domingo, 21 de septiembre de 2014

LAS CIUDADES Y LOS ESCRITORES, de Fernando Savater.

     La relación de los creadores con los lugares donde han nacido o vivido siempre suele ser fructífera; ejemplos como Woody Allen con Manhattan o el Greco con Toledo son pruebas de ello que además hacen patente que se trata de una cualidad intemporal y multidisciplinaria. Con los escritores sucede lo mismo, y de algunos de ellos nos habla Fernando Savater en su ensayo Las ciudades y los escritores (Debate, 2013).
     
     Comienza con Franz Kafka y su Praga a caballo entre los siglos XIX y XX: la ventana de su vivienda, el padecimiento de los judíos en Centroeuropa, la propia configuración de la ciudad, etc., son relacionados con aspectos centrales de su obra. Posiblemente es el mejor capítulo de la obra de Savater. A éste le siguen Borges y Buenos Aires, con acertados comentarios a cerca de su escritura fantástica, su creadora ceguera y las estériles polémicas por los comentarios políticos del argentino; Chile y Neruda, hedonista y bon vivant, cuyo compromiso político ensombrece posiblemente la calidad de su obra; Londres y Virginia Woolf, feminista, ávida lectora desde la infancia, atormentada y suicida; Lisboa y el Fernando Pessoa de las múltiples personalidades; la renacentista Florencia de un Dante Alighieri “padre de Europa” y residente en el infierno dantesco del castillo Malaspina; el País Vasco y Pío Baroja, individualista, inconformista y contradictorio, sobre el que Savater no acaba de relacionar con el medio; México y Octavio Paz, trasunto de la tradición de la modernidad; Stevenson y Edimburgo con su antagónico de los mares del sur; el Madrid de Lope y Quevedo, poco explotado por el autor quizás porque la ciudad tampoco ha sabido recrearse en tan extraordinario siglo de oro; Paris y los existencialistas, vanguardias y cementerio de Montparnasse compartidos por Sartre, Simone de Beauvoir y Camus; Chateaubriand y la Bretaña, romanticismo e inconformidad sin motivo cierto; y Dublín y Yeats, vientos celtas que arrastran unas nubes en las que el irlandés busca su destino.        

     Si tuviésemos que  sacar un denominador común al libro quizás sería la notable influencia que siempre tiene la infancia-ciudad de cada uno de los autores con su posterior obra literaria, corroborando la idea de que entre las páginas escritas por cualquier autor siempre suelen esconderse pasajes autobiográficos. También la permanente incomodidad del poder reinante en cada uno de los territorios con sus escritores, que a la postre serán sus mejores publicistas, y otras que el lector debe obtener si cuenta con la suficiente paciencia.

     Como nota no tan acertada, y contrariamente a lo que cabría esperar a tenor de su título, creo que Savater no profundiza lo suficiente en la estricta relación de los autores con sus respectivas ciudades, sin duda hubiese podido extraer y detallar referencias más concretas entre unas y otras, oportunidad lamentablemente perdida.

     Con todo, un buen libro de exquisita redacción, como no puede ser menos viniendo de quien viene, recomendable para valorar aún más si cabe el valor humano de la literatura.