Hay palabras que tienen entre nosotros mala prensa, sin duda
patria es una de ellas. Así, dicha
sin más suena a cutre, a soflama color caqui y gorra de plato, a privilegio de
casta encerrado en viejo arcón decimonónico, a último refugio de los canallas como dijo
Samuel Johnson; pero como suele ocurrir, no es eso, no es eso (siempre Ortega,
oportuno y liberal desde lo castizo).
Como no son ideas nuevas, ni tan solo del siglo XIX, interesa
el acertado adagio de Cicerón: Pro
legibus, pro libertate, pro patria. La patria en íntima relación con la
libertad y la ley. Haciendo una sencilla traslación a los momentos actuales, la
patria en democracia con libertad individual para que cada cual tome las decisiones
que crea más oportunas en cada momento y ante cada asunto, y con un cuerpo
legislativo nacido de esa libre voluntad de ciudadanos iguales. A partir de
esas premisas, falla la patria, la conciencia ciudadana de pertenencia a una
patria, cuando la libertad no se ejerce en el más amplio sentido de la palabra,
y cuando las leyes no se cumplen sin que resolutivamente actúe un poder
coercitivo democráticamente encargado para ello.
Es cierto que siempre apelamos a la libertad, a la justicia
y a la democracia, pero también que a fuerza de citarlas muchas veces acaban
convirtiéndose en palabras huecas, en referencias sin contenido real. Y lo peor
no es que cada ciudadano entendido individualmente no respete la libertad de su
prójimo y las leyes que nos regulan, ahí si suele funcionar la fuerza coercitiva, y si alguien agrede a su vecino física o verbalmente, o si nos saltamos un
semáforo en rojo al final alguien nos sanciona o nos condena. Lo peor es cuando
son precisamente los representantes del
pueblo, quienes ostentan la auctoritas
sin demostrar la capacidad moral
suficiente (corrupción y prebendas, maldita plaga), y en el ejercicio de su
poder otorgado por la ciudadanía, priva a esos mismos ciudadanos de su
libertad, por ejemplo en asuntos tan cotidianos como prohibirle o entorpecerle la
elección del colegio para sus hijos, del médico que sane sus males o de la
lengua con la que le dé la gana expresarse. Y también cuando estos mismos
representantes no cumplen con las leyes que los ciudadanos nos hemos dado según
nuestro real saber y entender. ¿Cómo podemos calificar por ejemplo que un
dirigente político de una autonomía se pase por el forro la limitación legal
del gasto?, ¿Cómo que no cumpla una sentencia del Tribunal Constitucional?, ¿Cómo
que trate a unos ciudadanos, que no súbditos, de manera diferente según la
afinidad política?, ¿por qué el diferente trato tributario según la región
donde se viva, y a partir de ahí, mejores condiciones de vida de unos frente a
otros?, ¿por qué la redistribución de los impuestos a partir de territorios y
no de personas?
En su Deberes del
hombre, decía el italiano Mazzini que “Una patria en una asociación de
hombres libres e iguales unidos en el fraternal acuerdo de trabajar por un fin
único. Una patria no es una agregación, es una asociación. No hay patria
verdadera sin derecho uniforme. No hay patria verdadera donde la uniformidad
del derecho es violada por la existencia de castas o privilegios”. Pues eso.