Jaume Vicens Vives fue sin duda uno de los más influyentes
historiadores de toda una generación, la que va desde mediados de los años
treinta del pasado siglo, hasta 1960, año de su temprana muerte. Durante este tiempo
protagonizará, en abierta discusión con Rovira i Virgili y Ferran Soldevila, una
línea revisionista de la historiografía romántica catalana que intentará replantearse
la dialéctica Cataluña-Estado desde el punto de vista de lo que fue, en abierto antagonismo a lo que pudo haber sido, tan profusamente argumentado desde aquella
parte del Ebro en lo que respecta fundamentalmente al periodo que comienza con
el fin de la Guerra de Sucesión y la entronización de la dinastía borbónica. Represaliado
primero por el franquismo, conseguirá pronto, en la misma década de los
cuarenta, cátedra primero en Zaragoza y después en Barcelona, y desde luego
tras su muerte no se librará de una crítica feroz por parte de sectores
nacionalistas (él también lo fue, moderado), que como suele ocurrir en tantos
casos, confundieron la critica a su obra con la de su persona; sin ir más lejos
Fuster llegará a llamarle “españolista provinciano” o “vocero del regionalismo
burgués”, todo un ejemplo de razonamiento académico.
Es en este contexto en el que escribe Noticia de Cataluña, publicada en 1954, y desde luego, si no fuera
por el resto de su obra, nadie diría que Vicens no es un abierto propagandista
de las más paradigmáticas virtudes catalanas cuya exposición responde a lo que
él mismo llama “eterna llamada de su sangre”, porque el ensayo, que desde
nuestro personal punto de vista no pretende ser tanto histórico como
sociológico, no es sino una exposición metafísica del esencialismo catalán,
como por otros tantos autores lo ha sido del castellano o del español en su
conjunto.
El libro contiene valiosísimas reflexiones sobre el pasado,
pero fundamentalmente sobre la personalidad, la manera de ser de los catalanes
a lo largo de la historia y su relación con el resto de los habitantes de la
península, pero también es ahí donde se encierran algunos de sus más clamorosos
defectos, como la elevación, en palabras de Ricardo García Cárcel, a la
categoría de “arquetipos antropológicos” por ejemplo del seny y la rauxa, del
sentido común frente a la violenta pasión irreflexiva, cuyo origen estaría en
la menestralía temprano medieval, desde la que invariablemente habrían guiado
por pasos del pueblo catalán más allá de las peculiaridades de cada época.
Vives enfatiza por ejemplo el hecho de la importancia
originaria en la Marca Hispánica en el carácter “comerciante” sin atender que
esa misma peculiaridad pueden tenerla valencianos o andaluces por la influencia
fenicia, o del arraigo de la masía y la tierra de los catalanes que formaría
una “subestructura social” que llega hasta nuestros días, como si lo mismo no
fuese característico de cualquier otra parte de la península. Éste carácter particularista,
étnico, que concede desde nuestro punto de vista una excesiva importancia por
ejemplo a la burguesía catalana en su empeño, siempre por lo visto frustrado,
de modernizar España, o al consabido componente pactista catalán, sin caer en
la cuenta de que en muchas ocasiones lejos de una virtud puede tratarse de un
defecto, por cuanto significa que nada se hace por la colectividad común
hispánica, si no es a cambio de algo, es lo que desde nuestro punto de vista
convierte el ensayo en un estudio laudatorio excesivamente particularista (“Tan
pronto como nos ponemos a trabajar de firme, desbordamos las posibilidades
mentales de los castellanos…”), diferenciador pero no comparativo (¿no hay
pactismo en las Cortes de Aragón o Valencia, o de la propia Castilla, cada vez
que el monarca de turno reclama fondos para una guerra a cambio de nuevos privilegios,
nuevos “fueros” a favor de una determinada clase social?), y no solamente con
respecto a las virtudes, sino también a los defectos que enumera, como el individualismo
o la propia rauxa, tan característicos
en cualquier otro sitio.
Pero al lado de esto, también reconoce Vicens el daño de la
historiografía romántica en cuanto ha sido base de posicionamientos posteriores
meramente políticos, o la apropiación que se ha hecho por una parte, de la
totalidad de la obra de la Corona de Aragón, o la falta de entendimiento de lo
que suponía el nuevo mundo surgido del Renacimiento.
Sea cual fuere la reacción que en cada cual provoque la
lectura del ensayo, creemos esencial su estudio, y no solamente porque nos hable
de lo que fue y del porqué fue de una manera determinada, sino porque nos muestra
una perspectiva muy común al abordar la relación siempre complicada entre
Cataluña y el resto de España, y no podemos entender muchas cosas sin atender
primero a esa visión particular del problema.