sábado, 20 de noviembre de 2010

La Crisis de los Tulipanes

(Basado fundamentalmente en El hombre que cambió su casa por un tulipán, de Fernando Trías de Bes)

Prácticamente todos reconocemos la gravedad de la crisis que nos aqueja, solo algún que otro iluminado es capaz de negarla al principio y asegurar ahora que está superada, pero bueno, aparte de exotismos nacionales lo cierto la depresión actual es de las mayores nunca antes sufrida por nuestro sistema.
En mi opinión no obstante, hay dos rasgos que la diferencian de las anteriores, uno negativo y otro positivo; el negativo es que ahora todo se contagia más rápidamente, es lo que llamamos globalización, tanto externa, entre economías distintas, como interna, entre los distintos sectores y actores de una misma economía. El aspecto positivo es que el nivel de pobreza, aquel sobre el que asegura al menos la alimentación y las necesidades mínimas de la población, es ahora muy superior al de hace un siglo, y no es lo mismo ser pobre pudiendo al menos alimentarse, que serlo en un estado de inanición.
Pero bueno, dejémonos de tecnicismos. La actual crisis está asociada a eso que llamamos burbuja, en nuestro caso inmobiliaria y financiera, bien, pero ¿cuándo se produjo la primera burbuja conocida?, pues ni más ni menos que en Holanda y en el siglo XVII. Se trataba de la crisis de los tulipanes.
Conviene aclarar en primer lugar que para que una burbuja se produzca hace falta que la gente, mucha gente, asuma a la vez dos características esenciales: la de ser necio en el sentido de que no saber algo que debería haberse sabido, y la de ser presuntuoso, es decir, querer aparentar ser o tener aquello que no se es o no se tiene. Dirá el lector que con esto pretendo descalificar a todas estas personas, nada más lejos de la realidad, ser necio o ser presuntuoso, cuando forma parte de una burbuja, es un signo social más que personal, y en ello toda la sociedad está inmersa, quien suscribe incluido.
Veamos pues que fue eso de la crisis de los tulipanes, será divertido buscar las semejanzas con la crisis inmobiliaria que ahora sufrimos, hasta en las penas conviene no perder el sentido del humor.
En el siglo XVII Holanda siguió una política liberalizadora, contraria al proteccionismo adoptado por sus vecinos europeos. Se redujeron aranceles, se facilitó la instalación de nuevos negocios, se apoyó la creatividad económica e intelectual, etc. Años antes un botánico llamado Charles de l´Écluse, había creado un pequeño huerto en la Universidad de Leiden, huerto en el que comenzó a cultivar una nueva planta llegada desde el imperio otomano, el bulbo del tulipán. Tan novedosa era su flor, tan vivos sus colores, que todos los aristócratas y demás pudientes holandeses quisieron tener alguna de esas flores en sus palacios como signo indudable de distinción social. Pero además, para mayor gloria de la egolatría, apareció un extraño virus, el Tulip creaking virus, que provocaba en los pétalos unas caprichosas líneas de colores. Fue, como diríamos ahora, lo más de lo más, lucir tulipanes infectados con este virus en los salones regios era el signo de distinción definitiva entre los aristócratas.
Había un inconveniente, y es que la flor del tulipán apenas dura una semana, entonces ¿cómo se pudo liar la que se lió con algo tan perecedero?, pues porque la demanda que ahora veremos, la de los especuladores, se centró no en la flor propiamente dicha, sino en el bulbo. Aclaremos brevemente que para que una semilla se transforme en bulbo pueden pasar entre siete y doce años, sin embargo los bulbos también se crean en el interior de los capullos, y aquí su ciclo reproductivo es anual. Estos bulbos se arrancaban de la flor entre junio y septiembre para posteriormente plantarse, de manera que a la siguiente primavera aparecen las flores tan deseadas. En estas circunstancias el precio de los bulbos creció vertiginosamente y entonces a alguien se le ocurrió, no vender el bulbo, que por otra parte no se podía porque estaba enterrado bajo tierra, sino el derecho sobre el futuro tulipán. Los futuros son ahora una parte básica de nuestros mercados financieros, pero entonces eran toda una novedad.
Veamos de la manera más resumida y clara posible como era el funcionamiento de estas transacciones; para mejor comprensión utilicemos la actual moneda, el euro, aunque entonces fuesen florines de la época.
Pongamos que alguien ofrece 10 euros por un bulbo, pero como este estaba enterrado, el comprador entrega un euro como señal al vendedor, a condición de que cuando al año vaya a recoger el tulipán se entreguen los 9 euros restantes. Con este derecho sobre el futuro tulipán convenientemente documentado ante notario, este comprador a su vez lo ofrecía en venta a otros compradores situados en otros mercados, que lo compraban por ejemplo por 20 euros, pero le entregaba como señal 2 euros. En un tercer eslabón, el precio se elevaba por ejemplo a 30 euros y la señal entregada en ese momento era de 3. Todos estaban confiados que el aristócrata de turno, holandés, francés o de cualquier otra parte de Europa, al final lo compraría a un precio suficientemente alto que permitiría el beneficio de todos. En octubre de 1636 el derecho sobre un bulbo de tulipán se vendía a 20 florines (unos doscientos euros actuales), pero el 3 de febrero del año siguiente se alcanzó el máximo histórico con casi ¡¡200 florines!! (unos 2000 euros). Evidentemente la euforia fue de tal calibre que la gente dejó sus trabajos habituales para dedicarse a la compra-venta de derechos de bulbos, nadie tenía ningún tipo de inquietud por vender o hipotecar sus propiedades, incluso su propia vivienda, para poder comprar estos derechos.
Llegó febrero de 1637 y con él, el momento de desenterrar los bulbos que debían florecer ese año, pero la venta no fue como se esperaba, los precios habían subido demasiado y muchos aristócratas comenzaron a pensar que quizás podrían presumir ante sus invitados de otra manera. A menor ganas de comprar, mayor ansia por vender, por lo que los precios comenzaron a bajar de manera frenética: el pánico se había apoderado de los mercados. El 1 de mayo los precios llegaron al mismo nivel del 12 de octubre anterior, las grandes plusvalías esperadas se habían convertido en humo, la ruina estaba servida.
Al final, como suele suceder en estos casos, tuvo que intervenir el gobierno, pero la solución ofrecida no agradó a nadie. Solo con el paso del tiempo el país sacó la parte positiva de todo este embrollo: Holanda concentra hoy en día el 87% del mercado mundial de tulipanes que se venden… al precio normal de los tulipanes.
Son muchas las moralejas que se pueden sacar de este episodio pero yo me quedo solo con una: no hay que confundir valor con precio, y cuando el precio de algo sube mucho más de lo que objetivamente vale, antes o después bajará, y que Dios coja confesados a los que lo hicieron subir y no se salieron a tiempo del montaje.

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