domingo, 22 de noviembre de 2015

Cambio de modelo económico

No sé si alguien digo alguna vez aquello que de cuando se oye a un político hablar de cambiar el modelo económico, hay que echarse la mano a la cartera. No sé si alguien lo dijo, repito, pero en caso contrario permítanme que lo haga yo ahora. Suele ocurrir que cuando se producen cambios en los nuevos representantes patrios, o “autonomatrios”, o “municipatrios”, junto al efecto refrescante que siempre es de agradecer, llegan visionarios cargados de buenas intenciones y grandes ideas hasta ese preciso minuto increíblemente inéditas, y con la fuerza que otorga el convencimiento ideológico, se ven en el adánico papel de cambiar el mundo, tan equivocado hasta que la nueva luz que portan en sus manos alumbra los más oscuros rincones de la irreflexiva realidad que nos atonta.

Créanme que no son imaginaciones mías, lo he oído decir a representantes de las áreas económicas de la nueva Generalitat Valenciana, quizás de la Consellería de Economía “Sostenible”, que dirige un licenciado en filología clásica toda la vida dedicado a profesor o a político, sin más relación con la economía real que se sepa, que la que otorga la condición de consumidor pasivo de sus frutos. O quizás se trataba de alguien relacionado con la Consellería de Hacienda y “Modelo Económico”, comandada desde la digna pero endogámica torre de marfil de la universidad pública. Quede claro mi más absoluto respeto hacia las personas, pero permítanme que al menos me sienta intranquilo ante quienes pretenden dirigir nuestra economía y no se les conoce en su currículum, o al menos en el de sus colaboradores más próximos, un intento de negocio privado, quizás con algún fracaso que hizo peligrar su propio patrimonio personal, quizás con al menos un éxito que les permitió crear media docena de empleos. No sé, debe ser la deformación que provoca el ser autónomo y tener que pelear cada día con una persiana que cuesta cada vez más de levantar.

Suele ocurrir así que alguien reniega del modelo turístico de “sol y playa”, tan vulgar y masificado para sufrimiento de nuestras costas; o del sector “del ladrillo”, obcecado con eso de las burbujas; o de los grandes centros comerciales, encarnación de un capitalismo “sin alma”; o incluso de las presas de agua que las “grandes eléctricas” usan para generar energía y “sangrar” al pobre consumidor desvalido, y que además se han cargado un valle entre montañas donde en primavera florecían los romeros. La solución suele ser subvencionar “nuevos negocios”, quizás artesanos, porque eso ayuda a una buena foto, pequeñas casas rurales que nunca tendrán rentabilidad para mantenerse, y así un sinfín de ideas que por ellas mismas pueden ser interesantes, pero que regadas con el maná del dinero público, ese que “no es de nadie”, al final llenan capítulos y capítulos en los presupuestos de gastos de las administraciones que las ubres de un depauperado sistema fiscal no son capaces de alimentar.

Oiga y digo yo, ¿porqué no dejar a quienes se juegan su parné que elijan el negocio que crean conveniente en función del mercado (maldita palabra para algunos)?, ¿porqué los que mandan no se limitan a facilitar el papeleo, a poner unas normas claras que todos entiendan, a intentar que los impuestos no acaben con la ilusión de quien se aventura en crear una empresa?, claro, es verdad, eso sería confiar en la gente, creer realmente en la libertad individual, pasar a un segundo plano en la foto de las inauguraciones.  

Puestos a pensar aún de forma rápida, alguna tarea les podríamos apuntar en lo que a la economía valenciana se refiere. Por ejemplo, ¿puede reconstruirse de alguna forma el sistema financiero que teníamos, desaparecido por la inoperancia y desvergüenza de algunos políticos del PP? (no me duelen prendas decirlo, al fin y al cabo, en otras autonomías han sido otros). ¿No podrían intentarse apoyar el aumento de tamaño de nuestras industrias, excesivamente pequeñas y por lo tanto vulnerables a los ciclos económicos?, ¿no podríamos aumentar la investigación y abrir nuestras universidades al mundo real, aún a riesgo de que cuatro demagogos griten la estupidez esa de que “no queremos empresarios en la universidad”?, ¿podríamos renunciar a algún que otro pabellón deportivo, o piscina cubierta, o centro cultural sobredimensionado, o incluso a alguna espectacular rotonda, y dedicar ese dinero a buenos polígonos industriales, a eficaces institutos tecnológicos, a una enseñanza profesional de calidad?, por cierto, ¿podrían las mentes pensantes de la Generalitat ponerse de acuerdo de una vez con las leyes urbanísticas y desbloquear los proyecto, modestos, racionales, que hay en marcha?

Bueno, en un par de meses tendremos aquí a los Reyes Magos, no cuesta nada pedirles que éste año cambien las ocurrencias por el sentido común. .