Quien lea con cierto detenimiento la prensa más allá de los titulares de las primeras páginas, sabrá que una de las cuestiones candentes que en la actualidad se debate en el País Vasco es la del relato post ETA, el cómo va sedimentándose en la memoria ciudadana la dura experiencia provocada por la época en que los terroristas sembraron de dolor y muerte todo el territorio de España, pero de manera muy especial las tierras vascas objeto de su particular política de “liberación”, y de como finalmente el Estado, y la perseverancia de una de sociedad que se siente libre, fueron ganando terreno de manera trabajosa, hasta acabar con tanto sufrimiento. ETA fue finalmente derrotada es cierto, pagándose para ello un alto precio de dolor y muerte, de sangre inocente derramada y desgarros personales y sociales que tardarán mucho tiempo en cicatrizar, pero esa victoria no será completa, tanto sufrimiento no será fructífero en la consolidación de una sociedad más democrática, si lo que queda al final es un relato distorsionado que no solamente no ponga en valor el triunfo de la paz y la libertad de los “hombres buenos”, sino que deje en el cuerpo social un virus que con el tiempo germine en un nuevo brote de trágico fanatismo.
Bien está que en este proceso de esclarecimiento, de poner negro sobre blanco la verdad sobre lo que ocurrió, aparezcan ensayos históricos o sociológicos que lo desgranen, y que los partidos políticos y el resto de organizaciones asuman sin complejos en sus discursos quienes fueron los héroes y los villanos, pero sin duda la literatura de narración, las novelas, los cuentos, tienen mucho que decir al respecto. Entre los mejores autores de estos textos está sin duda Fernando Aramburu.
En 2016 apareció la que a buen seguro es hasta el momento la gran novela de los años más negros de nuestra época contemporánea; Patria fue un fenómeno editorial que contribuyó de manera sutil pero a la vez contundente, a relatar la trágica tristeza de unas décadas llenas de miedo, de odio, y no con protagonistas conocidos cuyos nombres aparecen con frecuencia en los telediarios, sino en la gente normal, gente como cualquiera de nosotros, que por vicisitudes de lo cotidiano pasan de la convivencia al desprecio, de la amistad al encono, víctimas de la enfermedad de lo irracional.
Anteriores a Patria, Aramburu escribió Los peces de la amargura (2006) y Años lentos (2012), que a vista de éste lector son como relatos preparatorios del definitivo. Se trata de una colección de escenas cotidianas, que con la sencillez de los habitual dicen más que sesudas páginas llenas de reflexión, y precisamente porque a través de la historia del niño que ve como asesinan a su padre cuando los dos van al cine, o de la bomba que siega las esperanzas de la chica que casualmente pasaba por allí, por poner solo dos ejemplos, dejan en nosotros la tarea de la reflexión, para que ésta sea intima, personal, más profunda y fructífera.
Que bien haríamos en propiciar en colegios la lectura comentada de estos textos; cuanto contribuiríamos con ello a derrotar definitivamente al más fanático de los nacionalismos en la conciencia de las nuevas generaciones, y todo ello mientras disfrutamos de la mejor literatura.