de Carlos Morla Lynch
Al menos desde su última edición (2008. Editorial Renacimiento), España sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano, se ha convertido en lectura imprescindible para quien quiera adentrarse en los vericuetos históricos de nuestra guerra civil, no en vano empieza a figurar en las bibliografías de cualquier estudio que se publique desde entonces. Pero empecemos por el principio, ¿quién es Carlos Morla Lynch?
Nacido en París en 1885, donde su padre era diplomático, él mismo siguió los pasos familiares y ejercerá también esa carrera a servicio de su país, Chile. Destinado en aquella ciudad entre los años 1920 a 1928, su casa se convertirá en uno de los cenáculos más conocidos de la intelectualidad del momento. Tras su traslado a Madrid en 1929, con cierto desagrado suyo y de su familia, su nuevo domicilio seguirá siendo lugar obligado de reunión para los intelectuales más vanguardistas de los fecundos años republicanos. Pedro Salinas, Rafael Alberti, Samuel Ros, Eugenio d´Ors, Azaña, Ortega, Mourlane, Neruda, Lorca,… componen una larga lista en la que comunistas, falangistas, monárquicos y socialistas compartirán una naturalidad creadora trágicamente interrumpida con el estallido bélico. Especial será la relación con el poeta granadino, protagonista de la primera parte de sus diarios hasta el punto de publicarse bajo el título de En España con Federico García Lorca. Finalizada la guerra es trasladado a Berlín y después a Suiza, Suecia y Holanda, regresando de nuevo a Madrid en 1964, ya jubilado, donde vivirá sus últimos años. Tal y como lo define Andrés Trapiello en el prólogo del libro, Morla era políticamente un liberal de izquierdas; mundano, culto, extrovertido, juicioso, asequible,… tras las primeras reticencias quedará definitivamente prendado de una España cruel y a la vez humana, capaz a un tiempo de cometer las mayores atrocidades y hazañas.
El Diario comienza el 25 de julio de 1936 y acaba el 29 de marzo de 1939; durante todo este tiempo, día a día sin excepción, se anotan los hechos más importantes a los que su autor ha de enfrentarse con una sinceridad y sencillez expositiva que confieren al relato una extraordinaria viveza y claridad, convirtiéndolo en un testimonio excepcional. Partidario de la victoria del Frente Popular, reflexiona sin embargo del descrédito en que el mismo ha caído ocasionado por la actitud cruel adoptada por los milicianos más radicales, fundamentalmente anarquistas, socialistas y finalmente comunistas, así como por la desorganización de un Gobierno que desconcierta a los suyos tras su huida temprana a Valencia, y que desde el primer momento se verá completamente superado por las milicias, férreamente dirigidas desde sus respectivas organizaciones políticas o sindicales, y que tan frecuentes episodios de guerra civil dentro de la guerra civil protagonizarán.
Los intentos de canje de asilados por prisioneros, las operaciones de evacuación, los recelos de las potencias extranjeras, especialmente Francia, hacia esos evacuados y exiliados, primero de un bando y después de otro, las continuas negociaciones con los responsables gubernativos, el miedo por el posible asalto de las embajadas por parte de los milicianos, los espías de unos y de otros, el hambre y el paso de la euforia hacia el profundo decaimiento de los madrileños, etc., son todos ellos episodios a los que Morla presta puntual atención. Es difícil quedarse con dos o tres solo para desarrollar este comentario, pero aún a riesgo de equivocarnos sobre su peso específico en el total de la obra, podemos elegir por ejemplo sus anotaciones del mes de septiembre de 1938 respecto a Hitler o a la reunión que celebraron en Múnich Chamberlain, Deladier, Hitler y Mussolini. Respecto a un discurso del primero escribe: “Su tono es firme, pero conciliador”, “hay gente en la calle que habla del discurso sin indignación y hasta lo aprueba”…, “Yo no creo en un conflicto armado. Desde luego Chamberlain ha declarado que no se puede precipitar nuevamente al mundo en una catástrofe por esos tres millones de sudetes” (se refiere a la anexión alemana de la región de los Sudetes, perteneciente a Checoslovaquia). Respecto a la reunión de Múnich, “La situación internacional se despeja. No creo en la guerra”, “La reunión de “los cuatro” de Múnich se ha desarrollado en un ambiente de cordialidad. “La paz se ha salvado, duerman tranquilos”, dicen”. Evidentemente Morla estaba equivocado en sus apreciaciones; para desgracia de Europa pocos meses después se desencadenará la segunda guerra mundial, tiempo en el que además se cometerán los más graves crímenes de la mano fundamentalmente de Hitler. Esto nos provoca una necesaria reflexión: Carlos Morla, diplomático y por lo tanto muy al corriente de los acontecimientos internacionales de los que evidentemente tenía información privilegiada, sufre un evidente engaño respecto a las atrocidades que después se producirán en la Alemania nazi, ese mismo engaño lo padecerán sectores españoles que por entonces veían en ese país el paradigma del desarrollo y del bienestar. El equívoco por otra parte, no será muy diferente del que con posterioridad padecerán sectores de la izquierda con respecto al “paraíso” soviético.
