No sé si alguien digo alguna vez aquello que de cuando se
oye a un político hablar de cambiar el modelo económico, hay que echarse la
mano a la cartera. No sé si alguien lo dijo, repito, pero en caso contrario
permítanme que lo haga yo ahora. Suele ocurrir que cuando se producen cambios
en los nuevos representantes patrios, o “autonomatrios”, o “municipatrios”, junto
al efecto refrescante que siempre es de agradecer, llegan visionarios cargados
de buenas intenciones y grandes ideas hasta ese preciso minuto increíblemente
inéditas, y con la fuerza que otorga el convencimiento ideológico, se ven en el
adánico papel de cambiar el mundo, tan equivocado hasta que la nueva luz que
portan en sus manos alumbra los más oscuros rincones de la irreflexiva realidad
que nos atonta.
Créanme que no son imaginaciones mías, lo he oído decir a
representantes de las áreas económicas de la nueva Generalitat Valenciana,
quizás de la Consellería de Economía “Sostenible”, que dirige un licenciado en
filología clásica toda la vida dedicado a profesor o a político, sin más
relación con la economía real que se sepa, que la que otorga la condición de
consumidor pasivo de sus frutos. O quizás se trataba de alguien relacionado con
la Consellería de Hacienda y “Modelo Económico”, comandada desde la digna pero
endogámica torre de marfil de la universidad pública. Quede claro mi más
absoluto respeto hacia las personas, pero permítanme que al menos me sienta
intranquilo ante quienes pretenden dirigir nuestra economía y no se les conoce
en su currículum, o al menos en el de
sus colaboradores más próximos, un intento de negocio privado, quizás con algún
fracaso que hizo peligrar su propio patrimonio personal, quizás con al menos un
éxito que les permitió crear media docena de empleos. No sé, debe ser la
deformación que provoca el ser autónomo
y tener que pelear cada día con una persiana que cuesta cada vez más de
levantar.
Suele ocurrir así que alguien reniega del modelo turístico
de “sol y playa”, tan vulgar y masificado para sufrimiento de nuestras costas;
o del sector “del ladrillo”, obcecado con eso de las burbujas; o de los grandes
centros comerciales, encarnación de un capitalismo “sin alma”; o incluso de las
presas de agua que las “grandes eléctricas” usan para generar energía y
“sangrar” al pobre consumidor desvalido, y que además se han cargado un valle
entre montañas donde en primavera florecían los romeros. La solución suele ser
subvencionar “nuevos negocios”, quizás artesanos, porque eso ayuda a una buena
foto, pequeñas casas rurales que nunca tendrán rentabilidad para mantenerse, y
así un sinfín de ideas que por ellas mismas pueden ser interesantes, pero que
regadas con el maná del dinero público, ese que “no es de nadie”, al final
llenan capítulos y capítulos en los presupuestos de gastos de las
administraciones que las ubres de un depauperado sistema fiscal no son capaces
de alimentar.
Oiga y digo yo, ¿porqué no dejar a quienes se juegan su
parné que elijan el negocio que crean conveniente en función del mercado
(maldita palabra para algunos)?, ¿porqué los que mandan no se limitan a
facilitar el papeleo, a poner unas normas claras que todos entiendan, a
intentar que los impuestos no acaben con la ilusión de quien se aventura en crear
una empresa?, claro, es verdad, eso sería confiar en la gente, creer realmente
en la libertad individual, pasar a un segundo plano en la foto de las
inauguraciones.
Puestos a pensar aún de forma rápida, alguna tarea les podríamos
apuntar en lo que a la economía valenciana se refiere. Por ejemplo, ¿puede reconstruirse
de alguna forma el sistema financiero que teníamos, desaparecido por la
inoperancia y desvergüenza de algunos políticos del PP? (no me duelen prendas
decirlo, al fin y al cabo, en otras autonomías han sido otros). ¿No podrían
intentarse apoyar el aumento de tamaño de nuestras industrias, excesivamente
pequeñas y por lo tanto vulnerables a los ciclos económicos?, ¿no podríamos
aumentar la investigación y abrir nuestras universidades al mundo real, aún a
riesgo de que cuatro demagogos griten la estupidez esa de que “no queremos
empresarios en la universidad”?, ¿podríamos renunciar a algún que otro pabellón
deportivo, o piscina cubierta, o centro cultural sobredimensionado, o incluso a
alguna espectacular rotonda, y dedicar ese dinero a buenos polígonos industriales,
a eficaces institutos tecnológicos, a una enseñanza profesional de calidad?,
por cierto, ¿podrían las mentes pensantes de la Generalitat ponerse de acuerdo
de una vez con las leyes urbanísticas y desbloquear los proyecto, modestos, racionales,
que hay en marcha?
Bueno, en un par de meses tendremos aquí a los Reyes Magos,
no cuesta nada pedirles que éste año cambien las ocurrencias por el sentido común. .