martes, 4 de febrero de 2014

Europa 2014

Pedro Laín Entralgo recoge en su artículo Europa y la Ciencia (1957), la definición de Europa en base a un criterio genético, según el cual su formación sería fruto de la combinación de cuatro “elementos radicales”: la Grecia clásica, Roma, el cristianismo y la germanidad. A partir de ellos el continente habría recorrido un “destino dramático” hasta llegar a una realidad sobre la que el autor asevera que “no tiene así carácter geográfico, racial o nacionalista –no es infrecuente, por desdicha, la visión “nacionalista” de Europa-, sino funcional, operativo y humano. Allí donde las hazañas creadora, asuntiva, educadora y oblativa sean cumplidas con universalidad y lucidez intelectual, cualquiera que sean la situación geográfica y el color de la piel del que las cumpla, allí se continúa la misión de Europa, allí sigue existiendo Europa”. Europa sería según esta interpretación, instrumento y ejemplo civilizador para todo aquel que, cualquiera que sea “el color” de su piel, quisiera seguir su ejemplo.     

Repárese que cuando Laín Entralgo escribía estas palabras, habían pasado pocos años desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cénit de la explosión populista dramáticamente protagonizada por el fascismo y el comunismo. A partir de entonces la tolerancia hacia el otro y el convencimiento de que el antagonismo de nuestras ideas con las de nuestro vecino no era motivo de cruel confrontación, hicieron madurar una democracia imperfecta quizás en muchos aspectos, pero sobre la que quienes vivieron las dramáticas consecuencias de la guerra depositaron todos sus anhelos “civilizadores”.

Pero pasa el tiempo y la quebradiza memoria humana nos hace con frecuencia olvidar ciertos referentes esenciales. En mayo de este 2014 se celebrarán elecciones al Parlamento Europeo, y aunque es cierto que para la mayoría de la ciudadanía son unas elecciones menores posiblemente por la lejanía con que percibimos el trabajo de ésta institución, pueden suponer, si no lo evitamos, la puerta de entrada a nuevos populismos en el escenario continental. En Austria, Grecia, Dinamarca, Francia, Noruega, etc., se presentan partidos que se identifican por su raza, por su origen, por su religión,… formaciones en cuya esencia reside la idea no de convivencia con las opiniones diversas, sino de la de acabar con aquellas que le son contrarias; de nuevo el populismo queriendo dejarse oír e influir. ¿Y en España?, para que nadie me trate de parcialmente obsesivo con éste tema, me permito citar una frase del economista y filósofo francés Guy Sorman, que comparto: “el populismo en España avanza a través de las reivindicaciones independentistas, brutales en el País Vasco y civilizadas en Cataluña, pero de la misma naturaleza ideológica. Estos independentismos en España, en Francia …, al igual que en Escocia y en el norte de Italia, como todo populismo, significan que la democracia ya no nos permitiría vivir juntos y que debería trazarse una frontera, cultural y étnica, entre Nosotros y el Otro”. En definitiva, desandar el camino recorrido durante más de medio siglo.


El momento de crisis económica e institucional en que vivimos es proclive a este renacer populista. En realidad sus líderes, es fácil observarlo en cualquiera de sus discursos, no proponen soluciones a los problemas del día a día, sino solamente críticas al “otro”, al que se le hace responsable de todos sus males. Decir que “Espanya ens roba”, o que los inmigrantes son los responsables del paro, o que la pobreza es culpa de quien nos advierte de nuestro caótico endeudamiento, tiene el denominador común de no querer asumir las propias responsabilidades y de achacar a un enemigo imaginario nuestros problemas cotidianos. Un caldo de cultivo propicio al populismo que solamente podremos vencer con un discurso ilusionante en torno a una Europa democrática y sin fronteras.