Otro aspecto que llama la atención son los comentarios sobre el comportamiento de determinados intelectuales durante la guerra y fundamentalmente cuando ésta va llegando su fin, y la profunda decepción que ello provoca en Morla. Los casos más llamativos quizás sean los de Rafael Alberti, su compañera María Teresa León, y el poeta Pablo Neruda. Morla es un profundo conocedor de su obra y los admira, pero no puede más que criticar su forma de vida: “Bebé (esposa de Morla) cuenta su visita con Neruda y Delia a la “Alianza Intelectual”, establecida en la casa incautada de los marqueses de Heredia-Spínola. Allí están los Alberti, en departamentos espléndidos. María Teresa León tronando. Cotapos –que en el fondo es un humorista- le ha mostrado a Bebé, sin falso rubor, su habitación. Es la habitación de la marquesa. Duerme en una cama llena de cortinajes y pieles de armiño. Este es el comunismo. Los moradores tenían, sin embargo, caras largas ante el temor de que todo aquello durara poco”. Cuando el siete de noviembre de 1936 el Gobierno se traslada a Valencia, “Pablo Neruda, aterrado, no pensando más que en sí mismo, cierra el Consulado (en aquel momento era diplomático de Chile). Se va mañana temprano, por la carretera de Valencia. La única libre, con los Alberti y Delia del Carril, naturalmente”. “¡Que van a querer que se termine la guerra! Alberti vive ahora en una casa preciosa, moderna, elegante,…”, sin duda, autor y obra no tienen por qué merecer siempre calificaciones similares, hacerlo puede resultar un ejercicio de maniqueísmo.
Como pone de relieve Trapiello, la última parte del Diario quizás contenga las páginas más apasionantes. Se refieren a la “sedición comunista de marzo del 39”, en que fundamentalmente el coronel Segismundo Casado y el dirigente socialista Besteiro, intentarán poner fin a la guerra negociando con Franco una “paz digna” que acabe con la sinrazón del Presidente de Gobierno Juan Negrín, que aún sabiendo que la contienda está irremediablemente perdida, sigue lanzando a miles de soldados, al final casi niños, a una muerte sin sentido. El juicio de Morla al respecto es contundente, el 22 de enero de 1939 escribe “La resistencia obedece a intereses creados. En la casa de enfrente, sede de unos milicianos, se ven entrar camiones llenos de comestibles. Están bien alojados, tiene automóviles, comen bien, tienen lumbre, y todo lo perderán cuando la guerra se acabe. Hay muchos en esta situación. Por eso resisten. Por eso resiste Negrín”. Morla siente verdadero aprecio hacia Besteiro y Casado, “Es un valiente” dirá refiriéndose al militar, y no pierde ocasión para señalar a los que considera responsables de las últimas crueldades: “El trato dado a los prisioneros por los comunistas es atroz” (día 14 de marzo de 1939), y así un montón de referencia más. Pero la guerra va llegando a su fin y el desasosiego lo invade todo, “Cuando cayó Bilbao sentí pena, también cuando cayó Santander. Pero hoy no. Son demasiadas las brutalidades que han hecho los hombres del Gobierno” (día 26 de enero de 1939). Pero inmediatamente surge un temor: ante unas opiniones dadas por una emisora de radio de Salamanca respecto a las luchas entre la Junta de Defensa y los comunistas, en el sentido de que “los nacionalistas contemplan apaciblemente, desde la Ciudad Universitaria, cómo se matan los republicanos entre sí en la capital”, Morla exclama “Si Franco está de acuerdo con estas declaraciones, cae de su peso que, por un exceso de vanidad, no quiere renunciar a su ofensiva, cueste lo que cueste. No acepta pues ninguna clase de negociación… aunque ésta se reduzca, de un lado, a una simple petición de clemencia” (día 13 de marzo de 1939). Al mismo tiempo da testimonio de escenas extraordinarias, “El miliciano, que viene de las trincheras de la Ciudad Universitaria, nos cuenta hechos emocionantes, cómo en un asalto de una trinchera a otra, los soldados de uno y otro bando se abrazaron llorando”, evidentemente ya se había soportado demasiados meses de sufrimiento.
Llegan las últimas horas de la guerra, ante la entrada en Madrid de los primeros soldados nacionales “No hay un solo grito de hostilidad, ni agresión de nadie. Es el mismo ambiente carnavalesco del catorce de abril, al ser proclamada la República”, pero Morla no pierde de vista a los nuevos asilados que ahora entran en su embajada, unos saliendo alegres y otros entrando preocupados por la misma puerta y en el mismo momento, “En medio de este indescriptible jaleo, me acuerdo de los cuatro asilados que han ingresado anoche y subo a verlos. Tengo el compromiso de defenderlos como defendí a los otros. Son cuatro médicos. Están en el piso vacío de arriba. Hay un colchón en el suelo. Hasta ellos llega el alborozo de la calle” (día 28 de marzo de 1939). Una dedicatoria en un libro que alguien deja en su escritorio resume el sentimiento de muchos hacia el diplomático, “Para Carlos Morla, amigo en los momentos en que hace falta tenerlos”, sin embargo otros le pagarán con la indiferencia cuando no con el desprecio, así es la vida.