultural que para nosotros querríamos la mayoría. Hace años que sigo con cierta atención a este escritor del que acertadamente se dice que no deja indiferente, y que es capaz de levantar tantas pasiones a su favor como odios en su contra. Empecé como no, allá por los años ochenta, con su Historia Mágica de España. Eran esos años de juventud en que casi todos sentimos una cierta fascinación por los temas cuasi esotéricos, y la lectura de historias legendarias protagonizadas por personajes entre reales e imaginarios que habitaban este Jardín de las Hespérides que era Iberia, se acercaba bastante a ese esquema. Además, y es lo que en realidad me llevó a su lectura, el “tema” de España (soy hijo intelectual de la generación del 98), me fascinaba entonces tanto como ahora a temporadas me obsesiona o me cansa, ¿quizás entonces también lo hacía?
Dice Sánchez Dragó en el libro que ahora nos ocupa, que cierra una trilogía alrededor del asunto mentado: con Gárgoris y Hábidis trató la España mágica, con Muertes Paralelas, que aún no he leído, la España trágica, y con Y si habla mal…, la España hortera. ¿Cuál de las tres visiones se acerca mas a la realidad?, pues no lo se, lo que si es cierto es que en este libro he podido corroborar una idea que desde hace tiempo tengo por asumida: el mayor peligro de nuestra sociedad en general y de España en particular, no son las guerras, ni los cataclismos climáticos, ni las enfermedades raras, que evidentemente tienen su importancia, pero de entre todos, el mayor,… es la frivolidad.
A lo largo de doscientas setenta páginas Dragó se harta de hablar mal de España, la Puta Ezpaña que lo asfixia y lo consume (repárese en la Z del momento). Sin seguir un esquema narrativo, da brochazos de pintura negra sobre el lienzo de un país que dice aborrecer, siguiendo como única guía, él lo dice, los ecos de las palabras de tres grandes del pensamiento de lo propio: Unamuno, Ortega y Jose Antonio. ¿Extraña este último nombre?, es cuestión de lecturas si clichés preestablecidos para entenderlo. De ellos viene la idea básica del amor a una patria que no les gusta y que les duele hasta lo más profundo de su corazón.
Para quien lea el libro le advierto que está lleno de exageraciones, mejor dicho, es una exageración en sí mismo, pero eso ya los saben quienes siguen al autor con cierta frecuencia. A ellos les aconsejo que se sobrepongan a esta apariencia y que busquen, en todo caso, el verdadero sentir del texto, a mi modo de ver, la pasión por su patria de alguien que se dice apátrida, que se contempla como Nada, que no encuentra remedio a sus males ni consigo ni sin ti, España suya.
Vivimos días de alineamiento político de nuestros intelectuales, normalmente tan progres y tan solícitos a apoyar a la izquierda en el poder (hoy es día de elecciones generales); en ese contexto, leer a alguien que a lo largo de sus setenta años ha ejercido de antifranquista, marxista, anarquista, y Dios sabe cuantos istas mas, y que ahora se confiesa liberal y votante del PP, me resulta especialmente grato, no tanto por la opción política que apoya sino por la libertad intelectual y provocadora que le lleva a manifestarlo.
El final del libro, reconozco que ahí se me ha hecho un poco largo, trata de los toros. Para Dragó, es este animal se refugia lo único que queda del sentir de España, una opinión acaso mas metafórica que real, pero que habrá que tener en cuenta.
Como resumen diré que a mi parecer en el debe del texto se encuentra la falta de un esquema narrativo que le dé forma de ensayo, pero como a lo mejor el autor nunca pensó hacer eso, situemos en el haber, la provocación que acaso despierte conciencias apagadas de esta adormilada nación de nuevos ricos.

9 de marzo de 2008