domingo, 21 de noviembre de 2010

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS

Antonio Muñoz Molina
Antes y después de que el pasado año se cumpliera el setenta aniversario de la finalización de la Guerra Civil, los libros aparecidos que tratan distintos aspectos de la contienda, sus antecedentes y sus consecuencias, se han multiplicado. Eso siempre es bueno porque con ellos han visto la luz muchos detalles históricos hasta ahora desconocidos, como también interesantes interpretaciones que permiten analizar la época desde una perspectiva más imparcial, y así poco a poco nos vamos reafirmando en el aserto, entre otras cosas, de que los buenos y los malos eran todos.
Pero junto a los ensayos, también se han publicado, y lo siguen haciendo en este momento, una buena cantidad de novelas cuyas tramas transcurren sobre un escenario que literariamente no podemos dejar de considerar como extraordinariamente interesante. Las novelas, si están bien documentadas y la ligazón que efectúan entre personajes históricos y de ficción no traiciona la verdadera personalidad y el papel desarrollado por los primeros, sin duda nos ayudan a entender mejor la época. Creo haber escrito en algún lugar que si los libros de historia nos sirven para conocer lo que sucedió, las novelas, si reúnen entre otras las características antes enunciadas, nos permiten conocer mejor el alma del momento.
La Noche de los Tiempos (Seix Barral. Biblioteca Breve. 2009) cumple bien esa función. Básicamente la novela desarrolla a lo largo de casi mil páginas, una historia de amor, pero también desde mi punto de vista una historia de deserción de la tragedia, la eterna tragedia de España. Ignacio Abel es un arquitecto de moda en el Madrid republicano, que de la mano de Negrín se afana en el diseño y la construcción de una Ciudad Universitaria que al cabo de unos meses acabará hecha añicos, convertida en el frente de batalla más duradero del conflicto. Casado y con dos hijos, la familia de su esposa pertenece a la pequeña burguesía funcionarial reminiscente de la monarquía, y que junto a él, también pequeño burgués pero republicano y laico, representan la parte tranquila de España, aquella que no necesitaba de una guerra para tener una vida por delante con ideales propios, pero que quebró como una cáscara seca en manos de los violentos.
Esta sensación de zarandeo y desconcierto se refuerza con la presencia de otros personajes como el profesor Rossman, huido de la Alemania nazi para morir en ante una tapia madrileña bajo los tiros de milicianos republicanos; o la del personaje real Moreno Villa, el intelectual que con su sola presencia afea la conducta teatral e hipócrita de tantos (“Alberti y María Teresa León viajaban a Rusia costeados por el dinero de la República y al volver se hacían fotos en la cubierta del barco, como si fueran dos artistas de cine en gira por el mundo, los dos levantando el puño cerrado, ella envuelta en pieles, rubia, con los labios muy pintados, como una Jean Harlow soviética con cara de pepona española. Bergamín, tan asceta, no se bajaba del coche oficial”. Pg. 64).
Lo bueno de los libros es que, además de contarte bien una buena historia, sean capaces de sugerir en el lector preguntas que quizás nunca encuentren respuesta; este relato lo hace en varios de sus pasajes. Sin entrar en consideraciones acerca de la biografía de Muñoz Molina, después de la lectura del texto se me representa como partícipe de esa tercera España, tan débil y a la vez tan clarividente acerca de las necesidades de su patria. En boca de Negrín exclama “bastarán dos generaciones para mejorar la raza, y nada de eugenesia, ni de planes quinquenales, Reforma agraria y alimentación saludable. Leche fresca, pan blanco, naranjas, agua corriente, ropa interior limpia; si nos dejaran tiempo, los otros y los nuestros…” (pg.680). Y la pregunta al final, una de ellas al menos: “-¿Y ese que lleváis quién es?, -Un fascista, cosa nuestra”; y la tercera España, encarnada también por el personaje de la novela, por esta vez salva la vida de manos de la casualidad, como tantas otras veces. Si de regenerar la memoria de los muertos por los republicanos se ocupó Franco, y los de los nacionales las cúpulas oficiales de los partidos socialistas, ¿quién se ocupa de los muertos desde sus propias filas?. Trotskistas, monárquicos demócratas, republicanos liberales, esperan un turno que quizás nuca llegue.
Muñoz Molina se reafirma en este libro como un excelente descriptor de situaciones y de emociones, pocos como él son capaces de desmenuzar de forma tan minuciosa los sentimientos, de indagar con tanta meticulosidad en las acciones, en las dudas o en los pensamientos de sus personajes, pero también en las entrañas en una de las épocas más tristes de nuestra reciente historia. “-¿Sabe de qué me acuerdo mucho últimamente, Moreno? De una artículo que publicó usted el año pasado, sobre las ganas que parecía tener todo el mundo de matar a su adversario. Yo pensé que usted exageraba. – Yo también me he acordado… Hay palabras que no deberían escribirse, ni decirse. Se dice algo sin estar muy convencido en el fondo o pensando que no importa mucho y al haberlo dicho ya está empezando a ser verdad