Arturo Pérez-Reverte inicia una nueva serie de novelas de la
mano de Lorenzo Falco, un espía con pretendidos escasos escrúpulos y nula
ideología que trabaja para los servicios de seguridad de Franco, al poco
de iniciarse la Guerra Civil Española. Ese es el fondo de escenario del relato,
el espacio temporal al que el autor anuncia no querer encadenarse, no pretende,
dice, hacer una novela, una más, sobre la Guerra Civil, posiblemente busque una
de caracteres fuertes, amorales, enfrentados y contradictorios, supervivientes de
un tiempo convulso: “El mundo de Falcó era otro, y allí los bandos estaban
perfectamente definidos: de una parte él, y de la otra todos los demás”. El
personaje ya había ejercido antes de traficante de armas en medio mundo,
protagonista de negocios sucios, asesino si se terciaba,… hasta que su futuro
jefe elige entre matarlo o captarlo como espía de la República, opción que su
olfato finalmente le aconseja. Reverte incluye una frase con la que define al
personaje: al comunicarle su superior el golpe militar del 18 de julio su reacción
es automática: “¿Estamos a favor o en contra?, cualquiera de las dos opciones
se encontraba en el otro bando.
Con estos mimbres, y algunos más que aparecen por el camino,
comienza un relato de acción, con
diálogos cortos y afilados, con poco espacio para una reflexión imposible hasta
llegar al final; no hay tiempo para más, solo una carrera de personajes dignos
e idealistas que en el terror de la retaguardia se confunden con otros malvados
y culpables, sobre todo a partir de la página 130, cuando el relato enfila
definitivamente por la difícil senda de hacer verosímil algo tan inverosímil
como la liberación de José Antonio Primo de Rivera, preso en la cárcel de
Alicante; incluso en algún momento casi llegamos a creer que pueda ser posible:
Reverte ha ganado.
Como ocurría con el capitán Alatriste casi cuatrocientos
años antes, hermanos atemporales hijos del mismo vientre, Pérez-Reverte nos
quiere presentar un personaje sin alma ni escrúpulos, un hombre frio que
simplemente obedece ordenes que ejecuta sin que le tiemble ni una pestaña, un
mujeriego bajo cuyo pantalón se esconde un fondo misógino, pero al final no le sale, al final nos queda
el regusto de haber conocido a la dignidad vestida de traje y sobrero, fiel a
unos principios personales e intransferibles, tan de uno mismo que no tienen
porqué explicarse. Quizás el autor demuestra una vez más que todas las novelas
tienen algo de autobiográfica, aunque solo sea de aquello que se pretenda ser.
La novela se cierra bien, con personajes llamados a
enfrentarse y a la vez amarse en el ignoto camino que ha de llegar. Ojalá no se
convierta nunca Lorenzo Falcó en un personaje políticamente correcto, Arturo
Pérez-Reverte perdería su encanto y su libertad.