domingo, 10 de abril de 2016

LEY, PATRIA Y LIBERTAD

Hay palabras que tienen entre nosotros mala prensa, sin duda patria es una de ellas. Así, dicha sin más suena a cutre, a soflama color caqui y gorra de plato, a privilegio de casta encerrado en viejo arcón decimonónico, a último refugio de los canallas como dijo Samuel Johnson; pero como suele ocurrir, no es eso, no es eso (siempre Ortega, oportuno y liberal desde lo castizo).

Como no son ideas nuevas, ni tan solo del siglo XIX, interesa el acertado adagio de Cicerón: Pro legibus, pro libertate, pro patria. La patria en íntima relación con la libertad y la ley. Haciendo una sencilla traslación a los momentos actuales, la patria en democracia con libertad individual para que cada cual tome las decisiones que crea más oportunas en cada momento y ante cada asunto, y con un cuerpo legislativo nacido de esa libre voluntad de ciudadanos iguales. A partir de esas premisas, falla la patria, la conciencia ciudadana de pertenencia a una patria, cuando la libertad no se ejerce en el más amplio sentido de la palabra, y cuando las leyes no se cumplen sin que resolutivamente actúe un poder coercitivo democráticamente encargado para ello.

Es cierto que siempre apelamos a la libertad, a la justicia y a la democracia, pero también que a fuerza de citarlas muchas veces acaban convirtiéndose en palabras huecas, en referencias sin contenido real. Y lo peor no es que cada ciudadano entendido individualmente no respete la libertad de su prójimo y las leyes que nos regulan, ahí si suele funcionar la fuerza coercitiva, y si alguien agrede a su vecino física o verbalmente, o si nos saltamos un semáforo en rojo al final alguien nos sanciona o nos condena. Lo peor es cuando son precisamente los representantes del pueblo, quienes ostentan la auctoritas  sin demostrar la capacidad moral suficiente (corrupción y prebendas, maldita plaga), y en el ejercicio de su poder otorgado por la ciudadanía, priva a esos mismos ciudadanos de su libertad, por ejemplo en asuntos tan cotidianos como prohibirle o entorpecerle la elección del colegio para sus hijos, del médico que sane sus males o de la lengua con la que le dé la gana expresarse. Y también cuando estos mismos representantes no cumplen con las leyes que los ciudadanos nos hemos dado según nuestro real saber y entender. ¿Cómo podemos calificar por ejemplo que un dirigente político de una autonomía se pase por el forro la limitación legal del gasto?, ¿Cómo que no cumpla una sentencia del Tribunal Constitucional?, ¿Cómo que trate a unos ciudadanos, que no súbditos, de manera diferente según la afinidad política?, ¿por qué el diferente trato tributario según la región donde se viva, y a partir de ahí, mejores condiciones de vida de unos frente a otros?, ¿por qué la redistribución de los impuestos a partir de territorios y no de personas?

En su Deberes del hombre, decía el italiano Mazzini que “Una patria en una asociación de hombres libres e iguales unidos en el fraternal acuerdo de trabajar por un fin único. Una patria no es una agregación, es una asociación. No hay patria verdadera sin derecho uniforme. No hay patria verdadera donde la uniformidad del derecho es violada por la existencia de castas o privilegios”. Pues eso.