sábado, 17 de agosto de 2013

El "problema" de España VIII

De familia vasca, José de Cadalso (Cádiz, 1741 – Gibraltar, 1782), alcanzaría el grado de coronel en el ejército español, encontrando la muerte en el asedio de Gibraltar. Cadalso representa junto a Jovellanos y otros, la plenitud de la Ilustración española. De su obra, y por lo que aquí nos interesa, destacan sus Cartas marruecas. En las misivas que se cruzan tres personajes que representan visiones distintas del problema, aparece el "hondo sentir" hacia la situación nacional, aunque su patriotismo le hace reaccionar contra la leyenda negra que ya por entonces había tomado cuerpo. Dice Gazel a Ben-Beley:

“Si entre los españoles no se oye sino religión, heroísmo, vasallaje y otras voces dignas de respeto, del lado de los extranjeros no suenan sido codicia, tiranía, perfidia y otras no menos espantosas…, reflexionase por ahora que los pueblos que tanto vocean la crueldad de los españoles en América, son precisamente los mismos que van a las costas de África, compran animales racionales de ambos sexos a sus padres, hermanos, amigos y guerreros victoriosos, sin más derecho que ser los comprados negros; los embarcan como brutos; los llevan millares de leguas desnudos, hambrientos y sedientos; los desembarcan en América; los venden en público mercado como jumentos…”   
Pero tampoco duda en responsabilizar a los máximos dirigentes de la deriva del país; hablando de Felipe II y en tono acusatorio, afirma: “Murió dejando a su pueblo extenuado con las guerras, afeminado con el oro y la plata de América, disminuido con la población de un nuevo mundo, disgustado con tantas desgracias, y deseoso de descanso…; y en la muerte de Carlos II no era España sino el esqueleto de un gigante”.

Aunque al final parece encontrar un consuelo ante tanta desdicha. Dice en la carta de Nuño a Ben-Beley:


“Querer que una nación se quede con solas sus propias virtudes y se despoje de los defectos propios para adquirir en su lugar las virtudes de las extrañas, eso el fingir otra república como la de Platón. Cada nación es como cada hombre, que tiene sus buenas y malas propiedades peculiares en su alma y cuerpo. Es muy justo trabajar para disminuir éstas y aumentar aquellas; pero es imposible aniquilar lo que es parte de su constitución”.