martes, 22 de marzo de 2011

El tiempo entre costuras

De María Dueñas
El que te guste un libro, fundamentalmente si se trata de ficción como es caso de las novelas, depende de muchas cosas: de la manera en que esté redactado, de la historia que cuenta, de la personalidad de cada uno de sus personajes,… y seguramente del momento en el que lo leas y la predisposición que tengas al respecto. Digo esto porque estos meses se está vendiendo como churros El tiempo entre costuras (Ediciones Planeta. Temas de Hoy) de la autora María Dueñas, y sinceramente, no acabo de entender ese éxito, por lo que empiezo a dudar  de mi criterio…, o no. Veamos. 

La novela tiene como fondo argumental, una más de las muchas que últimamente se han editado, la guerra civil española y su inmediata postguerra, y cuenta las vicisitudes vividas por su protagonista, la joven modista Sira Quiroga, a caballo entre Madrid, el Protectorado español de Marruecos y Lisboa. Es una historia de amores, de intrigas y de espías al servicio de potencias extranjeras. Desde luego son buenos mimbres para construir una novela que desde el primer momento nos aprese, pero desde mi modesto punto de vista, no lo consigue. Creo que en buena parte es debido a que pasa por demasiados escenarios distintos sin conexión entre ellos, por ejemplo cuando cuenta la peripecia de la venta de unas pistolas con las que obtener dinero para abrir su negocio de costurera en Tetuán, ¿y qué?, la escena, a la que se intenta introducir una fuerte dosis de dramatismo termina de forma súbita, desperdiciando la oportunidad de imbricarla con otras posteriores. Lo mismo sucede con  situaciones como la estancia en la pensión, la vida en Tánger, o con personajes como el comisario y otros, que entran y salen de la trama sin lograr entrelazarse entre ellos, perdiendo la ocasión de conseguir un argumento más compacto. Esto pasa fundamentalmente en las primeras doscientas páginas del libro que fácilmente podrían haberse quedado en una treintena, pero sigue sin solucionarse prácticamente hasta la parte final, cuando Sira acude a Madrid en su nueva función de espía, y sobre todo a partir de la reaparición de Ignacio Montes, su antiguo novio, allá por la página 450. 

Por otra parte se crean situaciones artificiales que no nos dicen nada, como el equívoco de la protagonista al acudir a la cita en el Dean´s Bar de Tánger con su amiga Rosalinda Fox, que solo sirve para llenar media página sin sentido (pág. 368), mientras que por otra parte la propuesta de ésta para colaborar con el servicio británico de espionaje suena casi a frívola, echándose en falta, aquí sí, algo más de extensión y de detalle (pág. 372). Todo ello no obsta para que el libro tenga sus pequeñas joyas repartidas a la espera se toparse con ellas; un acierto por ejemplo es la utilización de la figura de las puntadas con hilos sobre aparentes patrones, a través de los que se transmiten en lenguaje morse los mensajes a los servicios secretos, o como alguna de esas frases llenas de lirismo que tanto nos gustan, “Madrid se fue cubriendo de otoño” (pág. 421). 

En definitiva, una novela pasable pero con falta de profundidad en la descripción de las situaciones y los personajes, sin un hilo argumental suficientemente consistente, que además  pierde por su excesivo academicismo, entendiendo por tal la obsesión por la fidelidad histórica, hecho que en cierta forma la autora reconoce en su nota final. Para leer sin más pretensiones durante un fin de semana cualquiera.

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