La relación de los creadores con los lugares donde han
nacido o vivido siempre suele ser fructífera; ejemplos como Woody Allen con
Manhattan o el Greco con Toledo son pruebas de ello que además hacen patente
que se trata de una cualidad intemporal y multidisciplinaria. Con los
escritores sucede lo mismo, y de algunos de ellos nos habla Fernando Savater en
su ensayo Las ciudades y los escritores
(Debate, 2013).
Comienza con Franz Kafka y su Praga a caballo entre los
siglos XIX y XX: la ventana de su vivienda, el padecimiento de los judíos en
Centroeuropa, la propia configuración de la ciudad, etc., son relacionados con
aspectos centrales de su obra. Posiblemente es el mejor capítulo de la obra de
Savater. A éste le siguen Borges y Buenos Aires, con acertados comentarios a
cerca de su escritura fantástica, su creadora ceguera y las estériles polémicas
por los comentarios políticos del argentino; Chile y Neruda, hedonista y bon vivant, cuyo compromiso político ensombrece
posiblemente la calidad de su obra; Londres y Virginia Woolf, feminista, ávida
lectora desde la infancia, atormentada y suicida;
Lisboa y el Fernando Pessoa de las múltiples personalidades; la renacentista
Florencia de un Dante Alighieri “padre de Europa” y residente en el infierno
dantesco del castillo Malaspina; el País Vasco y Pío Baroja, individualista,
inconformista y contradictorio, sobre el que Savater no acaba de relacionar con
el medio; México y Octavio Paz, trasunto de la tradición de la modernidad;
Stevenson y Edimburgo con su antagónico de los mares del sur; el Madrid de Lope
y Quevedo, poco explotado por el autor quizás porque la ciudad tampoco ha
sabido recrearse en tan extraordinario siglo de oro; Paris y los existencialistas,
vanguardias y cementerio de Montparnasse compartidos por Sartre, Simone de
Beauvoir y Camus; Chateaubriand y la Bretaña, romanticismo e inconformidad sin
motivo cierto; y Dublín y Yeats, vientos celtas que arrastran unas nubes en las
que el irlandés busca su destino.
Si tuviésemos que sacar
un denominador común al libro quizás sería la notable influencia que siempre
tiene la infancia-ciudad de cada uno
de los autores con su posterior obra literaria, corroborando la idea de que
entre las páginas escritas por cualquier autor siempre suelen esconderse
pasajes autobiográficos. También la permanente incomodidad del poder reinante
en cada uno de los territorios con sus escritores, que a la postre serán sus
mejores publicistas, y otras que el lector debe obtener si cuenta con la
suficiente paciencia.
Como nota no tan acertada, y contrariamente a lo que cabría
esperar a tenor de su título, creo que Savater no profundiza lo suficiente en
la estricta relación de los autores con sus respectivas ciudades, sin duda
hubiese podido extraer y detallar referencias más concretas entre unas y otras,
oportunidad lamentablemente perdida.
Con todo, un buen libro de exquisita redacción, como no
puede ser menos viniendo de quien viene, recomendable para valorar aún más si
cabe el valor humano de la literatura.