La mayoría de quienes hemos nacido o vivimos tierra adentro,
tenemos del mar una visión que va desde festiva, de domingos de sombrilla y
playa, a terrible, de película de piratas con islas del tesoro azotadas por
desgarradoras tormentas; quizás sea el recuerdo de una mar picada volviendo de
Tabarca, lo que más nos aproxime al hundimiento del Titanic. Con estos pobres
antecedentes, sumergirse en un libro como El
espejo del mar, solo nos puede conducir a un rápido aburrimiento, o por el
contrario a la apertura de un nuevo mundo al que adentrarse con la avidez de un
adolescente. De ésta segunda manera he disfrutado la versión más literaria del
mar y de lo marino con la que hasta el momento me he topado.
El texto es un relato sosegado, y así ha de ser su lectura,
de distintos aspectos del mundo marino: la función de las anclas, los vientos
predominantes, las dársenas donde las embarcaciones se refugian, las noticias
sobre los naufragios, etc., de ésta manera Conrad va hilvanando todo un
universo literario repleto de detalles, con un vocabulario apabullante que nos
atrapa definitivamente, sabiendo que el disfrute está en cada línea, en cada
capítulo, pues no hemos de esperar un desenlace cual se si tratase de una
novela, y que sin ser un ensayo, que no lo es, nos da tal volumen de
información sobre cada tema, que no podemos desaprovechar la oportunidad de
aprendizaje que pone en nuestras manos.
Con El espejo del mar
uno llega a amar a los antiguos veleros en la medida en que llegamos a
“comprenderlos”, llega a sufrir con el encadenamiento que éstas almas libres
soportan en las sucias dársenas del Támesis, padeces por un carguero al que el
diario de la mañana ha incluido en la lista de “retrasados”, … y lo haces porque Conrad personifica todo aquello de cuanto
habla, porque “Tratar con los hombres es un arte tan bello como tratar con los
barcos”, porque cuando Conrad habla lo hace “el hombre de los mástiles y de las
velas, para quien el mar no es un elemento navegable, sino un compañero
íntimo”, por el que sutilmente profesa “un amor raro: el amor por los hombres,
por las cosas, por las ideas, el amor por la más consumada pericia. Porque el
amor es el mayor enemigo de la prisa…” Ahí está a mi entender el valor del
texto, en la indagación en lo humano a través de lo que para muchos no son sino
meros aparejos, simples lonas que se baten al viento, o vulgares balandros
azotados hasta la extenuación por los vientos del Oeste: extraer de la más
vulgar materia reflejos del alma que el alma esconde.
Conrad usa de sus propias experiencias para escribir El espejo del mar, es evidente, pero
publicado en 1906, y a la vista de lo terrible que acabaría siendo el siglo que
entonces principiaba, no me resisto a ponderar la sabiduría y la capacidad
predictiva que encierra, en un cita con la que acabo el comentario, sacada
precisamente del capítulo donde habla de nuestro Mediterráneo: “Por supuesto,
puede argüirse que las batallas han configurado el destino de la humanidad. La
cuestión de si lo han configurado bien o no quedaría, no obstante, abierta.
Pero apenas si valdría la pena discutirla. Es sumamente probable que, de no
haberse librado nunca la batalla de Salamina, la faz del mundo hubiera sido muy
parecida a como la vemos hoy, moldeada por la mediocre inspiración y los miopes
esfuerzos de los hombres. En virtud de una larga y desdichada experiencia de
sufrimiento, injusticia, ignominia y agresión, las naciones de la tierra se
rigen eminentemente por el miedo: miedo de un tipo que un poco de oratoria
barata convierte fácilmente en furia, odio y violencia. El inocente, cándido
miedo ha sido la causa de muchas guerras…. Estamos atados al carro del progreso.
No hay vuelta atrás; y desafortunadamente nuestra civilización, que tanto ha
hecho para comodidad y adorno de nuestros cuerpos y para elevación de nuestras
almas, ha convertido el homicidio legal en algo terrible e innecesariamente
caro”.